En medio de la fiebre de "estudios comunistas" que crece desde hace un par de años en la academia y las librerías, algunos adelantos hacían esperar la publicación del trabajo de Gerardo Leibner con ansiedad. Finalmente “Camaradas y compañeros: una historia política y social del comunismo” fue editado este mes por Trilce y su autor -nacido en Montevideo en 1965, pero residente en Israel desde los años 70- estuvo aquí presentando la obra.
-¿Por qué hablar de una historia de “los comunistas uruguayos” y no de una historia del PCU?
-En el ámbito de la historia institucional del PCU puedo hacer un análisis interesante de su trayectoria política, pero no puedo ver el porqué. Cuando empecé a recopilar materiales para esa historia institucional, me fui dando cuenta de que hay explicaciones extra institucionales para algunos de los procesos. Los documentos clásicos de la historia del PCU no terminan de explicar cuestiones clave, principalmente el viraje de 1955. El segundo motivo es que los Partidos Comunistas tienen la singularidad de ser partidos de militantes, pueden tener dirigentes muy capaces pero no pueden prosperar sin una masa de militantes con un alto grado de dedicación. Para entender cómo se pasa de un partido muy sectario antes de 1955 a uno que pasa a ser de masas después de esa fecha, tenía que escarbar en la historia de los militantes, que incluye, además de la militancia partidaria, los ámbitos de sociabilidad, los lazos de solidaridad, y el partido que actúa sobre diversos segmentos de la sociedad. Y que asimismo es permeable a lo que sucede en esos ámbitos. Los partidos sectarios, en aras de una pureza ideológica, tendían a crear una impermeabilidad en relación a la sociedad; al cambiar esa dinámica se crean conductos de permeabilidad, abriéndose y tratando de influir en ella.
-¿Cómo se hace para estudiar a los comunistas de “carne y hueso”, al cinturón social del PCU al cual le llegaba y con el cual dialogaba su estrategia?
-Hay que utilizar fuentes que no son muy comunes en la historia política, por ejemplo las páginas no políticas de El Popular. Tratar de ver cómo abordaban el deporte, por qué tienen una sección de carreras de caballos -algo que iba un poco en contra de la ética de los socialistas, los comunistas y los anarquistas-, las crónicas del Gordo de Fin de Año, o las páginas sindicales. Otra fuente es la historia oral, los relatos de la vida cotidiana, que está impregnada de política, y que permite acercarse a la ideología social, que es diferente a la doctrina ideológica. Hay una diferencia entre la forma de ver la sociedad y lo que decían sobre la sociedad. Muchos prejuicios, por ejemplo, no son políticamente correctos para la doctrina, pero uno los encuentra en diferentes niveles.
- En un capítulo compara la impronta "moralista y oficial" de Justicia, con la agilidad informativa que tuvo más adelante El Popular, con espacios para el deporte o el turf. ¿A qué atribuye que en un momento lo "popular" se convirtió en sinónimo de estrictamente varonil?
-Un tema es que los grandes sindicatos, como la construcción o los metalúrgicos, eran esencialmente de hombres, y gremios como el textil, un sector en el que 80% eran mujeres, eran conducidos por hombres: Héctor Rodríguez, Juan Angel Toledo y luego Thelman Borges. Pero no es sólo eso, la psicología social del medio popular montevideano, y algunos centros urbanos del interior, como Paysandú o Juan Lacaze, estaban impregnados de concepciones varoniles. Otro aspecto que impacta es la violencia anticomunista a comienzos de los 60, que como contrapartida genera una épica militante cada vez más combatiente, que refuerza la tendencia hacia la masculinización del discurso y de las formas. Es visible, en El Popular, una reducción de los espacios para temas femeninos, y además cambia la forma de tratarlos: ya no hay reivindicaciones de mujeres obreras, sino recetas de cocina o consejos de moda. Todo desde una óptica proletaria, aunque desde una división tradicional de género, lo cual es contradictorio: mientras aumenta la presencia de las mujeres en el ámbito laboral, desde El Popular se refuerza la concepción de la mujer en tareas domésticas. Se publican recetas de cocina "para esta época de crisis", o qué tipo de menú es "nutriente y rico" para los hijos. En cambio, en la vieja Justicia, o en la revista Nosotras que se publicó a fines de los 40, se trataba más el tema de la mujer trabajadora. Mujeres rusas que manejaban tractores o que trabajaban en la construcción, reforzando la idea de que no había tarea que la mujer no pudiera realizar, algo que luego desaparece con El Popular, salvo en situaciónes exóticas, como una mujer astronauta.
-Justicia y El Popular reflejarían los dos períodos del libro: el primero la era Gómez (1941-1955) y el segundo la era Arismendi (1955-1973).
-Sin dudas. Justicia perdura un año y medio después del viraje, pero antes ya se empieza a plantear en la redacción del diario que es importante cambiar la imagen. En los 40 circuló un medio muy interesante, Diario Popular, manejado por el PCU pero no exclusivamente comunista; había aliados, sobre todo de la izquierda batllista, era un avance de lo que sería un diario frentista. Lo que se buscaba era retomar esa línea, con aspectos de interés para los sectores sociales sobre los que se quería influir.
-¿Cuáles eran las dificultades para ser militante comunista en el interior del país? Hubo experiencias de militancia que fueron diferentes a las que el partido ensayaba en los ámbitos urbanos, como la de Pedro Aldrovandi.
-Uno de los mayores déficits de la estrategia del Partido Comunista es que se planteó la alianza obrero-campesina y nunca la logró. El primer problema de eso es que nunca pudieron identificar quién era el campesinado uruguayo. En un momento, al igual que los socialistas, al igual que Sendic, se fueron a organizar jornaleros agrarios, pero eso no es campesinado, es proletariado agrario, y además era un sector muy inestable, porque muchos de ellos iban y venían según la zafra. Se hizo un esfuerzo heroico por organizar a los asalariados rurales, porque fue en condiciones donde no había libertades ni garantías, donde los administradores de las propiedades eran capaces de sacar un revólver y pegarle dos tiros a una persona y nadie se enteraba, donde había represión, prejuicios y un déficit cultural muy grande de esa gente. La ley no era ley, la Policía descaradamente pateaba para el lado de las patronales. Ahí Aldrovandi se destacaba. En un informe de un espía policial de Paysandú, que se lo envía al presidente Luis Batlle Berres -al que le gustaba recibir personalmente esa información-, dice que hay que tener cuidado con Aldrovandi, porque habla como la gente del campo, es dicharachero, les cae bien, habla pausado y crea confianza. Algo parecido a lo que se transformó Mujica hoy día, que antes no era así, o Benito Nardone en su momento. Una persona con capacidad para entrarle a la gente de campo con sus formas de expresión. Moverse así era muy difícil, y además hay otro factor y es que el interior es muy diverso, no es la misma gente en Colonia que en Tacuarembó. Yo creo que hay un déficit en el estudio cultural del interior del país. En la historiografía uruguaya no hay nada. Es la mitad del país, que pesó políticamente con mucha fuerza, y ni la intelectualidad ni la izquierda supieron nunca desentrañar sus claves culturales.
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Gerardo Leibner.
Tomado: La Diaria.com.uy
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