20 ago 2009
Elecciones en Afganistán
Caricatura: Juan Kalvellido
Afganistán pone en jaque la idea del intervencionismo humanitario a la francesa
Los objetivos que la OTAN se puso como objetivo en 2006 no se han alcanzado. La solución: negociar con los talibanes
Dos noticias cogidas al azar en sendos diarios provinciales franceses. Primera: "El Gobierno afgano legaliza la discriminación de las mujeres", a propósito de la ley que autoriza privar de comida a una afgana. Segunda: "La madre de uno de los soldados muertos en Afganistán sigue exigiendo justicia", a propósito de la emboscada talibán de hace un año que costó la vida a diez inexpertos militares galos. Son dos titulares de la prensa que influye en la Francia profunda, y vienen a revelar, a los ojos del país más creyente en el universalismo humanista, el fracaso de la estrategia occidental.
Tras la primera intervención de 2001, destinada a aplastar a los talibanes y a intentar atrapar a Mulá Omar y a Osama Bin Laden, una estrategia múltiple se puso en marcha para justificar la presencia a largo plazo de las tropas norteamericanas y sus auxiliares: Fue el llamado Afghanistan Compact de 2006.
Ese paquete de objetivos, fijado en la conferencia en Londres, decía que los casi 70.000 militares de la OTAN y de las fuerzas especiales de Enduring Freedom, unos 76 países y el conjunto de las instituciones internacionales tenían cuatro frentes en Afganistán. Debían mejorar la seguridad, reducir el narcotráfico, impulsar el buen gobierno -incluido para y por las mujeres- y promover el desarrollo económico y social.
Un catálogo que se parece a lo mejorcito que hayan producido a escala planetaria las mentes bienpensantes del intervencionismo humanitario, de la promoción de los derechos humanos y del combate contra el terrorismo. Una punta de lanza (las fuerzas especiales norteamericanas), una segunda línea de combate (los soldados de la OTAN), ayudados a distancia por más de setenta países y respaldados por todas las siglas de lo que se suele llamar "la comunidad internacional", desde la ONU al Banco Mundial.
Con el Global Compact, entraban en simbiosis profunda tres tradiciones. Toni Blair veía una ocasión de relanzar su imagen de justiciero moralizador internacional, heredero de las sociedades filantrópicas de Londres, una reputación que había logrado -no sin engaños- gracias a Sierra Leona entre 1998 y 2002. George W. Bush encontraba por fin legalidad y legitimidad para su "cruzada contra el terrorismo", que le había permitido instalar el poderío norteamericano en el corazón de Asia, entre China, Pakistán y la India. Bernard Kouchner lograba por fin impulso a su idea de que las ONGs humanitarias pueden y deben ir por detrás de ejércitos, obligados a intervenir contra los bárbaros.
Sin resultados
Cómo y por qué una coalición tan poderosa y sofisticada se encuentra hoy en aprietos frente a una banda de incultos oscurantistas, es algo que merecería su explicación. Pero lo cierto es que, desde hace un año y medio, es imposible encontrar alguna capital capaz de retomar el Global Compact punto por punto y analizar friamente en qué ha mejorado la seguridad, dónde se ha reducido el cultivo del opio en el país que produce más del 90% de esa materia prima y dónde está el buen gobierno, especialmente por y para las mujeres.
En cuanto al desarrollo económico y social, a juzgar por las cifras barajadas por los opositores afganos y por expertos como Gérard Challiand, el maná internacional ha desarrollado sobre todo la corrupción del clan Karzai, por un lado, y los sueldos de ciertos consultores occidentales, por otro.
¿Alguna capital canta victoria hoy? ¿Alguna capital puede explicar en qué ha mejorado la seguridad? ¿Quién se atrevería a defender hoy que la bomba lanzada por un dron que mata a una familia reunida para una boda trae la democracia ya que una ONG ha abierto un dispensario?
Nada de eso. Thierry Mariani, nuevo representante francés para la zona AfPak e incondicional de Nicolas Sarkozy y de Bernard Kouchner, lo reconoce textualmente. Ahora sólo se trata de "impedir la reinstalación de un régimen radical". Por radical no se entiende nada relacionado con las mujeres ni con el desarrollo. Sólo se entiende "radical" si tiene que ver con el yihadismo internacional. La negociación con los talibanes está abierta.
Negociar con los talibanes
"Habrá negociación política con los talibanes y la única duda es el momento", ha explicado el geopolitista Gérard Challiand, que forma sobre el terreno a cuadros del ejército afgano. Entre tanto, esperando ese momento, "los Occidentales no pueden ganar ni irse", añade.
Cuando "no pueden ni ganar ni irse", para matar el rato, organizan algo que se parezca a unas elecciones con una urna, una papeleta, un votante con el vientre hueco y un feo talibán amenazando con una bomba. Barak Obama, Gordon Brown y Nicolas Sarkozy piden a las opiniones occidentales que a eso lo aplaudan llamándolo guerra contra el terrorismo, promoción de la democracia y universalismo humanista.
En su libro 'El Universalismo Europeo', Immanuel Wallerstein expresa la opinión contraria, y explica por qué no hay que aplaudir tales filigranas. Desde la Controversia de Valladolid en el siglo XVI, Bartolomé de las Casas dejó claro que los "dispositivos retóricos" sobre "los bárbaros" sólo sirven para "políticas de tipo imperialista". En el siglo XVI, el dispositivo retórico fue el Evangelio contra ese asesino sanguinario que era Quetzalcoatl, y la expansión imperial fue la española.
En el siglo XIX, fue la "misión civilizadora del progreso" llevado por las potencias coloniales, británica o francesa, la que justificaba aplastar a los "indígenas". En el XXI, parece que es el fetichismo de unas elecciones con fraude, vigiladas por drones y satélites, lo que justifica una presencia a largo plazo de potencias dispuestas, en el fondo, a negociar con los talibanes.
ANDRÉS PÉREZ - París
Tomado de Público
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