4 jun 2011

Hacer la guerra “en nombre” de las víctimas


Bombarderos en Libia: La ideología imperial

Tal como la vemos desarrollarse desde Kosovo a Libia, la “guerra humanitaria” se acompaña de una retórica cada vez más sofisticada según la cual la OTAN actuaría en nombre de las víctimas que no pueden actual ellas mismas. Según los sociólogos Jean-Claude Paye y Tülay Umay, este discurso corresponde a una evolución profunda de las mentalidades europeas para la cual el culto al sufrimiento prevalece sobre la comprensión de la realidad política. El resultado de ello es una forma de derecho que ya no trata de detener la espiral de la violencia sino que, por el contrario, la alimenta.

La estructura imperial no conoce ningún tercero. La guerra contra Libia recibió un mandato de la ONU contra el que ni China ni Rusia opusieron veto. Tanto en Estados Unidos como en Europa la oposición a este conflicto es débil. La guerra desencadenada por los occidentales se hace en nombre de la defensa de las víctimas, de las poblaciones indefensas que no podían sino ser masacradas por Gadafi. La imagen de la víctima es unificadora. Es un fetiche destinado a ocupar y a suprimir el lugar del tercero. Reduce a las víctimas reales al estado de infans, de personas que no tienen acceso a la palabra. El discurso del poder captura incesantemente esta imagen. Éste ocupa el lugar de las víctimas reales y entra así en lo sagrado. Lo político y lo simbólico se confunden. Es lo que suprime todo dispositivo de seguridad contra la violencia. Ésta se vuelve permanente, fundadora. Así, la estructura imperial es denegación de lo político.

La guerra humanitaria: una guerra contra el lenguaje
El discurso de nuestros gobernantes es un elemento esencial para comprender la intervención militar en Libia. Si no permite entender lo que ocurre sobre el terreno ni los retos materiales del conflicto, permite ver que la “guerra humanitaria ” también es una guerra contra el lenguaje. Nos sitúa en la imagen y suprime así toda posibilidad de oposición. La tribuna del 15 abril de Barak Obama, Nicolas Sarkozy y de David Cameron, publicada conjuntamente por The Times, The International Herald Tribune, Al-Hayat y Le Figaro, nos comunica que “no se trata de desposeer a Gadafi por la fuerza. Pero es imposible imaginar que Libia tenga un futuro con Gadafi” [1]. Esta declaración pone juntas dos proposiciones contradictorias. No se trataría de una acción militar contra Gadafi, pero es impensable que tras esta intervención éste permanezca en el poder.

Esta proposición se inscribe perfectamente en el oxímoron construido por la guerra humanitaria: dos términos que se incluyen y que aquí se fusionan. Este procedimiento tiene el efecto de invertir el sentido de cada noción. La guerra es la paz y la paz es la guerra. La intervención militar se identifica con la paz puesto que se desencadena en nombre de la salvaguarda de las poblaciones. Por lo que se refiere a la intencionalidad humanitaria, ésta excluye toda negociación y se realiza únicamente por medios militares.

El objetivo humanitario declarado no se relaciona con los medios militares empleados y sus consecuencias sobre las poblaciones. El descifrado de lo real sólo podría ser una traba para la realización de los objetivos de esta guerra: la protección de las poblaciones indefensas. Así, no se rechazan los hechos pero como en la epokhé de la fenomenología de Husserl [2], se suspende su observación para dar paso a la mirada, al sentido dado. Se trata de liberar a éste de la observación de los objetos con el fin de hacer ver la interioridad de la guerra humanitaria, su intencionalidad pura: el amor a la víctima.

La voz de las víctimas
La tribuna nos confirma que lo que estaría en la base de la intervención es verdaderamente el llamamiento de las víctimas. Pero declarando “que es impensable que alguien que haya querido masacrar a su propio pueblo desempeñe un papel en un futuro gobierno libio ” añade un elemento suplementario, el de la capacidad de nuestros gobernantes de anticipar el grito de las poblaciones. Esta anticipación nos confirma que no tiene por objeto a las víctimas concretas, sino a su imagen.

Lo que permite designar a la víctima no es la materialidad de los hechos, la represión sufrida o las masacres realizadas, sino únicamente la mirada pura, liberada de todo objeto de percepción, que el poder dirige sobre los acontecimientos. Aunque fueron reprimidos violentamente por sus gobernantes con el apoyo de tropas de una potencia extranjera, Arabia Saudí, los habitantes del Emirato de Bahrein no son designados como víctimas. Al contrario, las poblaciones libias sólo pueden ser masacradas por Gadafi, aunque no se haya presentado ninguna prueba de ello a parte de las intenciones proclamadas del propio dictador.

La voz de las poblaciones bombardeadas por Gadafi es la instalación de una imagen, de un significado originario que nos instala en la psicosis. Es creación de una nueva realidad, liberada de la función lingüística y que se apodera de nosotros. También aquí la percepción de los hechos se debe poner entre paréntesis. La voz de las víctimas es el soporte de una creación ex-nihilo. Husserl hablaría de una intuición originaria. Se trata de la procreación de una nueva realidad, la del establecimiento de un nuevo orden internacional que ya no esta estructurado por oposiciones y conflictos de intereses sino por el amor hacia los pueblos víctimas de los tiranos.

