En los medios masivos de comunicación y con un fuerte anclaje en el imaginario colectivo, circula un discurso que estigmatiza a los jóvenes pobres como peligrosos. El pibe que responde a ese estereotipo es mirado con miedo cuando camina, es demorado con frecuencia por la policía por averiguación de antecedentes y está más expuesto a ser detenido por ser el primer sospechoso frente a un delito.
A modo de ejemplo de cómo la estigmatización atraviesa a los medios de comunicación, el monitoreo de niñez y adolescencia en la prensa argentina del año 2008, desarrollado por Periodismo Social, señala que, “los artículos que se refieren concretamente a medidas de privación de libertad de los adolescentes sospechosos de delinquir incluyeron términos peyorativos en el 65 por ciento de los casos”.
Asimismo, es ilustrativo cómo muchas veces, cuando se habla de inseguridad, se menciona como parte de una acción preventiva el famoso “olfato policial”, que no es más que una serie de prejuicios y estereotipos sobre los cuales se selecciona cierto modelo de delincuente. El “olfato policial” es la metáfora simpática para justiciar el accionar de la policía sin suficientes elementos probatorios. Es como si la falaz teoría criminológica de Cesare Lombroso –quien asociaba las causas de la criminalidad de acuerdo con la forma, características físicas y biológicas como por ejemplo el tamaño del cráneo– se actualizara pero bajo otros patrones estéticos y sin ningún fundamento teórico.
Tomemos unos ejemplos de repercusión mediática. El diario Clarín del 13/9/05 afirma que un “joven fue requisado sin que exista un motivo justificado, sólo basándose en el ‘olfato’ de los policías que lo realizaron”. En el mismo sentido, en el diario La Nación del 26/1/09 “...Integrantes de la Sala Séptima del Tribunal admitieron el denominado ‘olfato policial’ para requisar o detener a sospechosos en la vía pública sin que exista un estado predelictual o elementos ‘objetivos’ que avalen esas medidas cautelares”.
En el mismo orden, para el informe del año 2010 de la Defensoría del Pueblo porteña “existen estereotipos creados por la policía, como el ‘olfato policial’ o la ‘actitud sospechosa’, que caen siempre sobre determinados sectores vulnerables de la población. Estereotipos que, a pesar del bloqueo constitucional y legal en vigor, continúan existiendo de hecho en el proceder de la institución”. Esta discriminación se basa en asociar ciertas características como la vestimenta, el color de piel o un tipo de barrio con cierto imaginario de “delincuente”, que no es necesariamente real.
Lo que sí es real es la discriminación y arbitrariedad que sufre la persona que responde a ese modelo. En ese sentido, el juez de la Corte Suprema Raúl Zaffaroni entiende que la estigmatización de un sector social no es un fenómeno local, considera que hay una criminología mediática mundial que baja de los Estados Unidos y se expande por el mundo con una exaltación de la venganza. Dicho fenómeno toma como chivo expiatorio a un grupo social: en los Estados Unidos son los negros; en Europa son los inmigrantes, los turcos en Alemania o los islámicos en Francia. Acá son los jóvenes de los barrios más vulnerables.
Como conclusión, hay que tener presente que la construcción de una sociedad más segura para todos requiere generar prácticas y discursos inclusivos que tiendan puentes y que rompan estereotipos y estigmatizaciones. Es decir que colabore en el fortalecimiento del tejido social.
Roberto Samar / Licenciado en Comunicación Social. Docente de Filosofía Política Moderna UNLZ.
Tomado: Página 12.com.ar
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