Christopher Hitchens en una imagen de archivo. Shannon Stapleton / REUTERS |
El escritor y periodista británico Christopher Hitchens falleció la noche del jueves a los 62 años en el MD Anderson Cancer Center de Houston, víctima de una neumonía como complicación del cáncer de esófago que le fue diagnosticado en junio de 2010. La misma enfermedad que acabó con la vida de su padre y de la que Hitchens llegó a decir que es "algo tan predecible y banal que incluso me aburre".
Si hubiera que poner voz al laicismo más caustico del último siglo, Hitchens encarnaría esa figura. El ateísta Richard Dawkins le describió como "el mejor orador de nuestro tiempo" y un "luchador valiente contra todos los tiranos, incluido Dios". Autor de libros como Dios no es bueno y Dios no existe (2007), del que vendió más de 500.000 copias, Hitchens calificó la religión de "violenta, irracional, intolerante, aliada del racismo y el tribalismo, cargada de ignorancia".
Incluso enfermo y débil, se mostró firme en sus batalla contra la religión
Nacido en Portsmouth (Reino Unido) en 1949, a los ocho años ingresó en un internado, terminando sus estudios de Filosofía, Ciencias Políticas y Economía en la Universidad Oxford, donde se licenciaría en 1970. Marxista confeso, admirador de Lenin, Trotsky y Che Guevara y defensor de la causa palestina, su batalla contra la religión le acompañó hasta el final de sus días. Incluso enfermo y débil, se mostró firme en sus convicciones y en una entrevista declaró que "no se ha presentado aún una prueba o un argumento que pueda cambiar mi forma de pensar. Pero me gustan las sorpresas". Esa fue, probablemente, una de las máximas que mantuvo más inamovibles dentro de su tendencia a la dualidad, la misma que le condujo a llevar una doble vida universitaria, agitador de la clase obrera de día, habitual de reuniones de clase alta de noche. Dualidad que trasladaría, incluso, a la sexualidad, presumiendo de haberse acostado con dos futuros ministros tory en su paso por Oxford.
Giro a la derecha
Hombre de izquierdas, escribió para la revista International Socialist y para New Statesman, donde conocería a su amigo James Fenton, convirtiéndose en habitual de la mítica Fleet Street de Londres, donde concentraban los principales periódicos. En 1981 marcharía a EEUU para trabajar en la publicación de izquierdas The Nation. Luchó contra los abusos de poder, arremetiendo contra la guerra de Vietnam lo que le costaría la expulsión del Partido Laborista, llamando criminal de guerra a Henry Kissinger en su El juicio a Kissinger o, años más tarde, tachando a Bill Clinton de "cínico, egoísta y matón ambicioso".
Marxista confeso, fue admirador de Lenin, Trotsky y Che Guevara
Sin embargo, harto del diferente rasero de la izquierda para medir las tiranías y tras los atentados del 11-S, Hitchens giró a la derecha, aunque siempre se negó conservador, dimitiendo de The Nation y dejando después impagables columnas en Slate, The Times, The New York Times Review of Books y Vanity Fair. Frecuentó la Casa Blanca de Bush que presidiría su ceremonia de nacionalización en 2007, lo que le valió la enemistad de ilustres de la izquierda norteamericana como Noam Chomsky, Alexander Cockburn o Tariq Ali.
Bebedor y fumador empedernido, Hitchens fue, en realidad, más polemista que analista o pensador político. El diputado laborista Denis McShane, con el que estudió en Oxford, dijo de él que "bebía una botella de whisky cuando yo apenas podía con dos vasos de vino y luego se levantaba por la mañana y escribía mil palabras perfectas". Al conocer su muerte, otro de sus grandes amigos, Salman Rushdie, al que defendió cuando el Ayatolá Jomeini le condenó a muerte en 1989 por Los Versos Satánicos, escribió en Twitter "adiós a mi querido amigo. Una gran voz se ha quedado en silencio. Un gran corazón se ha parado".
En 2010, coincidiendo con el diagnóstico de su enfermedad, Hitchens publicó sus memorias, Hitch-22, donde se entremezcla el Oxford revolucionario de los años sesenta con los retratos de intelectuales como Chomsky, Said, Martin y Kingsley Amis o McEwan. Éste último, precisamente, ha descrito sus últimos días, "cuando estaba más débil y el cáncer comenzó a abrumarlo". Con ochos vías en su cuerpo, "allí estaba, un hombre al que sólo el quedaban unos días de vida, sacando 3.000 palabras para cumplir con un plazo de entrega".
Davis Bollero
Tomado: Público.es
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