4 may 2011

África cambia; Medio Oriente, a medias


Revuelta en Magreb y Medio Oriente
Los eventos que alteran el curso previsto de la historia se presentan, con frecuencia, como pequeñas luces distantes en medio de una antagónica oscuridad. Frente a nosotros, una nueva luz se asoma. Hablo de los movimientos en el norte de África. Explicar el origen de estos movimientos es tan complicado como predecir sus destinos. Pero se puede proponer que es el continente africano, no Medio Oriente, el que cambia.

El mundo árabe, poseedor de gran sabiduría, siempre ha discernido las jerarquías del poder. Sus anales están repletos de califas y sultanes. Entienden el poder y sus orígenes, al pueblo y a sus necesidades. Ejemplo de esto es el astuto movimiento del rey Abdulá de Arabia. Él prometió a los jóvenes de su reino recompensas monetarias, becas de estudio en el extranjero, perdón de deudas y creación empleos. Los árabes han aportado a la política, a la economía, a la cultura universal, por lo tanto, se adaptan y se mueven, quizá mejor que nadie, en el reducido espacio de las relaciones internacionales. A pesar de las permanentes diferencias entre grupos étnicos y religiosos, su vasta historia les da una ventaja sobre los países africanos: saben quiénes son y por donde caminar para llegar a su meta.

África, en cambio, tiene una memoria de explotación pero una muy corta historia independiente. Esto no quiere decir que no tenga historia. Es evidente que en África existieron imperios tan poderosos y temidos como en cualquier otro continente. Simplemente se advierte que su torturado pasado y su indefinido presente viven juntos. Esto frustra su progreso y evita una visión clara del futuro. Nigeria apenas festejó cinco décadas. Es decir, los hijos de la colonia viven.

El porcentaje de países africanos que son administrados, directa o indirectamente, por esta generación, es fantástico: 38 de 45 países de África continental tienen jefes de Estado de entre 57 y 87 años de edad. Robert Mugabe de Zimbabue y Girma Wolde-Giorgis de Etiopía siendo los de memoria considerable. ¡Una gerontocracia, desunida y poco sabia, dispone de los recursos de África cuando es este el continente con mayor número de niños y jóvenes en el mundo! Pero el dominio de la generación que recibió los frutos de la independencia se extingue.
Los países africanos crecen económicamente con inusual velocidad. Sólo que las riquezas llegan a manos de estos ancianos, que como cualquier abuelo, tienen mayor capacidad de evocación que de conjetura. Y en lo único que ayudan a los habitantes de su país es en elevar el promedio nacional de esperanza de vida. En el peor de los casos, el cambio político en África llegaría orgánicamente, con la muerte de sus líderes. Pero la asignación es otra.

África despierta. Ghana tiene una democracia ágil. Liberia, un país repleto de jóvenes por años de guerra civil, eligió a Ellen Johnson Sirleaf, una mujer, como presidente. La nueva generación de Costa de Marfil se está liberando de una democracia añeja, en donde se permite que dos obstinados ciudadanos planten gobiernos mientras sus compatriotas mueren. Durante el mes de febrero las nuevas generaciones protestaron en Yibuti, Gabón, Uganda y Sudán. Se aventuran a cuestionar el rumbo que sus dirigentes, todos autoritarios, eligen. Chad, Nigeria, Camerún, República de África Central, República Democrática de Congo, Yibuti, Benín y Zambia tendrán elecciones este año. Sudán del Sur recibió con brazos abiertos a miles de expatriados. Mientras inmigrantes huyen de Libia, la juventud africana empieza a preferir quedarse y luchar por un futuro en su continente en vez de buscarlo en otros.

El cambio se acerca. Por más iletrados, hambrientos y marginados que los pueblos de África se puedan mantener, las generaciones de jóvenes marchan imparables hacia su destino. Marcha que avanza poco a poco, país a país, y cuando finalmente se apoderen, ellos, los jóvenes africanos, de su destino, será una de las más brillantes estrellas en la historia de la humanidad. Y sólo ahora estamos presenciando su despertar.

Alexander Naime Sanchez-Henkel

Tomado: La Jornada.unam.mx

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