El Partido Popular de España ha criticado duramente la serie televisiva “La República” a la que califican de socialista, sectaria, revisionista y anticuada. |
Recientemente, el Partido Popular de España ha criticado duramente la serie televisiva “La República” a la que califican de socialista, sectaria, revisionista y anticuada. “Una televisión pública moderna –dicen- debería desembarazarse de todos los fantasmas, de clichés ideológicos, de caspa revisionista y de formol monotemático”. La serie en cuestión, que no tiene aspiraciones historiográficas, se desarrolla en torno a una familia de la burguesía aristocrática madrileña que rechaza activamente al nuevo régimen, una de las muchas que con esas mismas características declararon la guerra a la II República antes incluso de que se instaurara porque para ellas derechos, lo que se dicen derechos sólo existían los suyos, es decir los que da la cuna, el dinero y la comunión católica. Es natural que ese partido critique un serial televisivo que no cuenta exactamente lo que ellos quieren que cuente, como es natural que no hayan condenado todavía el franquismo y se sientan muy a gusto con los programas televisivos y radiofónicos que hacen apología del genocidio franquista, que son muy abundantes en nuestro panorama mediático.
Pero no se trata ahora de hacer un análisis exhaustivo de la ideología que propagan los medios más escuchados, vistos y leídos. Eso lo dejaremos para otra ocasión y quizá para otro formato. De lo que se trata es de intentar explicar algo tan sencillo como la razón que lleva a los directores del principal partido de la oposición a hacer gala una y otra vez de su admiración, o cuando menos comprensión, hacia el régimen fascista español dirigido por Franco y la Iglesia católica, un régimen que sumió a España en la edad media, que mató y desapareció a cientos de miles de personas, que fomentó el robo de niños, humilló a todo el país y le hizo retornar a periodos olvidados por la mayoría de los países de nuestro entorno. La verdad es que no ha sido difícil e imagino que la mayoría de los lectores sabrán antes de seguir leyendo este artículo cual es la dificultad insalvable que tienen los líderes del Partido Popular de España para condenar el franquismo y por qué la facilidad desmesurada para criticar cualquier aproximación a aquel terrible periodo que se salga de los catecismos propalados por Pío Moa, Jiménez Losantos, Zavala, César Vidal o San Ricardo de la Cierva, ministro que fue de la extinta UCD. Sencillamente, quienes fundaron, dirigieron y dirigen el Partido Popular son franquistas, pero no sólo franquistas, admiradores del régimen criminal instaurado por Franco, sino que de no haberse instaurado la democracia monárquica en España, ellos mismos habrían sido los herederos naturales y exclusivos de Carrero Blanco, Arias Navarro, López Bravo, Silva Muñoz, López rodó, José Solís, Manuel Aznar, Blas Pérez, Esteban Bilbao o Manuel Fraga Iribarne.
Y ahí está el problema, en España, al contrario de lo que ocurre en el resto de Europa, no existe una derecha desligada de los regímenes fascistas que ocuparon los gobiernos europeos entre 1919 y 1945, sino una derecha hija de un régimen detestable que se acomodó a la democracia por necesidad, para poder seguir estando en la primera línea de fuego: En la Vieja Europa los partidos o los individuos que niegan las barbaridades nazi-fascistas son condenados por los jueces, por el contrario, en nuestro país son procesados quienes intentan esclarecer los crímenes de nuestro fascismo doméstico.
