8 sept 2010

No queremos pensar en un mundo sin Lucius Walker


La ironía del mazazo nos estremeció a todos: cuando la amenaza de guerra nuclear se cierne sobre nuestras cabezas, uno de los hombres de paz imprescindibles se nos ha ido, tras 80 años de verdadero ejemplo. Ha muerto Lucius Walker, el reverendo norteamericano que hace casi dos décadas emprendió una irreversible lucha frente a la obstinada y cruel política del gobierno de su país contra Cuba.


Fidel saluda al líder de los Pastores por la paz en un acto en el Memorial José Martí, el 26 de julio de 2010, durante su última visita a Cuba.

Armado de fe y resistencia, aferrado a las grandes causas y a la justicia social, Lucius llegó a esta Patria a pesar de las detenciones y los golpes de quienes siempre han temido que se divulgue la realidad antillana.

Con anterioridad, dejó su impronta solidaria en los movimientos de liberación en África, durante misiones de apoyo a los patriotas de Guinea Bissau, Cabo Verde, Angola... Luego en Centroamérica, en particular en El Salvador y Nicaragua. Este último destino, según narró en múltiples ocasiones, inspiraría el surgimiento de la Fundación Interreligiosa Pastores por la Paz.

"El 2 de agosto de 1988, mi hija Gail y yo estábamos entre otros 200 civiles en un viaje por el río Escondido en Nicaragua que fue crudamente atacado por los contras. Dos nicaragüenses murieron y 49 pasajeros fueron heridos. Esa noche en el hospital, mientras recibía tratamiento por una herida de bala, oré a Dios buscando una guía espiritual para encontrar una respuesta adecuada para tal acto de terrorismo. La inspiración que Dios me dio fue crear Pastores por la Paz para llevar caravanas de ayuda material a las víctimas de la agresión norteamericana".

Finalmente esta Isla conquistó sus esfuerzos. En 1991, en momentos en que diluviaban las mentiras sobre la Revolución, los conteos regresivos y los pronósticos apocalípticos, un diálogo en La Habana con el reverendo Raúl Suárez, director del Centro Martin Luther King, impulsó la idea.

En entrevista concedida a Granma al año siguiente Walker declaró: "Al principio pensamos que nuestra tarea debía ser enviar caravanas como se hacía con relación a Centroamérica. Pero mientras más observábamos la situación, más nos percatábamos de que los problemas primarios de Cuba no necesitaban mucho de nosotros, sino de romper el bloqueo. Nos dábamos cuenta de que Cuba no requería la misma ayuda que otros países porque tenía la capacidad y fuerza para proveerse a pesar del bloqueo. Nuestra dirección evaluó el caso y decidió que nuestra contribución sería luchar para terminar con el bloqueo".


En 1992 la noticia de que un grupo de religiosos recorrió varios estados norteamericanos y reunió una flotilla de 45 vehículos para enviar medicinas, materiales escolares y alimentos a Cuba, fue considerada por las autoridades una afrenta, más que un "acto de desobediencia civil".

La peregrinación por al menos 90 ciudades tendría su momento más tenso con la llegada a Laredo, en Texas, por donde debían pasar hacia México las 15 toneladas de ayuda humanitaria. El gobierno les exigía una "licencia de exportación", sin embargo, el reverendo había afirmado durante el recorrido que "no vamos a pedir permiso a Washington para hacer llegar el cargamento, porque ello sería reconocer la legalidad del bloqueo y el derecho del estado a intervenir en la misión de la Iglesia".

De nada sirvieron entonces las advertencias intimidantes ni los "golpecitos en el hombro" de más de un funcionario del Departamento del Tesoro o de la Aduana.

Los hombres y mujeres de Lucius Walker, emulando la determinación de su líder, se mantuvieron firmes en su voluntad de pasarlo todo y no solamente la parte permitida por la legislación norteamericana, amén de que la violación del bloqueo podría acarrearles sanciones de hasta 250 000 dólares de multa y diez años de prisión, riesgos que decidieron asumir.

Algunos miembros de la caravana pasaron a pie, llevando consigo hasta el lado mexicano aquellos productos que las regulaciones no consideraban ayuda humanitaria. Entre ellos, un sillón de ruedas que Lucius, el primero en cruzar, trasladó con un letrero que demandaba: Let Cuba live. Lift the embargo (Dejen vivir a Cuba. Levanten el bloqueo).

Aquel primer paso sobre el puente fronterizo le valió un arresto de diez horas, pero ya la suerte estaba echada.

Mil novecientos noventa y tres fue el año de la segunda caravana, y los obstáculos, lejos de disminuir, volvieron a poner a prueba su firmeza y su condición de hombre de fe.

Esta vez los funcionarios de la aduana incautaron un pequeño ómnibus amarillo de transporte escolar, bajo el insólito pretexto de que podría ser utilizado para trasladar tropas cubanas, y fue el ayuno prolongado la respuesta de varios de los miembros de la caravana, a pesar de que por las altas temperaturas de Laredo —por encima de los 40 grados—, la huelga de hambre era aún más peligrosa. Otra vez Lucius Walker, otra vez la moral y el ejemplo. La carta que dirigiera al presidente William Clinton, redactada el decimotercer día de ayuno, quedó como constancia de ello: "nuestra resolución de continuar enarbolando los derechos de los pobres y desposeídos a recibir ayuda religiosa y médica, sin interferencias del gobierno, permanece invariable".

El ómnibus amarillo, liberado tras 22 días de huelga de hambre, se convirtió en símbolo del espíritu combativo del reverendo, que pocos años después, en 1996, lideró una manifestación parecida por más de 90 días, para exigir la devolución de 395 computadoras que les fueron arrancadas por la fuerza a los miembros de la caravana.

Lucius fue condecorado con la orden Carlos J. Finlay por la contribución de aquellos equipos a modernizar nuestro Sistema de Salud; distinción que le fue impuesta por el Comandante en Jefe Fidel Castro, quien afirmó en aquella oportunidad que "la ética, la moral y la fe no pueden ser destruidas".

Además, Cuba otorgó al reverendo la Orden de la Solidaridad, y la Medalla de la Amistad a su organización como muestra de respeto y admiración a su reiterado apoyo a la Isla.

También, a partir de la humanista iniciativa de Fidel de posibilitar que jóvenes del continente y de otras naciones vinieran a estudiar en la Escuela Latinoamericana de Medicina, más de 100 jóvenes de los barrios más pobres de Estados Unidos —bajo la coordinación de Lucius Walker—, se forman como galenos en Cuba. De ellos ya se han graduado varias decenas.

Más de 20 caravanas han llegado a estas tierras con su carga moral y material, y Pastores por la Paz —que refleja en buena medida la composición de los estadounidenses—, ha contribuido a introducir dentro de la psicología social de parte de la población, la necesidad de luchar contra el bloqueo y de un acercamiento constructivo entre ambos países. Al decir de su líder: "Cualquier cosa que nosotros hagamos es en primera instancia una respuesta al amor que Cuba ha brindado al mundo. Nuestra solidaridad está basada en la importancia que tiene mantener su ejemplo. No me gustaría pensar en un mundo sin Cuba".

Los cubanos, en agradecimiento, tendríamos que decir que no queremos pensar en un mundo sin Lucius Walker.

Aida Calviac Mora

Tomado: Granma.cu

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