24 sept 2008

Ayuda o chantaje




* Francisco Rey Marcos


Es bien conocido desde hace muchos siglos que en los desastres se muestra lo mejor y lo peor del género humano. Los actos de heroísmo más valioso junto a las muestras del egoísmo y la vileza más abyectos. Y lo que sucede con los seres humanos sucede con los Estados y con sus gobernantes, que en algunos casos se comportan con solidaridad y altura de miras, pero que no dudan, en otros, en aprovechar el sufrimiento ajeno para tratar de extraer de él un rédito político cuando no económico.

Sucedió, por citar sólo algún ejemplo, en la Nicaragua de Arnoldo Alemán tras el huracán Mitch, más recientemente lo hemos visto en Myanmar tanto del lado de la Junta militar como del de algunos supuestos donantes de ayuda, y lo estamos comenzando a ver ahora tras el dramático paso del huracán Ike por el Caribe. Repeticiones de la historia que muestran que, por mucho que se trate de establecer normas, incorporar aprendizajes y buenas prácticas a la respuesta humanitaria, cuando llega la catástrofe algunos hacen primar sus mezquinos intereses sobre el interés general de la humanidad y las necesidades básicas de los seres humanos.

Disculpen este moralista inicio de artículo, pero lo que está sucediendo estos días respecto al no levantamiento de las sanciones de los Estados Unidos a Cuba tras los tremendos daños provocados por Ike en la isla, y las condiciones que el gobierno norteamericano quiere imponer para el envío de ayuda humanitaria, no deja mucho espacio para el optimismo.

La temporada de huracanes en el Caribe está teniendo efectos devastadores en muchos países que, aparte de los efectos de corto plazo, van a alterar gravemente su desarrollo en los años futuros. Haití y Cuba aparecen como los dos casos más claros, pero también otros, como el propio Estados Unidos, van a necesitar cuantiosas inversiones para poder recuperarse de los daños y emprender proyectos de desarrollo.

Por ello, parece evidente que las necesidades vinculadas con la rehabilitación y reconstrucción van mucho más allá que la mera asistencia de emergencia y, en ese sentido es razonable y legítima, al margen de cualquier consideración política, la petición del gobierno cubano de pedir el fin del bloqueo que ahoga a la isla desde hace décadas y que va a dificultar aún más la satisfacción de las necesidades básicas de sus ciudadanos tras el paso de Ike. Cuba dispone de un adecuado sistema de prevención de desastres y de respuesta a los mismos que, claramente, se ha visto desbordado por la magnitud de los huracanes y ello pone de manifiesto la vulnerabilidad de base del país.

Normalmente, los desastres en la Isla no dejan víctimas mortales pues los dispositivos de protección funcionan adecuadamente, pero la destrucción de infraestructuras y el impacto sobre la maltrecha agricultura es enorme. Tampoco hay epidemias ni crisis alimentarias, por poner dos ejemplos, tras los desastres que periódicamente azotan la isla. Lo que si que hay en esta ocasión es una superposición de unos daños sobre otros que puede provocar, si no se invierte en desarrollo, que en unos años, la vulnerabilidad se haya agravado. En definitiva, el tipo de ayuda que la población de Cuba precisa es aquella que le permita pensar en el medio plazo. Y eso pasa por el fin del bloqueo.

Junto a esto, el que Estados Unidos haya puesto como condición para su simple ayuda de emergencia el que Cuba permita a una misión estadounidense de evaluación de necesidades su entrada en la isla, resulta inaceptable y va contra los planteamientos humanitarios internacionales, como la llamada Buena Donación Humanitaria, que el gobierno estadounidense ha firmado.

Si algo diferencia la acción humanitaria de otros instrumentos de cooperación internacional es que no puede incluir condicionalidades. Va dirigida a las víctimas y debe estar al margen de las afinidades o diferencias políticas de los gobiernos. En este caso, además, es doblemente indignante pues Cuba cuenta con recursos y capacidades técnicas para este tipo de tareas, internacionalmente reconocidas. Es de sobra conocido que el país tiene numerosos especialistas en estas tareas que han trabajado en otros muchos países con gran profesionalidad y, en cualquier caso, las tareas de ayuda de emergencia deben basarse siempre en las capacidades locales y no en lo que llamamos irónicamente "paracaidismo humanitario" y en el envío de supuestos "expertos" que, en muchos casos, dificultan más que ayudan. Una verdadera ayuda humanitaria, como han hecho otros países, debiera realizarse sin imponer este tipo de condiciones y es, como se hace en muchos casos, compatible con el rigor, la transparencia y la rendición de cuentas que deben presidir cualquier tarea de cooperación.

Conviene recordar que tras el huracán Katrina en Nueva Orleáns, Fidel Castro ofreció el envío de médicos cubanos para ayudar a las tareas de rescate. Y su ofrecimiento fue rechazado tildándolo de mera propaganda. Y tal vez lo fuera. Pero, al menos, no puso condiciones.

Según muchos analistas, los efectos de los huracanes en Cuba durante este año pueden provocar desde el punto de vista económico y social una situación similar a la del llamado Periodo Especial que vivió la isla tras la caída del Muro de Berlín y la implosión de la Unión Soviética. Época que se vio agravada por las consecuencias del bloqueo. Y ello tuvo como consecuencia un endurecimiento del régimen. Si Estados Unidos cree que puede presionar al régimen cubano en sus incipientes transformaciones democráticas con este tipo de medidas se confunde rotundamente. La dignidad de los cubanos, estén o no con el régimen, está por encima de esas presiones. Y en cualquier caso, mezclar intereses políticos con supuestas propuestas de ayuda es de una bajeza que denigra al que así se comporta.

* Francisco Rey Marcos - Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH)

Tomado de Radio Nederland

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