Veamos un ejemplo que estimamos esclarecedor, José María Aznar, hijo y nieto de franquistas muy comprometidos con el régimen, nombró como presidente de ENDESA a Manuel Pizarro, nieto a su vez de Manuel Pizarro, general de la Guardia Civil y al igual que los ascendientes de Aznar, amigo íntimo del caudillo de España. Es justo reconocer que los hijos no tienen que responder de los actos de sus padres y mucho menos de los abuelos, pero si en ningún momento de su vida son capaces de reconocer las atrocidades cometidas por ellos y las ensalzan, justifican, comprenden, tergiversan o ignoran, ya no estamos hablando de la responsabilidad de los ancestros, sino de la de ellos mismos, y es entonces cuando es preciso recordar algunas cosas: Manuel Pizarro Cenjor, siendo Gobernador Civil de Teruel, recibió en 1947 el encargo del generalísimo de todos los ejércitos imperiales de acabar como fuese con el maquis de la provincia bajo su mando. Pizarro se empeñó con tal celo en la misión que no dudó en aplicar la ley de fugas, en torturar, en desalojar pueblos enteros, en poner en práctica una estrategia de tierra quemada que al final logró eliminar a la guerrilla por falta de apoyos en los pueblos aterrorizados. Pues bien, en España, en la España heredera del general Pizarro, los maquis siguen siendo equiparados a delincuentes, ninguna ley ha reconocido su sacrificio ni su heroicidad al oponerse a pecho descubierto al fascismo: En Francia, los maquis que volaron trenes enteros cargados de nazis, que hicieron explotar bombas en cualquier lugar dónde hubiese “boches”, son héroes nacionales y Caballeros de la Legión de Honor, entre ellos muchos republicanos españoles que contribuyeron de modo sobresaliente a la liberación. Esa es, pues, una de las diferencias fundamentales, ¿cómo van a condenar el franquismo gente con Manuel Fraga, Manuel Pizarro o José María Aznar si ellos, sus padres y abuelos fueron colaboradore del tirano, si su ideología proviene de las hazañas familiares, de las obras completas de José Antonio Primo de Rivera y de la Formación del Espíritu Nacional?
Empero, la cosa no para ahí, los franquistas y sus descendientes que no hubiesen condenado expresamente la tiranía genocida debieron haber sido expulsados de la vida política española, tal como se hizo en el resto de Europa y tal como piden ahora los ciudadanos de los países árabes del Norte de África. Ya se sabe, Franco murió en la cama y no colgado de una farola gracias al apoyo de Gran Bretaña y Estados Unidos, pero los modos de esos personajes no afectan únicamente a la política, a la historia, y a la cultura, sino que también afectan de forma fundamental al sistema productivo del país que en buena parte sigue los paradigmas franquistas basados en el enchufismo, el clientelismo, el amiguismo, la especulación, el dinero fácil, la explotación del consumidor, la información privilegiada y la corrupción, lo que sin duda es una de las rémoras más pesadas de nuestra economía, un carga tremenda y urgente de remediar que no ha sido recogida en ningún pacto social ni se espera sea abordada en los próximos siglos, puesto que la mayor parte de las grandes fortunas patrias nacieron o se fortalecieron bajo el paraguas de San Francisco Franco Bahamonde, patrón de los liberticidas.
Recientemente, el Partido Popular de España ha criticado duramente la serie televisiva “La República” a la que califican de socialista, sectaria, revisionista y anticuada. “Una televisión pública moderna –dicen- debería desembarazarse de todos los fantasmas, de clichés ideológicos, de caspa revisionista y de formol monotemático”. La serie en cuestión, que no tiene aspiraciones historiográficas, se desarrolla en torno a una familia de la burguesía aristocrática madrileña que rechaza activamente al nuevo régimen, una de las muchas que con esas mismas características declararon la guerra a la II República antes incluso de que se instaurara porque para ellas derechos, lo que se dicen derechos sólo existían los suyos, es decir los que da la cuna, el dinero y la comunión católica. Es natural que ese partido critique un serial televisivo que no cuenta exactamente lo que ellos quieren que cuente, como es natural que no hayan condenado todavía el franquismo y se sientan muy a gusto con los programas televisivos y radiofónicos que hacen apología del genocidio franquista, que son muy abundantes en nuestro panorama mediático.
Pero no se trata ahora de hacer un análisis exhaustivo de la ideología que propagan los medios más escuchados, vistos y leídos. Eso lo dejaremos para otra ocasión y quizá para otro formato. De lo que se trata es de intentar explicar algo tan sencillo como la razón que lleva a los directores del principal partido de la oposición a hacer gala una y otra vez de su admiración, o cuando menos comprensión, hacia el régimen fascista español dirigido por Franco y la Iglesia católica, un régimen que sumió a España en la edad media, que mató y desapareció a cientos de miles de personas, que fomentó el robo de niños, humilló a todo el país y le hizo retornar a periodos olvidados por la mayoría de los países de nuestro entorno. La verdad es que no ha sido difícil e imagino que la mayoría de los lectores sabrán antes de seguir leyendo este artículo cual es la dificultad insalvable que tienen los líderes del Partido Popular de España para condenar el franquismo y por qué la facilidad desmesurada para criticar cualquier aproximación a aquel terrible periodo que se salga de los catecismos propalados por Pío Moa, Jiménez Losantos, Zavala, César Vidal o San Ricardo de la Cierva, ministro que fue de la extinta UCD. Sencillamente, quienes fundaron, dirigieron y dirigen el Partido Popular son franquistas, pero no sólo franquistas, admiradores del régimen criminal instaurado por Franco, sino que de no haberse instaurado la democracia monárquica en España, ellos mismos habrían sido los herederos naturales y exclusivos de Carrero Blanco, Arias Navarro, López Bravo, Silva Muñoz, López rodó, José Solís, Manuel Aznar, Blas Pérez, Esteban Bilbao o Manuel Fraga Iribarne.