Una estructura psicótica
La voz, llevada por la ihttp://www.voltairenet.org/ecrire/?... de la víctima, nos llama desde el exterior, pero no habla. Su acción es silenciosa, pero dice la verdad. Se plantea en tanto que sentido, en tanto que significado originario. Es lo que se pone en el lugar de lo que que al trabajar sobre la estructura psicótica Lacan designó como el significado originario, lo simbólicamente real, la parte de lo real que es simbolizado directamente [3]. En tanto que permite la inscripción de lo real el logos, lo simbólicamente real, es la posibilidad de un devenir. Por su parte, la imagen de la voz de la víctima anula toda inscripción, toda capacidad de simbolización de lo real. Suprime la función de la palabra y así toda posibilidad de oposición. Nos instala en un silencio traumático.

La guerra humanitaria, ordenada por la imagen de la víctima, nos introduce así directamente en lo sagrado. Las masacres, que la intervención militar ha impedido, existen gracias a la imagen de la voz de las víctimas que los dirigentes occidentales han sabido escuchar preventivamente. La violencia del dictador, expuesta en el discurso, parece sin objeto. Como teorizó René Girard en La violencia y lo sagrado [4], tiene un carácter originario.

Adopta también la forma de la venganza, de dos violencias miméticas, una fuera de la ley, las masacres que Gadafi no puede realizar, y la otra, más allá de la ley, basada en lo sagrado, en el amor a la víctima. Ya no hay tercero, la ONU está anulada. Su autorización de proceder a la creación de un espacio aéreo para proteger a las poblaciones no sólo es violada inmediatamente por el compromiso en el lado de los insurgentes, sino también denegada por el discurso, por la declaración concomitante de que Gadafi debe partir. La imagen de la víctima nos sitúa fuera del lenguaje. Derroca así la Ley y suprime todo dispositivo de seguridad contra la violencia.

La “guerra contra el terrorismo”
La imagen de la víctima no es sólo el paradigma de la “guerra humanitaria ” sino también el de la “ guerra contra el terrorismo ” que fusiona hostilidad y acto criminal. El destacar a la víctima en la lucha contra el terrorismo se inscribe en una mutación global del derecho. El conjunto del orden jurídico se reorganiza en torno a esta imagen. La supuesta necesidad de vengar a la víctima invierte la función del derecho que era establecer salvaguardas contra la violencia.

El 11 de marzo la Unión Europea y los Estados miembros organizaron una jornada de conmemoración de las víctimas del terrorismo. El “Día de la víctima” se inscribe en el marco de la lucha contra el terrorismo, pero también, más globalmente, en la mutación del derecho registrada desde hace una decena de años. Los representantes de la UE también establecieron una relación directa entre esta conmemoración y la atención prestada por Europa a las “revoluciones” en los países árabes [5]. La particular escucha de las instituciones europeas en relación a los pueblos oprimidos permitiría a éstas dar consejos de democracia a los nuevos gobiernos tunecino o egipcio y hacer a estos últimos compartir los “valores fundacionales” de la UE. Las declaraciones institucionales europeas durante el Día de víctimas nos enseñan que es también el grito de las víctimas lo que justificaría la intervención militar, bajo dirección estadounidense, de los Estados miembros [de la UE] en Libia, con lo que se da a estos últimos el derecho a la injerencia.

Estas “voces” que deberíamos oír, ya sea en Libia, en Iraq, en Afganistán, en Costa de Marfil, justifican las intervenciones por medio de la ayuda a las víctimas de los regímenes contra los que se combate.

Una inversión del orden jurídico
Hoy la víctima es emblemática del discurso estatal y es particularmente movilizada por el proceso penal. Esta reorganización del derecho es común al conjunto de los países occidentales. En Bélgica, como ya nos mostró en 1998 la llamada ley “petit Franchimont” [6], su invocación sirvió de referencia para las reformas de la Justicia de este país, es decir, para el debilitamiento del juez y para la concentración de poderes en manos del Ejecutivo [7]. Francia no va a la zaga en lo que concierne al desencadenamiento de la ideología victimaria. Así, los jueces de aplicación de penas deben avisar obligatoriamente a las víctimas de las puestas en libertad condicional, hoy escasas en nombre de un pervertido principio de precaución.

Instaurar una primacía de la víctima sobre la ley opera una conmoción del sistema penal. Hoy cada vez más penas quieren responder al eventual deseo de venganza de la víctima. Se ha desplazado el papel de la ley. Su función primera era detener la violencia. Actualmente se cuestiona este freno. Se nos arrastra a un proceso infinito de castigo y de victimización. La víctima tampoco puede hacer su duelo. La víctima es un estado permanente, una esencia que niega el papel normalmente pacificador del derecho. La víctima se vuelve la inscripción icónica que atestigua la protección y el amor del poder hacia nosotros.

