23 oct 2011

Al fin, Justicia


Imagen: Guadalupe Lombardo
Alfredo Astiz, Jorge “El Tigre” Acosta, Ricardo Miguel Cavallo y otros quince represores recibirán su primera condena por torturas, desapariciones y asesinatos. Los hitos del juicio. Las víctimas como sujetos políticos. La violencia de género.

El miércoles se conocera la sentencia contra dieciocho represores de la ESMA

Un círculo que se cierra para Martín Gras. Con los represores y con sus compañeros que no salieron de la ESMA. La certeza de Graciela Daleo de que la Justicia debe reconocer el carácter de perseguidos políticos de las víctimas. Ser mujer en la ESMA. Los relatos de quienes desnudaron situaciones de violencia sexual. La construcción de una acusación de la violencia de género. La posibilidad de pensar la ingesta de cianuro no como suicidio sino como homicidio. Rodolfo Walsh: los vecinos que hablaron por primera vez. Los cuerpos desaparecidos y, pese a que no hay cuerpos, el reclamo de que los marinos sean juzgados por homicidio. Los represores que hablaron más que otra veces. Sus mujeres. Jorge Bergoglio obligado a declarar. La individualización de cada uno de los integrantes del grupo de la Santa Cruz. El vecino que permitió probar el secuestro de Remo Berardo. Son solo algunas imágenes, algunos hitos que dejan los dos años del primer juicio oral por crímenes cometidos en la Escuela de Mecánica de la Armada, que espera la sentencia el próximo miércoles 26 de octubre.

El juicio que empezó el 11 de diciembre de 2009 es solo uno de los tramos de la megacausa: 18 represores por 86 víctimas. El proceso resultó más largo de lo imaginado, hubo demoras por el modo en el que el Tribunal Oral No 5 diseñó el juicio y por una de las singularidades de la ESMA: es uno de los pocos centros clandestinos con supervivientes que pasaron uno, dos y hasta cuatro años secuestrados. La densidad de esos relatos le dieron al juicio otra singularidad. La sala tuvo múltiples querellas, integradas por organismos de derechos humanos que multiplicaron las voces de la acusación pero también las perspectivas. Y defensores, sobre todo privados, que a través de las intervenciones hicieron un culto al “heroísmo de los mártires”. Los más moderados hicieron gala de la teoría de los dos demonios y en general se calificaron como víctimas y perseguidos.

El Tribunal venía de dos antecedentes preocupantes: el juicio al prefecto Héctor Febres muerto por un aparente envenenamiento a días de la sentencia y el juicio a los jefes de área, en el que absolvió a tres de los cinco acusados. El presidente del tribunal cambió, pero los antecedentes no dejaron de operar como referencias de contexto y aumentan ahora las expectativas en el tramo final.

Las marcas

El juicio que termina dejó marcas simbólicas y jurídicas, algunas de las cuales se terminarán de entender con el tiempo. Una se refiere a lo que se está diciendo ahora de nuevo sobre la ESMA: qué pasó en estos años con los relatos de los sobrevivientes. ¿Es la misma ESMA la que están contando ahora que la que contaron en los primeros años de libertad? ¿Qué dicen que no decían? ¿Cómo actúa el contexto?

Durante el juicio hubo dos clases de testigos históricos: unos vienen declarando en distintos estrados desde los ’80 y otros son históricos pero dieron su testimonio por primera vez públicamente en este debate. Además, cobraron espacio voces de los llamados “testigos de contexto”, entre ellos vecinos que presenciaron operativos y hasta ahora no habían hablado, como en el caso de Rodolfo Walsh, entre los que hubo alguno que hasta ahora no sabe quién era la víctima.

Los que vienen declarando desde antes de la Conadep dicen que entonces necesitaban probar la existencia de los centros clandestinos, de los desaparecidos o reconstruir sobre la nada los apodos y nombres de los represores. Eran prioridades. Con el paso del tiempo, muchas de estas cuestiones quedaron fuera de duda, aunque se siguen buscando víctimas e intentando identificar represores. Pero, liberados de los mandatos de la prueba, algunos parecen haber hablado de otras cosas.

Miriam Lewin, Martín Gras, Lila Pastoriza o Graciela Daleo, por ejemplo, ya habían sido “casos testigo” en el juicio a los ex comandantes. Llegaron aquí, aparentemente, después de haberlo dicho todo. ¿Fue así? Uno de los datos que cruzaron a todos es que por primera vez hablaron frente a sus represores. Y cada uno buscó entradas diferentes.

