10 mar 2012
Recorrido fugaz por la geografía literaria uruguaya
Horacio Quiroga, Mario Benedetti o Eduardo Galeano son escritores que regularmente se mencionan por sus cuentos, poesías o reflexiones y también para nombrar a su “paisito”, como suelen llamar sus habitantes a Uruguay. País que en idioma guaraní puede significar “río de los pájaros” o “río de los caracoles”, pero que estaba habitado por indígenas charrúas, exterminados por los invasores españoles durante la colonización.
Oficialmente es la República Oriental del Uruguay y en el siglo XX se le conocía como “La Suiza de América” por sus logros en educación, salud e infraestructura. La instrucción pública de Uruguay fue uno de los modelos que tomó el magisterio venezolano. De hecho, con la llegada al país del pedagogo uruguayo Sabas Olaysola, se funda la Escuela José Gervasio Artigas, en Catia, en homenaje al máximo prócer de esa nación. Poco después, bajo su guía, se crearía la Escuela Experimental de Venezuela, al final de los años 30.
Ariel
Que la educación haya sido una preocupación en la Banda Oriental en los albores del siglo XX, se denota en Ariel, libro que José Enrique Rodó publicó en 1900, cuando apenas tenía 28 años, y que dedicó “a la juventud de América”.
Rodó postula “una concepción de la personalidad y, partiendo de ella, una visión del mundo, de la cultura, de la sociedad”, afirma Carlos Real de Azúa, para “alzarse frente al mundo y frente a los Estados Unidos, como símbolo exhaustivo de todo sentido de cultura”, escribió el crítico Alberto Zum Felde.
“Teniendo yo la pasión, el culto de la confraternidad intelectual entre los hombres de América, le envío un ejemplar de un libro mío que acaba de salir de la imprenta. Es, como Ud. verá, algo parecido a un manifiesto dirigido a la juventud de nuestra América sobre ideas morales y sociológicas. Me refiero en la última parte a la norteamericana. Yo quisiera que este trabajo mío fuera el punto inicial de una propaganda que cundiera entre los intelectuales de América. Defiendo aquí todo lo que debe sernos querido como latino-americanos y como intelectuales…”, escribió Rodó al ensayista venezolano César Zumeta.
Los escritores españoles Leopoldo Alas (“Clarín”) y Miguel de Unamuno, aprobaron las reflexiones de Rodó. “Ariel, en su único ejemplar conocido por nosotros, andaba de mano en mano sorprendiéndonos”, expresó alguna vez el Premio Nobel de Literatura Juan Ramón Jiménez, también español.
Ariel y Motivos de Proteo, de José Enrique Rodó fueron publicados en 1976 por la entonces recién fundada Biblioteca Ayacucho, precedidos por Doctrina del Libertador, de Simón Bolívar, y del Canto General, de Pablo Neruda.
Rama
Ángel Rama fue un intelectual uruguayo que se destacó por sus ensayos sobre cultura y literatura. Prácticamente fue confinado a Venezuela tras la negativa de la dictadura uruguaya de entregarle pasaporte. El 15 de septiembre de 1974 escribe en su diario: “No sé si paso a la categoría de ‘apátrida’ y deberé pedir a las Naciones Unidas que me reconozca como tal”. En 1977 se naturaliza venezolano.
Fue uno de los directores fundadores de la Biblioteca Ayacucho, a la que le dio el impulso inicial porque sabía que no iba a durar mucho en ese cargo debido a sus discusiones con los demás directores. Su obra La ciudad letrada; García Márquez, edificación de una cultura nacional y popular, entre otros ensayos, merecen atención en las aulas universitarias latinoamericanas.
“Citando a Marx expresamente, Rama concibe la imaginación como fuerza transformadora, y todo discurso estético como portador de ideología”, escribió Tomás Eloy Martínez en el prólogo de La crítica de la cultura en América Latina.
En 1959 formó parte del diario uruguayo Marcha en la dirección de las páginas literarias hasta 1968. También vivió y trabajó en Estados Unidos –en las universidades de Maryland y de Princenton–, hasta 1983. Un año antes le negaron la visa de residente bajo el argumento de la vieja ley de McCarthy de considerarlo “comunista”.
La poetisa uruguaya Alicia Migdal lo consideró un “renacentista”: “Pocos ensayistas como este uruguayo tuvieron tan cabal y detallado conocimiento de todas las literaturas y todos los procesos históricos de cada país de esta América. No se trataba sólo de información, ya que sólo con información no se piensa, se organiza y se concreta la Biblioteca Ayacucho […], un trabajo de equipo editorial que implicaba el conocimiento de quién es quién para cada trabajo, cada prólogo, cada edición. En esos años, que no superaron una década, se unificaron todos los intereses y saberes de Rama: el lector omnívoro, el crítico, el investigador, el editor, el docente, el hombre de empresa”.
