28 mar 2010

Del horror a la memoria

Regreso a las tierras que a uno lo vieron nacer. De allí al primer acto de nuestra realidad: en la ESMA, presentación del libro Historia del Terrorismo de Estado en la Argentina. La inesperada fantasía de la realidad. La historia de toda la crueldad presentada en el antro de la máxima y cobarde ignominia de nuestra historia. Que cometieron las denominadas Fuerzas Armadas. En este caso la marina de guerra, de uniforme azul, camisa blanca y manchas de sangre que nunca podrán borrar. Massera, Astiz y algunos apodados “tigres”, sí, tigres que atacaron a Madres que llevaban como única arma pañuelos blancos en sus cabezas. La ESMA, un antro de perversión absoluta, donde se pisoteó la nobleza humana en todas sus ideas y generosidades. Antes de preguntar “¿Qué nos pasó a los argentinos desde aquellos generosos llamados del 25 de Mayo de 1810?”, me paseo por esos patios. Auschwitz, ESMA. Pienso en esas tres primeras Madres: Azucena, Mary y Esther, tiradas en el suelo durante el invierno, en un calabozo para una sola persona, sin mantas para cubrirse. Y, después, llevadas a un avión de la “gloriosa” marina de guerra argentina y arrojadas con vida al mar. La máxima hazaña de nuestros marinos en su historia contemporánea. La ESMA. Ahora un ámbito para la cultura, el debate de las ideas, el recuerdo de las acciones a fin de lograr el “Nunca Más” para nuestros hijos, nietos y todas las generaciones que habiten en una tierra que sea sede de la paz eterna y el respeto por la vida. La lucha de las Madres ha convertido a la ESMA de la más siniestra mazmorra de nuestra historia en una casa del saber y la esperanza. Camino por sus patios. Me encuentro con el Walsh aquel de los fraternos abrazos. Pienso: aquí respiró su último aire de vida. Mataron la mente más clara, la mano más generosa. La esperanza con seis alas. Astiz (en ese nombre está todo dicho. No falta agregar nada a la infamia. Sólo basta pronunciarlo para darnos cuenta y poder definir lo que es la suciedad, lo sucio, la basura). Dialogo en silencio con Rodolfo frente al casino de oficiales, el lugar maldito de los prisioneros. Me dice que está preparando un coro de ángeles que vendrán a la tierra criolla a devolverles las tierras comunitarias a los pueblos originarios. Le quiero advertir de los peligros, que modere un poco su idealismo, pero no me escucha y me dice que luego bajará con otro coro de ángeles negros que harán la reforma agraria en las pampas que Roca manchó de sangre para siempre... Me quedo mudo, lo veo alejarse, y desde lejos me convence: “Vendrán con música, danza y tambores”, me dice. Espantados pasan en ese instante unos fantasmas con rostros asesinos y uniforme. Oigo que uno dice: “El tipo ése todavía no aprendió nada”. Me convenció, Rodolfo, sigue siendo el mismo, me digo. Pienso en aquellos que marcaron rumbos y cuyo recuerdo queda para siempre. Y en los destructores, los que quedan en el sótano del Mal, del egoísmo, los torturadores de la sonrisa. El exilio. Me toca en Córdoba presentar el libro de Norberto Negro La vuelta al mundo en varias vidas. Los nietos de los inmigrantes vuelven a la tierra de los antepasados como exiliados. La melancolía. El comenzar todo de nuevo. O no. El resignar. O no. Después aprovecho para recorrer las calles que caminó Tosco en el Cordobazo. Puro coraje civil. El honesto por excelencia que quería terminar con el juego de la politiquería y de la humillación. Agustín Tosco. Córdoba tiene para siempre a su Héroe del Pueblo. A su Hijo del Pueblo, como llamaban los libertarios a quienes daban todo por la solidaridad. Sigo por las calles cordobesas. Me sale al encuentro un grupo de obreros de Fiat-Iveco. Están muy tristes y con bronca. Me relatan el caso del delegado Hernán Puddu. Me dan detalles: La empresa Iveco despidió el año pasado a la totalidad del personal “contratado”, alrededor de 350 obreros. El delegado Puddu consideró que los obreros “contratados” tienen el mismo derecho que los obreros “efectivos”. Comenzó entonces la lucha por la fuente de trabajo. Los despedidos fueron acompañados en las manifestaciones por sus mujeres, que jugaron un papel protagónico. La empresa reaccionó y