La declaración de Martín Gras fue una de las más extensas, duró cuatro o cinco horas y permitió sistematizar la lógica de la ESMA. Cuando terminó de responder preguntas, le preguntaron si todavía quería decir algo. Iba a decir que no, pero levantó la cara y se encontró con la mirada de Juan Carlos Rolon. Ahora está convencido de que en ese momento, 32 años después, cerró el círculo que había empezado en la ESMA.

“Para ir a declarar intenté actualizar algún dato o nombre, pero no fue una preparación –dice–. Cuando llegué me senté, empecé a hablar y seguí hablando y sentí que no paraba. La sala desapareció, y le miraba la cara a ellos. Ver una cosa vacía, opaca... fue tremendo y al final me sentí en la obligación de contar una anécdota.” Hace 32 años –contó–, cuando lo estaban por poner en libertad, un oficial le trajo un diario en cuya tapa había una foto de un oficial de policía del gobierno del Sha en Irán que se estaba cayendo. El oficial trataba de escapar de la multitud que le arrancaba el uniforme a pedazos. “Me lo tira en el camastro. ‘¿Y eso?’, le pregunto. El me pregunta si yo pensaba si algún día podía pasar eso en Argentina. ‘No sé’, le dije, porque son avatares históricos, pero le dije además que si la pregunta era si yo pensaba que en algún momento él iba a tener que rendir cuentas, yo pensaba que sí.” El oficial le preguntó si estaba pensando en Nuremberg. Gras le contestó que no sabía qué forma iba a tener la rendición de cuentas en Argentina:

–Pero si hubiera un juicio, ¿vos testimoniarías? –me preguntó–. Le dije que sí.

–¿Y vos dirías que yo te torturo? –insistió.

–Usted tortura –le dije.

–Pero vos sabés que a mí no me gusta torturar.

–Es cierto.

–Sabés que cuando estoy de oficial de Inteligencia de turno, muchas veces me encierro en el camarote, apago la luz, cierro la puerta y no contesto las llamadas para no tener que torturar.

–Es cierto, pero también es cierto que a veces te encontraron y torturaste.

–¿Pero vos dirías eso, que a mí no me gusta torturar?

–Sí, lo diría, pero también diría que llegado el caso torturaste.

–Bueno, me parece bien porque entonces dirías la verdad.

“Quiero decirle al oficial con el que tuve ese diálogo que está presente en la sala –explicó–, que he cumplido escrupulosamente con el compromiso que asumí con él en el año 1978.” Gras lo miró a la cara, pero el ex oficial bajó los ojos. “Yo sentí que estaba cerrando el círculo: había cumplido con mi palabra, contaba que esa persona no sentía placer, era torturador, no sádico, porque son cosas diferentes y, fundamentalmente, declaré la verdad con absoluta rigurosidad, que era el mandato de los compañeros.”

Martín declaró por primera vez en 1980 en Ginebra. En la línea de relatos constantes, dice que lo que contó desde entonces –incluso algunos hechos que la prensa española no creía y sobre los que le decían que dejaran huecos vacíos porque parecían locuras que ponían en duda toda la historia– se probó: “No varió nada”, señala. “No hubo contradicciones, lo que parecía fantástico quedó confirmado por todas las investigaciones y todo se ha podido probar.” Por otro lado, lo sorprendió la “absoluta incapacidad de reflexión de los represores: no te digo algo así como un pedido de perdón, sino un atisbo de reflexión sobre los resultados que los dejaron con el rechazo de la sociedad, en un camino ciego”.

Lila Pastoriza llegó al juicio después de mucho declarar, probar, reconstruir y con la sensación de que esta vez “no tenía que probar nada”. En ese contexto, se encontró hablando largo de los compañeros menos conocidos: “Mi intervención inicial, la que dije sin preguntas, fue sobre lo que había vivido fundamentalmente en Capuchita, las cosas, la gente que había conocido. Fue larga pero ni siquiera muy pensada, sí quería hablar de toda la gente en una etapa donde no son los casos más conocidos porque estaban relatados por otros compañeros, me dediqué a hablar sobre eso en una descripción de cómo era cada uno. Los que me escucharon me dijeron que era como si ellos vivieran en mí”.

Lila y Graciela Daleo subrayan un eje que aparece como otra de las estructuras del juicio: la posibilidad de recuperar sus historias en términos de identidades políticas, en un escenario no sólo de época, sino y especialmente en el espacio de la Justicia.

