11 nov 2010

La historia de la infiltración de Astiz


Nora Cortiñas, de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, declaró en la causa ESMA
Habló de la desaparición de su hijo, de su propia búsqueda, de la complicidad de la Iglesia y de la actitud de los medios de comunicación. Relató el acercamiento de Astiz a las Madres y los secuestros en la iglesia Santa Cruz.
Nora Cortiñas juró por los treinta mil desaparecidos decir toda la verdad ante el Tribunal Oral Federal Nº 5 que juzga los crímenes de la Escuela de Mecánica de la Armada. Como nunca, repasó las de-satinadas respuestas de los grandes diarios a los pedidos de las Madres de Plaza de Mayo en los primeros meses de la dictadura, y criticó la perversa postura de la Iglesia argentina, a la que mencionó como “partícipe de la dictadura”. También habló del secuestro de su hijo, y de uno de sus muchos comienzos. En el momento en el que se sentó frente a otra compañera de búsqueda, en un bar de la Avenida de Mayo, la miró y le preguntó cuánto hacía que estaba buscando a su hijo. “¿¡Ocho meses!? –se sorprendió–. ¿Y cómo no te volviste loca?” La otra le dijo simplemente que no: “Tenemos que seguir, y no nos volvemos locas porque tenemos que buscar a nuestros hijos”.

El represor Ricardo Cavallo estaba plantado frente a su computadora como en cada audiencia. No estaba ninguno de los otros represores del principal centro clandestino de la Marina. Ni tampoco los camaradas que suelen acompañarlos desde la platea alta desparramados entre las sillas, entre cuchicheos y sornas sobre lo que van diciendo los testigos. La sala destinada al público en cambio estaba repleta, y en silencio. El secretario del tribunal leyó la provocadora resolución con la que empieza cada día: prohibidos están adentro los disturbios o manifestar de cualquier modo opiniones o sentimientos. Sí, sentimientos.

Apenas empezó, Nora Cortiñas dijo que estaba ahí porque uno de sus hijos, Carlos Gustavo, está desaparecido desde el 15 de abril de 1977. Era estudiante de ciencias económicas, y militante de la Juventud Peronista. Cortiñas fue convocada al debate oral por el juicio de la ESMA como testigo por la infiltración de Alfredo Astiz entre las Madres de Plaza de Mayo y el secuestro del grupo de la Iglesia de la Santa Cruz, entre los que estaba la monja francesa Alice Domon. Pero para llegar a ese momento, explicó su propio recorrido, las gestiones en la comisaría de Castelar, una visita al obispo de Morón, Miguel Raspanti, los hábeas corpus. “Empezamos toda esa vida de búsqueda, día a día, permanente, de la mañana a la noche, de la madrugada a la otra madrugada, yendo del Ministerio del Interior a la oficina de ese monseñor Emilio Graselli, que tenía sotanas y botas.” Graselli, cuya presencia como testigo fue pedida al término de la audiencia, “nos hacía volver cada quince días y de repente decía: ‘Acá me aparece una crucecita roja, que quiere decir que a lo mejor está muerto’. Y a la otra semana, me dice: ‘A lo mejor lo sacan limpito y lo llevan a marcar algún amigo a la calle, pero está cuidado, y le darán comida, ¡quédese tranquila señora!’”. Y ella dijo: “¡Eso lo hacía un monseñor!”.

Un pariente le dijo que un grupo de madres en la misma situación se estaba reuniendo en la Plaza de Mayo. Conoció a Azucena Villaflor, a María Adela Antokoletz y Ketty Neuhaus, entre otras. Poco después entendió que la búsqueda iba a ser larga. “Quizá el propósito de esta gran represión era que nos volviera locas, pero no nos volvimos locas porque cada día tuvimos más trabajo.”

“Hacia junio o julio de ’77 –dijo– apareció un hombre joven que tendría la edad de nuestros hijos, apuesto y muy deportivo, decía que era hermano de un desaparecido y nos quería traer su testimonio.” Ellas le decían: “Andate de acá que es peligroso”. No querían que las acompañaran ni sus otros hijos porque tenían miedo de que se los llevaran. Pero el joven insistió. “Caminaba en el medio de nosotras, nos agarraba del brazo, y nosotras éramos muy ingenuas, todavía somos un poco ingenuas.” Se presentó como Gustavo Niño, y algunas veces llegaba con una chica muy pálida, muda, calladita, que presentó como su hermana. Les dijo que sus padres eran de Mar del Plata, que por eso no estaban ahí. Las madres estaban preparando una solicitada con un listado con los nombres de los desaparecidos.

“Tenía que llevar nombre de madre y padre y documento. Nos encontrábamos en la puerta del zoológico, en una Iglesia, en distintos lugares públicos para que no se notara.” A la plaza, mientras tanto, iba la monja Alice Domon. En esas rondas, dijo, Gustavo Niño tenía predilección por Azucena, se le aparecía en la casa y alguna vez pidió quedarse a dormir.

En Clarín no les publicaban textos con nombres. Para juntar el dinero, un grupo de familiares empezó a reunirse en la Santa Cruz, cuyos sacerdotes fueron solidarios. “Es un lugar que nada que ver con la Iglesia que tenemos, que fue partícipe de la dictadura –dijo–, que entró en los campos de concentración, que entró en la tortura; Bergoglio que entregó a los propios sacerdotes, o sea que la cúpula de la Iglesia, salvo cinco obispos, todos tuvieron que ver, todos permitieron que se robaran a los nietitos y después se oponen al aborto.”

Llegó el día de redactar la solicitada. El 8 de diciembre, Nora fue con Azucena y Carmen Lapacó a la iglesia María Betania. Alice Domon y María del Rosario Carballeda de Cerrutti se fueron a la Santa Cruz. Esa noche, en casa de los Mignone, se reunió un grupo a terminar con las listas. “Serían las nueve de la noche o diez –dijo–, tocan timbre, aparece María del Rosario desencajada muy mal, descompuesta. Gritaba: ‘¡Se las llevaron, se las llevaron’!”

Ese 8 de diciembre, la Santa Cruz estaba llena. Se llevaron a nueve personas. Gustavo Niño estaba ahí, y Nora supo que había besado a las madres, y que con eso las estaba marcando. En medio del pánico, dijo, se fueron a la casa de otra de las madres a terminar con las listas.

A las diez de la mañana del día siguiente se reunieron en la puerta del diario La Nación. Estaban Azucena, María Adela y Nora, entre otras. Dijeron que iban a poner la solicitada. “El empleado mira y dice: ‘No, señoras, esto así no podemos recibirlo, tiene que ser tipeado’. ¡Eran 804 nombres!” Su esposo trabajaba como intendente del Ministerio de Hacienda y Economía. Lo llamó. “Mirá, Carlos”, le dijo, “sucede algo terrible: no nos ponen la solicitada si no está a máquina”. Tres empleados del ministerio lo ayudaron a transcribirla. Cerraron la puerta con llave. Ellas se fueron y volvieron después. Pero no les querían aceptar el dinero porque tenían billetes chicos y monedas. Finalmente, la solicitada salió.

Al otro día, secuestraron a Azucena.

“Yo les digo una cosa, señores jueces –dijo después–, qué terrible esa represión: se llevaron a los hijos, a los hijos de esos hijos, ¡y llevarse a las madres que buscaban a sus hijos!”

Alejandra Dandan

Tomado: Página 12

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