Rafael Barradas. Ilustración: Revista Sin Permiso |
Pero una brisa no es más que una brisa; nos acaricia plácidamente y continúa su camino. No logró convertirse en tormenta, de esas que necesita este país para cambiar sus estructuras, y no por falta de energías, sino debido a la falta del combustible esencial para producir la reacción que se precisa para remover las estructuras estatales: faltaba una pancarta que proclamara abiertamente: "Stop the Occupation" .
Los jóvenes manifestantes exigen acceso a la vivienda, y reparto equitativo de las riquezas estatales. Protestan contra los banqueros y los grandes monopolios capitalistas que amasan fortunas a costa del pueblo trabajador. Pero para entender la razón de que este levantamiento no haya llegado lejos hay que prestar atención a lo que permanece oculto, más que a lo que sale a la superficie de las eivindicaciones. En ningún momento ha surgido de aquellas carpas una demanda de cambio estructural en el orden de prioridades nacionales que implique replegarse de los territorios palestinos ocupados y poner fin a inversiones astronómicas en asentamientos e infraestructuras militares al servicio de colonos derechistas. Al evadirse premeditadamente del tema palestino, bajo la suposición de que de esa manera lograrán movilizar a más simpatizantes, y al desentenderse del tema central por el cual los fondos estatales no llegan a sus legítimos destinatarios, vaciaron la protesta de contenido convirtiéndola en un festival juvenil más que en un levantamiento social. Estos jóvenes no han captado que justicia social y lucha contra la ocupación son dos caras de la misma moneda. Ocupación y justicia social son dos conceptos contrapuestos, que se acoplan a otras tantas contradicciones que caracterizan al Estado de Israel, como aquella pretensión de ser un país "democrático" y " judío" a la vez o la intención de mantener la ocupación y seguir siendo democrático al mismo tiempo. Israel está atrapado en una encrucijada, debe elegir entre dos alternativas: gastar su presupuesto en los territorios ocupados a cuenta de las clases sociales más estragadas, o hacer un giro de 180 grados, evacuar la tierra palestina y destinar esos fondos a las capas más frágiles y vulnerables de la sociedad israelí. Ambas cosas no pueden convivir juntas; ocupación o justicia social: estas son las alternativas. Una disyuntiva que lamentablemente brilló por su ausencia en las manifestaciones y protestas.
El perfil a-político o "pluralista" –como prefieren denominarlo— que estos jóvenes se esfuerzan por mantener no es solo producto de una elección estratégica, sino de una incapacidad intrínseca para comprender la patología nacional. La ausencia del tema palestino en el discurso de los indignados es producto de la hegemonía del paradigma nacionalista, y reflejo de una sociedad que ya no se reconoce fuera del conflicto, que ha perdido toda esperanza de solucionarlo. y por lo tanto, lo excluye de todo proceso de cambio social. Al excluir el conflicto palestino, estos jóvenes cometen un error táctico y moral, dado que es imposible abordar el tema de la justicia social al margen del conflicto palestino, salvo que su intención sea conformarse con migajas. Sin una retirada de los territorios ocupados, la economía israelí seguirá su rumbo hacia el precipicio que nos espera al final de la pendiente. Si los estudiantes no alzan la bandera anti-ocupación, el sistema terminará desgastándolos y el país seguirá enterrándose cada vez más en un pantano sin salida. Durante el levantamiento de mayo del 68 en el barrio latino de Paris, Jacques Lacan agredió a los jóvenes manifestantes acusándolos de que lo único que pretendían era "cambiar de amo". De los indignados de Tel Aviv tal vez sería más justo decir eso mismo. Por momentos, parecería que lo que piden no es un cambio de sistema, sino tan solo recibir una porción de la tarta nacional para poder disfrutar ellos también de la gran orgia estatal.
La sociedad israelí se ha despertado, pero todavía no sabe qué camino tomar. Frente a demandas tan reduccionistas, nada mas fácil para el gobierno que manipular a las masas con algunos arreglos cosméticos. El israelí demostró ser demasiado sumiso para cambiar el patrón de votación, y las capas más deterioradas seguirán apoyando a aquellos partidos de derecha que paradójicamente son los que más atacan a la clase media.
Es prematuro resumir este periodo. Parte de mis compañeros sostienen que se está gestando un cambio que tarde o temprano acabará con el sistema. La prestigiosa periodista Amira Hass sostiene que un pueblo que comienza a reflexionar sobre justicia indefectiblemente llegará a la conclusión de que justicia y ocupación no pueden convivir juntos , y hasta que ese momento llegue, el deber de la izquierda israelí consiste en tomar parte activa en la protesta y canalizarla en la debida dirección. Ojala tengan razón, y sea yo quien se equivoca.
Meir Margalit es un dirigente político de la izquierda muncipal israelí en Jerusalén, miembro del Consejo Editorial de SinPermiso.
Tomado: Revista Sin Permiso
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