La solución jurídica que consiste en satisfacer los supuestos deseos de la víctima opera un desplazamiento de la responsabilidad del acto hacia la reparación de los daños. Procede así a una inversión del sistema de derecho, organizado en torno a los derechos y deberes del ciudadano respecto a la comunidad, en una práctica jurídica centrada en el individuo y los valores .

El poder víctima del terrorismo
La lucha contra el terrorismo aporta una dimensión suplementaria. Fuera de todo análisis de la realidad, la voz de la víctima es la que revelaría la verdadera naturaleza de los terroristas: unos criminales que “matan y causan enormes sufrimientos”. Así el grito, la invocación del dolor crea una imagen. Plantea el acto fuera de todo contexto político o social. Un conjunto de atentados que no tienen ninguna relación entre ellos: el desmoronamiento de las torres del World Trade Center, los ataques contra las fuerzas de ocupación estadounidenses en Iraq o en Afganistán, los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid se consideran idénticos. Todos estos actos resultarían de una violencia sin objeto, de una violencia pura. La lucha contra el terrorismo construye una imagen que hace pensar en la noción de violencia originaria desarrollada por René Girard en su teoría de la víctima emisaria [8], una violencia inexplicable, pero fundadora de la organización social.

Del mismo modo, la violencia terrorista existiría por sí misma, no tendría sentido. En ausencia de sentido el lenguaje retrocede. Lo que se dice simplemente hace ver, escuchar. El lenguaje se convierte en ruido, grito, significante puro. Es construcción de una imagen unificadora y englobante: la voz de la víctima. Ésta opera una fusión entre el espectador y el horror exhibido. Se hace imposible la representación. El efecto sustituye al análisis y a la razón.

Las incriminaciones que castigan el terrorismo operan un segundo desplazamiento. La lucha tampoco se organiza solamente en nombre de una víctima cualquiera. El poder no sólo es el representante de la víctima, sino que ocupa el lugar de ésta. En efecto, lo que especifica un acto como terrorista no es tanto la propia acción como el hecho de que se lleve a cabo con la intención de hacer presión sobre un gobierno. La incriminación del terrorismo permite al poder plantearse a sí mismo en tanto que víctima.

Big Mother
La jornada de conmemoración del 11 de marzo se inscribe en este esquema. La iniciativa de la Unión Europea sería el resultado de una responsabilidad particular de los Estados miembros en relación a las víctimas porque “los terroristas atacaría a la sociedad en su conjunto”. Todos nosotros seríamos víctimas en potencia. La fetichización de la víctima real realiza una fusión entre ésta, las poblaciones y el poder.

La lucha contra el terrorismo organizaría la defensa de todos contra esta violencia ciega. Para ello fusiona estado de guerra y lucha contra la criminalidad. Suprime toda distinción entre el exterior y el interior, entre guerra y paz. El Estado pone en tela de juicio el habeas corpus de sus ciudadanos y les aplica medidas de vigilancia que antes estaban reservadas a los enemigos del país. El estado de guerra se vuelve permanente, ilimitado contra un enemigo indefinido con múltiples rostros que puede ocultar el de cada uno de nosotros ya que Estados Unidos puede perseguir a cualquier persona designada como terrorista, a saber, denominada “enemigo combatiente ilegal” por el poder ejecutivo [9]. Ya víctimas, podemos convertirnos en terroristas. Por consiguiente, la fusión entre la víctima, el terroristas y el poder es completa.

Este orden político psicótico, basado en el amor a la víctima, nos manda abandonar nuestras libertades constitucionales y renunciar a ellas para estar protegidos del otro y de nosotros mismos. Esta estructura política maternal suprime toda separación entre el Estado y el ciudadano. Transformando la vídeo-vigilancia en vídeo-protección la ley francesa LOPPSI 2 [10] opera una mutación semántica característica de la atención que nos presta Big Mother.

Hablando en nombre de la víctima y posicionándose como ella el poder entra en lo sagrado. Fusiona orden político y orden simbólico. Como ya lo expresó Georges W. Bush en su guerra del Bien contra el Mal, el poder ocupa directamente el lugar del orden simbólico. Fundando su legitimidad en el icono de la víctima nos sitúa en una violencia sin fin. La lucha contra el terrorismo se inscribe así en lo trágico tal como lo escenificó la tragedia griega. Nos sitúa en una violencia infinita, que siempre se renueva porque ya no hay principio protector de la vida, de orden simbólico articulado al poder político. El psicoanálisis nos enseña que es precisamente este fantasma de la unificación con la madre imaginaria, aquí con el Estado como madre simbólica, lo que está en la base de esta violencia sin límites, esto es, sin objeto, y contra la que pretende combatir la lucha contra el terrorismo.

Jean-Claude Paye / Sociólogo. Último libro publicado en español: El Final Del Estado De Derecho: La Lucha Antiterrorista: Del Estado De Excepción A La Dictadura, (Argitaletxea Hiru, 2008). Último libro publicado en inglés: Global War on Liberty (Telos Press, 2007).

Traducido del francés por Beatriz Morales Bastos

Tomado: Red Voltaire.org

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