22 feb 2011
Egipto: la revuelta de la población trabajadora ignorada por los medios de comunicación occidentales
La revolución empezó mucho antes de las manifestaciones en la Plaza Tahrir, y seguirá durante mucho tiempo. Los trabajadores se están rebelando por doquiera contra unas condiciones miserables de vida, contra unos salarios de esclavitud y contra las “privatizaciones”, la joya de la corona del neoliberalismo. La privatización de las industrias públicas en Egipto es la causa más inmediata del levantamiento popular en curso. Ha llevado a un declive general de los niveles de vida de tamaña extremidad, que la gente prefiere ya enfrentarse a las cachiporras de la policía a seguir soportando más de lo mismo. He aquí un extracto de la revista Foreign Policy que resulta iluminador de lo que está pasando:
“En las fábricas conurbanas de El-Mahalla el-Kubra, una ciudad industrial situada a pocas horas de automóvil al norte del Cairo, radica lo que para muchos es el corazón de la revolución egipcia. ‘Es nuestro Sidi Bouzid’, dice Muhammad Marai, un activista sindical, refiriéndose a la ciudad tunecina en la que un vendedor ambulante frustrado se prendió un fuego que terminó por ser la chispa de la revolución.
“En efecto: las raíces del levantamiento de masas que echó del poder al dictador Hosni Mubarak han de buscarse en el papel central que jugó hace años aquella ciudad anegada por la contaminación industrial en el inicio de unas huelgas obreras y de unos movimientos sociales de base que terminaron extendiéndose por todo el país. Y es el núcleo simbólico de la reciente deriva hacia la revolución: una oleada de huelgas contra las desigualdades sociales y económicas que llevaron a la paralización de buena parte de Egipto.
“Más de 24.000 obreros en docenas de fábricas textiles, públicas y privadas, y en particular en la gigantesca planta de Egypt Spinning and Weaving plant, fueron a la huelga y ocuparon fábricas durante seis días en 2006, consiguiendo un aumento de sueldo y algunos beneficios asistenciales sanitarios. Análogas acciones tuvieron lugar en 2007…
“ ‘Luego de Mahalla en 2008, aparecieron las primeras debilidades del régimen’, dice Gamal Eid, de la Red Árabe de Información sobre los Derechos Humanos. ‘Nada fue igual en Egipto después de eso’.” ("Egypt's Cauldron of Revolt", Anand Gopal, Foreign Policy.)
Compárese esta historia con la narrativa ofrecida por los medios de comunicación estadounidenses, según la cual la revolución se desencadenó a causa de unos textos de twitter enviados a sus amigos por unos dichosos “veinteañeros” que deambulaban excitados por las calles del Cairo. Grotesco. Esta revolución arraiga en la clase obrera; por eso la prensa del establishment es tan reluctante a explicar lo que realmente está pasando. Hablar de “clases” es cosa expresamente prohibida en los medios de comunicación estadounidenses, porque eso viene a apuntar más o menos a los bolsillos sin fondo de los barones ladrones que han creado los mayores extremos de desigualdad que registra la historia universal. Escuchemos lo que dice Michael Collins en The Economic Populist:
“Egipto inició una serie de reformas en los 90 que alteraban deliberadamente las cosas en perjuicio de los trabajadores y de los pequeños campesinos. El gobierno liquidó a precio de saldo las grandes empresas públicas. Los nuevos propietarios privados tenían pocos incentivos para mantener a la gente en sus puestos de trabajo o para conservar puestos de trabajo en Egipto. El gobierno aprobó nuevas medidas para proteger a los grandes propietarios agrícolas, abandonando a su suerte a los pequeños campesinos.
“Cuando el primer ministro conservador Ahmed Nafiz llegó al poder en 2004, la situación se hizo desesperada. Merced a una ley hostil al mundo del trabajo, creció en Egipto la presión sobre los trabajadores industriales. La ETUF tenía poco que ofrecerles, y a menudo, anulaba los votos a favor de ir a la huelga de las secciones locales…
“El mismo movimiento trabajador que impulsó la huelga de 2006 y su secuela en 2007, llamó a una huelga nacional el 6 de abril de 2006 a favor del aumento del salario mínimo y en protesta por los elevados precios de los alimentos. El gobierno de Mubarak envió a la policía, que tomó la fábrica en la esperanza de abortar la huelga. Estalló entonces un conflicto cargado de violencia por parte de la policía contra los miembros de los sindicatos que llamaban a la huelga. Se detuvo a trabajadores. Enseguida vinieron procesos, acusaciones y condenas. Otros sindicalistas prosiguieron la protesta.