Y ahí está el problema, en España, al contrario de lo que ocurre en el resto de Europa, no existe una derecha desligada de los regímenes fascistas que ocuparon los gobiernos europeos entre 1919 y 1945, sino una derecha hija de un régimen detestable que se acomodó a la democracia por necesidad, para poder seguir estando en la primera línea de fuego: En la Vieja Europa los partidos o los individuos que niegan las barbaridades nazi-fascistas son condenados por los jueces, por el contrario, en nuestro país son procesados quienes intentan esclarecer los crímenes de nuestro fascismo doméstico.
Veamos un ejemplo que estimamos esclarecedor, José María Aznar, hijo y nieto de franquistas muy comprometidos con el régimen, nombró como presidente de ENDESA a Manuel Pizarro, nieto a su vez de Manuel Pizarro, general de la Guardia Civil y al igual que los ascendientes de Aznar, amigo íntimo del caudillo de España. Es justo reconocer que los hijos no tienen que responder de los actos de sus padres y mucho menos de los abuelos, pero si en ningún momento de su vida son capaces de reconocer las atrocidades cometidas por ellos y las ensalzan, justifican, comprenden, tergiversan o ignoran, ya no estamos hablando de la responsabilidad de los ancestros, sino de la de ellos mismos, y es entonces cuando es preciso recordar algunas cosas: Manuel Pizarro Cenjor, siendo Gobernador Civil de Teruel, recibió en 1947 el encargo del generalísimo de todos los ejércitos imperiales de acabar como fuese con el maquis de la provincia bajo su mando. Pizarro se empeñó con tal celo en la misión que no dudó en aplicar la ley de fugas, en torturar, en desalojar pueblos enteros, en poner en práctica una estrategia de tierra quemada que al final logró eliminar a la guerrilla por falta de apoyos en los pueblos aterrorizados. Pues bien, en España, en la España heredera del general Pizarro, los maquis siguen siendo equiparados a delincuentes, ninguna ley ha reconocido su sacrificio ni su heroicidad al oponerse a pecho descubierto al fascismo: En Francia, los maquis que volaron trenes enteros cargados de nazis, que hicieron explotar bombas en cualquier lugar dónde hubiese “boches”, son héroes nacionales y Caballeros de la Legión de Honor, entre ellos muchos republicanos españoles que contribuyeron de modo sobresaliente a la liberación. Esa es, pues, una de las diferencias fundamentales, ¿cómo van a condenar el franquismo gente con Manuel Fraga, Manuel Pizarro o José María Aznar si ellos, sus padres y abuelos fueron colaboradore del tirano, si su ideología proviene de las hazañas familiares, de las obras completas de José Antonio Primo de Rivera y de la Formación del Espíritu Nacional?
Empero, la cosa no para ahí, los franquistas y sus descendientes que no hubiesen condenado expresamente la tiranía genocida debieron haber sido expulsados de la vida política española, tal como se hizo en el resto de Europa y tal como piden ahora los ciudadanos de los países árabes del Norte de África. Ya se sabe, Franco murió en la cama y no colgado de una farola gracias al apoyo de Gran Bretaña y Estados Unidos, pero los modos de esos personajes no afectan únicamente a la política, a la historia, y a la cultura, sino que también afectan de forma fundamental al sistema productivo del país que en buena parte sigue los paradigmas franquistas basados en el enchufismo, el clientelismo, el amiguismo, la especulación, el dinero fácil, la explotación del consumidor, la información privilegiada y la corrupción, lo que sin duda es una de las rémoras más pesadas de nuestra economía, un carga tremenda y urgente de remediar que no ha sido recogida en ningún pacto social ni se espera sea abordada en los próximos siglos, puesto que la mayor parte de las grandes fortunas patrias nacieron o se fortalecieron bajo el paraguas de San Francisco Franco Bahamonde, patrón de los liberticidas.
Pedro Luis Angosto
Tomado: Nueva Tribuna.es
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