Angel Rama murió en 1983, en Madrid, tras un accidente aéreo, en el que también perecieron su esposa, la escritora Marta Traba, y los escritores Jorge Ibargüengoitia y Manuel Scorza.
Quiroga
Horacio Quiroga nació en 1878 en Salto, Uruguay, “ciudad apacible de escasos miles de habitantes, distantes unos 500 kilómetros, tanto de Montevideo como de Buenos Aires, ciudades a las que se acostumbraba viajar descendiendo por el río Uruguay”, detalla Alberto Oreggioni, quien hace un repaso cronológico para la edición Cuentos, de Quiroga, de la Biblioteca Ayacucho.
Autor de Cuentos de amor de locura y de muerte (1917) propone en “El decálogo del perfecto cuentista” que se debe creer “en un maestro –Poe, Maupassant, Kipling, Chejov– como en Dios mismo”, escritores que marcaron notable influencia en su narrativa.
La brevedad de los muchos cuentos de Quiroga tiene una explicación. “Luis Pardo, entonces jefe de redacción de Caras y Caretas, fue quien exigió el cuento breve hasta un grado inaudito de severidad. El cuento no debía pasar entonces de una página, incluyendo la ilustración correspondiente. Todo lo que quedaba al cuentista para caracterizar a los personajes, colocarlos en ambiente, arrancar al lector de su desgano habitual, interesarlo, impresionarlo y sacudirlo, era una sola y estrecha página. Mejor aún: 1.256 palabras”, rememora el autor de Cuentos de la selva en el artículo “La crisis del cuento nacional”.
Publicado en La Nación de Buenos Aires el 11 de marzo de 1928, Quiroga advierte: “El que estas líneas escribe, también cuentista, debe a Luis Pardo el destrozo de muchos cuentos, por falta de extensión; pero le debe también en gran parte el mérito de los que han resistido”.
Su vida estuvo marcada por la tragedia. Su final no pudo ser de otro modo; al ser notificado que sufría de cáncer, ingirió cianuro el 18 de febrero de 1937 y murió al día siguiente en el Hospital de Clínicas en Buenos Aires.
Onetti
“El jurado del Premio Cervantes ha tenido en esta ocasión la quijotesca ocurrencia de otorgar esa gran distinción a alguien que desde su juventud estaba acostumbrado a ser un perdedor sistemático, a un permanente segundón que hasta entonces sólo había pagado a placé –o a colocado, como se dice en España– y que no tenía ninguna victoria en su palmarés”, dijo Juan Carlos Onetti en la recepción del Premio en 1980.
A pesar de sus palabras, “el perdedor sistemático” obtuvo el Premio Nacional de Literatura de Uruguay 1959-1960 cuando solo había publicado media docena de novelas, y en 1972 escritores de diferentes generaciones, encuestados por el semanario Marcha, lo distinguieron como el mayor narrador uruguayo de los últimos 50 años.
Gracias al manuscrito de su primera novela, Tiempo de abrazar, conoció a Roberto Arlt en la sala de redacción del diario El Mundo. Allí, leyó el escrito de Onetti, frente a él y su amigo Italo Constantini (Kostia). El siguiente diálogo lo relató en el prólogo de la reedición de El juguete rabioso, de Arlt:
“–Dessime vos, Kostia –preguntó [Arlt]–, ¿yo publiqué una novela este año?
–Ninguna. Anunciaste pero no pasó nada.
–[…] Entonces, si estás seguro que no publiqué ningún libro este año, lo que acabo de leer es la mejor novela que se escribió en Buenos Aires este año. Tenemos que publicarla.”
Onetti no precisa la fecha de este encuentro, pero solo se conoce que Tiempo de abrazar apareció en 1974, 35 años después de que se publicara su primera novela: El pozo. “En aquel tiempo Buenos Aires no tenía, prácticamente, editoriales. Por desgracia. Hoy tiene demasiadas, también por desgracia”, escribió.
En Venezuela, la editorial Monte Avila reunió El pozo, Los adioses, La cara de la desgracia, Tan triste como ella y Para una tumba sin nombre y la publicó bajo el título de Cinco novelas cortas, en 1968.
Onetti respondía a cortapisas, como un credo: “Cuando yo me pongo a escribir es la hora de la verdad, y con la verdad no hay cuentos chinos. Acepto que mi literatura sea de esa manera, como la describen [sombría e impiadosa], pero no hay ninguna contradicción. Es aquel famoso ‘distanciamient’ del que hablaba Brecht. […] Pienso que la vida es así; si hay ternura, sale, si hay posición política, sale, quiera o no lo quiera el autor. Pero esas cosas no hay que proponérselas, van a aparecer solas, siempre y cuando estén en la vida.”