“Un escritor egipcio observaba: ‘En el levantamiento del 6 de abril, las reivindicaciones de los trabajadores se solapaban con las del conjunto de la población. La gente exigía una bajada de los precios de los alimentos y los trabajadores exigían un salario mínimo’.
“Además, el Movimiento juvenil del 6 de abril apareció como un actor clave en punto a fijar los objetivos de la huelga nacional. Es la misma organización que ha sido central en la movilización de multitudes por todo el país.” ("Forces Behind the Egyptian Revolution", Michael Collins, The Economic Populist.)
¿Lo ven? Esto no va de derrocar a un dictador; va de guerra de clases. Y de eso nadie habla en los medios de comunicación occidentales.
La revolución es un indicio del auge del movimiento obrero organizado, y constituye un asalto frontal al Consenso de Washington y al régimen que, lanzándolo a Egipto a una carrera hacia el abismo, ha puesto a los trabajadores en una situación límite. No ocurrió de un día para otro; esas fuerzas se habían ido fraguando durante mucho tiempo, y la yesca ha prendido ahora.
Se trata tanto de una lucha por los derechos de los trabajadores y por el poder político como de una lucha por la mejora salarial y de las condiciones de trabajo. La dimisión de Mubarak ha envalentonado a la gente y robustecido su determinación de combatir por un cambio estructural real. Es su oportunidad de configurar el futuro, y esa es la razón de que Washington esté tan preocupado. Fue también la razón de que las ONG respaldadas por los EEUU y sus agentes anduvieran tan diligentes en los intentos de deponer a Mubarak, porque creían que, removido el tirano, podrían apaciguar a las masas y conseguir que volvieran tranquilamente a sus fábricas y a sus maquilas con un par de palmaditas en la espalda. Pero no es así como están discurriendo las cosas. Diríase que los trabajadores saben intuitivamente que Mubarak es pieza perfectamente reemplazable en el mecanismo imperial. Hasta ahora, no han conseguido aplacarles, someterles o cooptarles, aunque la pandilla de Obama y su líder en la junta militar, Tataui, lo intentarán desde luego. He aquí un fragmento de la entrevista concedida por la profesora Mona El-Ghobashy (del Barnard College) a Democracy Now, útil para entender mejor el contexto de lo que está pasando en el Cairo.
“Esta revuelta tiene una prehistoria. La política egipcia no empieza el 25 de enero. Lo cierto es que se ha visto afectado por una extraordinaria oleada de protesta social desde al menos el año 2000. Esto no es ningún modo nuevo. De ningún modo es un fenómeno post-13 de febrero. Es algo que ha venido ocurriendo desde hace tiempo, con picos en 2006 y 2008, lo que da un peso extra a la protesta que se disparó entre los funcionarios, los policías y otros empleados públicos… Lo que muestra eso es una convergencia del viejo tipo de protesta con un ambiente político completamente cambiado. Ese es su significado…
“Así que, si queremos entender el significado de lo que ha pasado hoy, tenemos que vincularlo con la urdimbre de la política egipcia que empieza a configurar en 2000, para decirlo rápido, pero las protestas vienen ocurriendo ya desde los 90. Una de las protestas de mayor dimensión fue una huelga de los trabajadores de canteras en 1996, que realmente sacudió en su momento al país. Claro, nadie se acuerda ahora de eso.
“Pero, volviendo al extremo que quiero destacar, estamos entrando en un período, como observó Issandr, en un momento realmente revolucionario en la política egipcia: la constitución y el parlamento están suspendidos, pero, al propio tiempo, tenemos esta estructura social rodante en la que casi todo el mundo y prácticamente todos los sectores de la población están saliendo a la calle y buscando aprovechar la oportunidad política ofrecida por el cambio de régimen, y lo están haciendo porque ya sabían cómo hacerlo. Saben cómo ocupar y acampar en las calles. Saben cómo negociar con los ministros del gobierno. Saben cuánta gente hay que poner en una esquina para lograr que el ministro del gobierno vaya a hablarles a la esquina. Por eso es significativo, no porque el 13 de febrero sea un renacimiento de la política egipcia.” ( Mona El-Ghobashy, Democracy Now.)