suspendió a Puddu. La Justicia cordobesa falló a favor del delegado, pero la empresa no lo aceptó. Y no le permitió llevar a cabo sus tareas gremiales. Y aquí ocurre lo increíble. El sindicato no lo defiende a Puddu, lo deja solo. Realidades sindicales argentinas. “Internas”, que le llaman. Y luego, lo impensado: en un congreso de San Luis, el sindicato Smata expulsa a Puddu. Se basan en que Puddu no había firmado la aceptación de los despidos de los “contratados”, pero el sindicato, sí. Se habla de “relaciones carnales” entre el sindicato y la empresa. El secretario general de Smata Córdoba, Omar Dragún, acusa a Puddu de “volver a instalar el caos en la Argentina” y además de estar “vinculado con los derechos humanos”. Los obreros que me hablan me dicen que muchos de los “señores dirigentes sindicales” hoy viven en countries. Creo vivir una fantasía de la realidad. Que en Córdoba, la ciudad de Agustín Tosco, la ciudad del Cordobazo, ocurran estas cosas, no, no, y murmuro una vez más: “Pero ¿qué nos pasa a los argentinos?” (por otra parte, como detalle imperdible, la empresa apoya al campeonato mundial de fútbol, tal cual se hizo en la dictadura del ’78. Un detalle, apenas, pero para bajar la cabeza). El delegado Puddu ha recurrido al Inadi (Instituto Nacional contra la Discriminación) y a la Justicia. Mientras tanto, Puddu es apoyado por organizaciones de derechos humanos y también por bibliotecas populares. Nuevamente pienso: del Cordobazo, del gremio Sitrac-Sitram, a esto. Sí, fantasías de nuestra realidad. Pero realidad al fin. Nos ponemos tristes. La ética también tiene que ser respetada por el sindicalismo entronizado. Debe defender que hombres dignos como Puddu sean protagonistas en la vida gremial. Sólo así se logrará dignidad y no con los enjuagues y las jugarretas seudojudiciales destinadas a mantener las distancias en la sociedad. Vuelvo a Buenos Aires y me toca ser uno de los oradores que va a defender el proyecto del intelectual argentino Marcelo Fabián Monges –que vive en México– acerca de una propuesta para penalizar el golpe de Estado como delito jurídico internacional y de una convención contra los golpes de Estado. Aquí se ha tenido como ejemplo el golpe de Estado en Honduras donde la OEA y la ONU condenaron ese golpe en una actitud sin precedentes. Y también que, tanto a los golpistas como a sus colaboradores se los detenga cuando salen al exterior y se les haga juicio por delito de lesa humanidad. Nunca más dar refugio a los autores de asesinatos políticos, prisiones por ideología, torturas, crímenes, desapariciones, todo eso engendrado en los golpes militares –casi siempre impulsados por los poderes económicos– que han llevado la tragedia a naciones que convivían en paz y democracia. De llevarse a la realidad este proyecto de Monges las democracias adquirirían más seguridad en sus instituciones. Sería un primer paso. El ejemplo argentino es clásico. Las Fuerzas Armadas han arrasado el poder democrático catorce veces en su historia terminando con los derechos de todos sus habitantes. La última vez culminó con uno de los métodos criminales más sádicos de la historia de la humanidad. Claro está que golpe es todo aquello que se hace desde el poder militar o desde el poder económico y no las reacciones populares en pos de más justicia social. Aquellos golpes trajeron no sólo la muerte, cárcel o exilio para los que resistieron sino que también sirvieron para cancelar los derechos de reunión, de asociación, de información, de libre expresión y la quema de libros. Por supuesto que esto no quiere decir que el habitante de un país gobernado por una dictadura renuncie a la resistencia esperando la reacción del exterior. No, este proyecto les da más fuerza a todos aquellos que no aceptan órdenes dictatoriales. Un proyecto que debería debatirse en todas las universidades del país, en los centros culturales y barriales, en organizaciones sindicales y, principalmente, en los partidos políticos, los cuales deberían designar a un responsable para que lo lleve adelante. Se abre una esperanza para el coro de ángeles que nos prepara Rodolfo. Osvaldo Bayer Tomado de Página 12

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