A los 75 años, falleció ayer Guillermo O’Donnell |
“He escrito muchas cosas en muchos lados, pero no son más que una obsesionada reflexión sobre la Argentina.” Guillermo O’Donnell pronunciaba esas palabras hace dos años, cuando volvía a radicarse en el país tras una ausencia de décadas, y hoy parecen la definición más íntima no sólo de las corrientes profundas de su legado, sus libros y ensayos que –ya es lugar común señalarlo– se convirtieron vertiginosamente en clásicos de la bibliografía académica para todas las ciencias sociales, también de su propia trayectoria como intelectual preocupado por su tiempo, con rigor científico y calidad humana, cuidadoso en el uso de una palabra que sabía cargada de prestigio, siempre atento a no dejarse distraer por el chisporroteo de la coyuntura, concentrado en leer y conceptualizar los grandes procesos de la política contemporánea. Ayer, a los 75 años, O’Donnell falleció víctima de un cáncer.
“Nací en un mundo de clase alta, muy conservador –contaba él–. Viví el odio de esa clase contra quienes les habían sacado el país. El país era de ellos y, de repente, toda una invasión de personas con extraños apellidos, de empresarios ‘chantapufis’, según ellos, instigados por la sustitución de importaciones, y, por supuesto, de los ‘cabecitas negras’ del peronismo, les habían robado todo.” O’Donnell había nacido en 1936, en Buenos Aires, y quizás en esa cruda conciencia de su entorno, en la contradicción entre los resultados de su facultad autorreflexiva y los mandatos de clase, residiera el germen tanto de su vocación y compromiso crítico, como, menos importante pero no menos evidente para quienes lo conocieron, el contraste entre las implicancias de sus ideas y sus modos refinados, casi aristocráticos. Acaso debió sobrellevar esa misma dualidad preocupado por su tierra, pero lejos de ella (el pensar contra la propia circunstancia), o cuando se vinculó a Carlos “Chacho” Alvarez y, más cercanamente, a Ricardo Alfonsín (la tensión entre teoría y práctica).
Antes de llegar a ser uno de los más reconocidos politólogos del mundo, uno de los padres de la disciplina en la Argentina, O’Donnell se había recibido de abogado en la UBA con apenas 22 años. En los ’60 estudió ciencia política en los Estados Unidos, en la Universidad de Yale. Entre sus primeras obras se destacó el libro Modernización y autoritarismo, publicado en 1972. Ya para mediados de esa década, tras participar de la fundación del Centro de Estudios de Estado y Sociedad, oasis para los miembros de una universidad tomada por la derecha, trabajaba y concluía su libro más reconocido: El Estado burocrático autoritario. En sus páginas describía el surgimiento y la consolidación de una nueva forma de dominación autoritaria en la región: analizando la dictadura de Juan Carlos Onganía, desnudaba la coalición de militares, burgueses y estamentos tecnocráticos para desplazar a la clase política, someter a los sectores populares y restablecer el “orden social”. Una escena que, con sus matices y sus agregados de horror, se reiteraría en los ’70, en el país y en Latinoamérica. El libro estaba casi concluido cuando se produjo el golpe de 1976; el manuscrito se salvó escondido en la casa de los padres de O’Donnell y recién sería publicado a fines de 1982.
Durante los primeros años de la dictadura, la principal fuente de ingresos con que O’Donnell mantenía a su familia –que ya incluía a sus hijos Santiago y María, hoy reconocidos periodistas– era su sueldo como investigador del Conicet. Hasta que un día de 1979 dejaron de pagarle: “A partir de ese momento no existí más. Un par de veces fui a preguntar por mi situación y nadie sabía nada. Los empleados de mesa de entradas me miraban como a un delirante que decía ser investigador y no figuraba en ninguna parte... Ese régimen de terror producía también estos pequeños hechos surrealistas, ridículos (...). Siguiendo su lógica, indirectamente me suprimieron”. Ese mismo año aceptó una oferta para mudarse a Río de Janeiro y dirigir el programa del Congreso de Ciencia Política: “Me fui por un año... y tardé 25 en volver”, contaba.
Desde entonces, su periplo internacional lo llevó a desarrollar tareas como profesor e investigador en las universidades de San Pablo, California, Stanford, Oxford, Cambridge y Notre Dame; también, a integrar la Academia Norteamericana de Artes y Ciencias y a presidir la Asociación Internacional de Ciencia Política. Con la recuperación de la democracia, sus intereses comenzaron a hacer foco en los procesos de transición post–autoritaria: de ahí los cuatro tomos de Transition from Authoritarian Rule, que editó en 1986 junto a Phillipe Schmitter y Laurence Whitehead. Otro gran hito de su obra lo marcó la elaboración, a principios de los ’90, del concepto de “democracia delegativa”, con el que intentaba comprender las experiencias latinoamericanas de gobierno de aquellos años, signadas por una concepción y una práctica del poder político que es democrática porque se basa en elecciones y, entre otras cosas, porque mantiene las libertades, pero que limita la participación popular al ejercicio del voto. En ese sentido, su perspectiva republicana e institucionalista confrontó, en general sutilmente, con los populismos. Como sucedió con El Estado burocrático..., sus nociones terminaron describiendo fenómenos mucho más amplios y perdurables de lo que tal vez él mismo se había propuesto. Y, más allá de la valoración política que despierten, son parte del legado que lo sobrevivirá.
Los restos de Guillermo O’Donnell eran velados anoche en la Legislatura porteña, donde hace dos años fue declarado Ciudadano Ilustre, y lo serán también hoy, desde las 8 hasta las 13. El sepelio se realizará en el Cementerio de la Recoleta, a las 14.
Javier Lorca.
Tomado: Página 12.com.ar
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