“En el juicio a las Juntas uno sentía que lo fundamental era dejar constancia, probar eso que había ocurrido –dice Lila–. Había que dar un primer paso y lo fundamental era decir que se habían cometido esos delitos, qué había pasado en la ESMA, quiénes habían estado implicados. Y contar: los sobrevivientes sentíamos la necesidad de contar lo que nos había ocurrido, los nombres, pero dominado por la prueba en una situación donde no se podía hablar de militancia política, había que disimularla, había una zozobra grande y situación de cierto temor porque temías que los abogados de las defensas te impugnaran por la presencia la teoría de los dos demonios.” En lo sustancial, asegura, “en este juicio no pasó y hubo una fuerte legitimación de la participación política: cada cual lo hizo a su manera, algunos orgullosamente, otros lo dijeron pero no lo levantaron, otros lo dimos como algo natural sin hacer demasiado hincapié”.

Se notó, entre otros, en el testimonio de Daniel Cabezas, el hijo de Thelma Jara de Cabezas, que hizo hincapié en la vida de militantes políticos de la familia. Los almuerzos de los domingos atravesados por lo que cada uno hacía en sus campos de trabajo. En esa línea, Graciela Daleo está convencida de que hay algo nuevo en la lógica del perseguido político, que las querellas están haciendo hincapié en la instalación de esa situación como agravante. “Decir que hubo una persecución política y destruir la idea de que a los individuos se los llevaban aisladamente porque los nombres estaban anotados en una agenda: militantes políticos no necesariamente vinculados a una organización, hoy lo podemos decir, en el ’85 todos decíamos a lo sumo que habíamos estado en la JP porque si no íbamos en cana. Así como las compañeras pueden decir que sufrieron agresiones sexuales, también tenemos hoy una plataforma para asumir la militancia en el ámbito judicial.”

Ministaff

Otra característica del juicio es que por primera vez se oyeron a varios secuestrados del ministaff, uno de los espacios de supervivencia más estigmatizados. “Hablé del ministaff, de que lo creó El Tigre Acosta, del uso que le dio para reinar mientras imponía la desconfianza entre nosotros y eso le permitía mantener el poder para seguir con su proyecto. Yo, por lo menos, no elegí ocupar ese lugar”, asegura Marta Alvarez. Hay hoy una escucha distinta que habilita esos relatos.

La fiscalía pidió, por ejemplo, el testimonio de Miguel Angel Lauletta, que, entre otras cosas, habló del operativo de secuestro de Rodolfo Walsh. Lauletta declaró varias veces en instrucción, trabaja hace años con el Equipo Argentino de Antropología Forense pero no había declarado en un juicio oral. En línea con el carácter reparatorio, poco después de empezar, dijo que para salvar a su mujer y su hijo dio los datos de una cita en la que cayeron cinco de sus compañeros. En ese momento, lloró. Cuatro de esos cinco compañeros, contó, están desaparecidos.

Pese a todo, muchos sobrevivientes no estuvieron en esos momentos en la sala. Algunos no logran todavía escuchar estos relatos, otros los escucharon cuando desgrabaron los testimonios para los alegatos. “Fue tremendo, dice una de las históricas, siento que uno puede evaluar ahora el rol del ministaff no tan pegada a la experiencia propia, más distante y menos amenazante, que también puede ver que fueron víctimas en una situación muy difícil, anterior a la nuestra. Además, veíamos todo lo que nos había pasado a nosotros que no sabíamos en ese momento, a partir de las declaraciones de otra gente ves más en conjunto la cuestión.”

Ellos

La espalda de Miriam Lewin es tal vez una de las imágenes más reproducidas del Juicio a las Juntas. Ese proceso fue trasmitido sin voz ni caras, con los protagonistas de espaldas. El juicio del Tribunal Oral No 5 que terminará el miércoles tuvo imagen y voz pública solo en el comienzo y en el final, porque los jueces, amparados por una acordada de la Corte Suprema, quitaron la posibilidad de la trasmisión completa en vivo.

La disposición de la sala auditorio de los tribunales de Comodoro Py reformó el espacio para el público presente: el testigo habla de frente a los acusados y al público. “Pasan los años y en lugar de ser más fácil, la declaración se vuelve más dolorosa, por lo menos en mi caso”, dice Miriam. “La presencia de los verdugos en la sala es una presión que no existió en el Juicio a las Juntas, nunca habíamos tenido contacto con ninguno salvo Massera que aparecía en su rol más político, no de represor. Pero verles las caras enfrentando a un tribunal fue reparador, sin embargo. A casi todos los volví a ver por primera vez en ese momento, salvo a Acosta, con quien me había cruzado en la calle varias veces. De todos modos, ellos decidieron no estar presentes en la mayor parte de las jornadas.”

Alejandra Dandan.

Tomado: Página 12.com.ar
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