Marcha
En el mismo año que apareció El pozo, 1939, comenzó a circular el semanario político cultural más importante de Uruguay: Marcha. Su director, Carlos Quijano, logró reunir a la intelectualidad nacional, escritores y poetas que hacían de periodistas y viceversa: Mario Benedetti, Eduardo Galeano, Onetti como secretario de redacción, Rama dirigiendo las páginas culturales, María Esther Guilio, Carlos Martínez Moreno, Alfredo Zitarrosa –que se destacaría como cantautor en el exilio en la década de los 70–, Hugo Alfaro, entre una larga lista.
Marcha fue cerrada por la dictadura cívico militar uruguaya en 1974. Quijano prosiguió su vida en el exilio, en México, y culminó una década después.
Finalizada la dictadura, en 1985 se crea el semanario Brecha con buena parte del antiguo equipo que acompañó a Quijano.
Benedetti
La poesía de Mario Benedetti está en las bocas de las recientes parejas, como si fuera escrita para ellos o por ellos. Y quizá no recuerden el nombre del bardo, ni cómo llegaron a sus versos, pero seguro increparán con el mismo derecho que el personaje de El cartero de Neruda, de Antonio Skármeta, cuando le dijo al poeta: “¡La poesía no es de quien la escribe, sino de quien la usa!”
En sus cuentos y novelas, también en su poesía y su dramaturgia, se pasean las voces de las uruguayas y uruguayos, sus cotidianidades y nostalgias, exilios y desexilios. “Cuando uno llega a percibir que una calle no le es extranjera, solo entonces la calle deja de mirarlo a uno como extranjero”, escribió en Primavera con una esquina rota.
Defensor inquebrantable de la revolución cubana, también dedicó parte de su obra escrita para discutir sobre el papel del escritor y la revolución en Latinoamericana.
Sus primeras novelas, Quien de nosotros y La tregua, así como los libros de cuentos Montevideanos y La muerte y otras sorpresas, entre otros, aparecieron bajo el sello editorial Alfa, de Benito Milla, quien llevó a cuestas su editorial a Buenos Aires en la década de los 60 y luego a Venezuela en los 70, donde está radicada actualmente.
“Cada vez que salía un libro de Benedetti, Montevideo era un rebullicio. Las gentes hacían fila a las afueras de las librerías, antes de que abrieran, cuando sabían que llegaba un nuevo libro de Mario”, confesó hace un lustro de años, en Caracas, el editor sucesor de Alfa, Leonardo Milla.
Galeano
Primero fue dibujante y firmaba Gius, en vez de Hughes, lo que publicaba en el semanario socialista El Sol. Un automóvil se fue contra su cuerpo de 19 años e hizo que lo dejara en coma. Al retomar conciencia y poder escribir, Eduardo comenzó a firmar con su segundo apellido: Galeano.
Las venas abiertas de América Latina desde el epígrafe tomado de la proclama insurreccional de la Junta Tuitiva en La Paz, 16 de julio de 1809: “…Hemos guardado un silencio bastante parecido a la estupidez…”, Galeano con una investigación rigurosa advierte al lector que la historia oficial ha ocultado el crimen y despojo al que fue sometido nuestro pueblo americano.
“Yo fui un pésimo estudiante de historia”, confiesa Galeano en Memorias del fuego, libro que no es una antología, ni testimonio, ni crónicas, pero sí es una contribución “al rescate de la memoria secuestra de toda América.”
Autor de textos literarios y de periodismo en sus inicios, consiguió un estilo personal a partir de su libro Días y noches de amor y de guerra, por el que obtuvo el premio Casa de las Américas, en 1978.
Uruguay
Nombrar Uruguay, es también decir Poemas de amor de Idea Vilariño, “considerado un clásico del género, pero curiosamente ninguno de los poemas fue incluido en la antología Poesía Amorosa Latinoamericana editada por Biblioteca Ayacucho”, reclama con justeza la poeta venezolana Blanca Elena Pantin; la narrativa y poesía de Mauricio Rossencoff, rehén de la dictadura junto con Raúl Sendic, Pepe Mujica, entre otros militantes Tupamaros; el ahora novelista Ugo Ulive, pero que también es dramaturgo y cineasta; escritores emergentes o con recorrido, como Fernanda Trías o Tomás de Mattos, respectivamente.
Uruguay es la editorial Trilce haciendo malabarismos para no dejarse torcer el brazo por el mercado; y es el ganador de Casa de las Américas Napoleón Baccino Ponce de León, por su novela Maluco, que también “debió ganar el Rómulo Gallegos”, en 1991, llegó a decir en las aulas de la UCV Adriano González León. La lista es extensa, pero es mejor pasear por la Feria del Libro para ver qué nos trae Uruguay.
Raúl Cazal / AVN
Tomado: AVN.info.ve
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