La administración Obama no está “manejando los hilos” de esta revolución; la verdad es que está sin prácticamente margen de maniobra. Los EEUU tienen muy poco control sobre los acontecimientos de base, y todos sus esfuerzos se centran en el “control de daños”. Por eso sigue Obama con sus necios pronunciamientos, día sí y otro también, llamando a los manifestantes a a desempeñarse pacíficamente e invocando las palabras de Martin Luther King para calmar las aguas. Pero nadie presta la menor atención a lo que diga Obama. Es completamente irrelevante. También les taren al pairo los píos deseos de Hilary Clinton para que el Congreso asigne una partida para “ayudar al crecimiento de partidos políticos laicos”. ¿Para qué, si el caballo ya ha salido del establo?
Tampoco los militares egipcios tienen el control: por eso siguen emitiendo comunicados contradictorios , ora celebrando el triunfo en la Plaza Tahrir, ora amenazando con medidas drásticas si la gente no regresa a sus puestos de trabajo. Cuando los militares se decidan por una determinada estrategia y empiecen a reprimir masivamente a los trabajadores en huelga, empezará la revolución real y aparecerá una nueva realidad política. Nada galvaniza tanto la atención o conmueve más las propias raíces de clase que la sangre en la calle.
Y no hay fórmula establecida de antemano para dirigir una revolución, no hay libreto para el éxito. Cada revolución es diferente, como únicas son las aspiraciones de los pueblos empeñados en ellas. Rosa Luxemburgo se percató perfectamente de eso:
“La clase obrera moderna no lucha conforme a un plan preestablecido en algún libro de teoría; la lucha de los trabajadores modernos es una parte de la historia, una parte del progreso social, y en medio de la historia, en medio del progreso y en medio del combate aprendemos el modo en que debemos combatir… Eso es precisamente lo que resulta digno de alabanza de esa lucha: precisamente por eso, esta colosal pieza de cultura que es el movimiento obrero moderno define una entera época histórica: las grandes masas del pueblo trabajador comienzan por forjarse, a partir de su propia consciencia, a partir de sus propias convicciones y aun a partir de su propia comprensión de los acontecimientos, las armas de su propia liberación.”
El pueblo egipcio ha evitado una confrontación abierta con as fuerzas gubernamentales con una astucia impresionante. Pero el peligro de las medidas drásticas represivas sigue siendo muy real. Los trabajadores han presentado sus reivindicaciones, y en este nuevo ambiente de activismo político, es harto improbable que retrocedan mientras no consigan sus objetivos. No se conforman con la salida de Mubarak. Saben que “el nuevo amo es semejante al viejo amo”. Como declara en su Manifiesto, el Centro de los Sindicatos y Trabajadores de Servicios, no se trata ya sólo de “salarios decentes” o de “asistencia médica”; el pueblo egipcio “se niega a seguir viviendo una vida de humillaciones”.
Un extracto de ese Manifiesto de los sindicatos obreros:
“… 300 jóvenes han pagado con sus vidas un precio por nuestra libertad y por nuestra emancipación de la humillante esclavitud que padecemos. Y ahora, la vía, la senda, está expedita para todos nosotros…
“La libertad no es sólo una exigencia de la juventud… queremos libertad para poder expresar nuestras reivindicaciones y reclamar nuestros derechos … para poder encontrar una forma de gestionar la riqueza de nuestro país, los frutos robados de nuestro duro trabajo… para poder redistribuir con algún sentido de justicia… para que los diferentes sectores oprimidos de la sociedad puedan lograr más de lo que a ellos es debido y no tengan que padecer innecesariamente hambre y enfermedades.”
El pueblo egipcio quiere lo que le es debido: su libertad, su dignidad, y una porción equitativa del pastel. Y diríase que están en condiciones de conseguir todo eso.
Mike Whitney. Analista político independiente que vive en el estado de Washington y colabora regularmente con la revista norteamericana CounterPunch.
Traducción para www.sinpermiso.info: Mínima Estrella
Tomado: Revista Sin Permiso.info
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