Y el sueño se cumplió
Aquí, en esta casa cultural, estamos ya en la primera L de Wallander. Me explico, he pasado el mes más augusto, como lo llama mi compañero Julio, en compañía de un sueco bebedor compulsivo de café, tendente a la depresión, y con unas relaciones familiares -padre e hija-, que siempre penden de un hilo. Kurt Wallander me ha llevado a África este verano, ya que mis compañeros me han atado a la esquina del videoclub. La leona blanca, (1993), es la tercera novela de la serie Wallander (marcada con la L en el lomo) del comprometido escritor y dramaturgo Henning Mankell, de quien ya hemos tratado aquí anteriores novelas suyas, Asesinos sin rostro y Los perros de Riga.
Como dice la contraportada, ésta es una de las novelas más comprometidas (y más larga, 648 páginas) de Mankell, con la que denuncia la Sudáfrica del Apartheid y celebra las primeras reformas del entonces presidente, Frederick De Klerk, además de mantenernos en suspenso con la suerte de un esperanzador Nelson Mandela. Sí, Henning Mankell introduce la historia contemporánea en la ficción, en su ficción.
Para empezar a ponerse en situación, el autor sueco comienza con un prólogo situado en la Sudáfrica de 1918, historia de como se formó la asociación secreta denominada la Hermandad, con la que defender a los bóers, salvaguardar sus derechos sobre un pueblo en el que gobernarían con poder absoluto. Esta entrada ya pone al lector sobreaviso, aunque luego pase directamente al habitual entorno del inspector Wallader y a la investigación de la desaparición de una mujer, agente inmobiliaria, cuyo cadaver aparece unos días más tarde con un disparo a bocajarro en una casa deshabitada. Madre y esposa devota, la muerte de Louise Akerblom conmocionará a su comunidad religiosa, así como al inspector y sus compañeros, que no consiguen encontrar pistas que les saque de su confusión, y les indique por donde empezar, hasta que la explosión repentina de la casa deja como pruebas el dedo de un hombre negro, y un aparato de radio de fabricación rusa. “Tengo miedo. Como si el dedo negro me estuviese señalando a mí. Creo que no reúno los requisitos necesarios para comprender el alcance de este asunto”.
De ahí, la subjetividad de la novela pasa al otro lado, la del criminal. Anatoli Konovalenko, ex agente de la KGB, es un asesino a sueldo (de una organización sudafricana de bóers cuyo jefe es Jan Kleyn) que prepara, en Suecia, a otro asesino, un sudafricano negro llamado Victor Mabasha. La misión de éste último consiste en matar a un importante personaje de la política sudraficana, Nelson Mandela. Todo parece desarrollarse según sus planes, hasta que Louise Akerblom tuvo la mala suerte de equivocarse de dirección en la carretera y fue eliminada. Ya es imposible que la conspiración internacional de un grupo de la extrema derecha de Sudáfrica no se mezcle con la curiosidad y suspicacia de Wallander que huye de tener que verselas con asesinos sin escrúpulos y sin respeto por la vida, como Konovalenko, Jan Kleyn y sus socios, o el sustituo de Mabasha, Sikosi Tsiki.
Estamos frente a una larga sucesión de acontecimientos, entre ellos mucha acción y el cambio de paisaje para el lector, que alternará capítulos de la primaveral Suecia a los terracotas y verdes sudafrícanos. De la polícia de Ytad o Estocolmo a la Interpol y el fiscal especial Georg Scheepers en Ciudad del Cabo. Con la lengua fuera nos tiene Mankell, con miedo nos mantine alerta ante esa leona blanca, esa Sudáfrica bella y fuerte, imprevisible en sus movimientos dando la sensación de peligro inminente, convertido en violencia incontrolada en cualquier momento, una caracteristica de la vida diaria del país. “Ese depredador que llevaban en su interior. Los negros con su impaciencia ante la morosidad de los cambios. Los blancos con su miedo a perder sus privilegios, su miedo al futuro”.
Pero Mankell no se limita a una investigación policíal, tambíen introduce cierto lirismo a través de la espiritualidad africana, “Los espíritus son parte de la familia –explicó Mabasha-. Son nuestros antepasados, que velan por nosotros. Viven como miembros invisibles de la familia…A los espíritus no les gusta que los expulsen de una tierra que les ha pertenecido durante siglos” y los estados de ánimo de sus personajes. La transición, no sin la impresión de estar encendiendo un barril de polvora, por la que el presidente De Klerk fue eliminando el Apartheid y dejando el camino libre al heróe luchador, la figura legendaria de Nelson Mandela. “Sin embargo, esto le hizo reflexionar también sobre el grado de dificultad de la tarea que el presidente De Klerk y Nelson Mandela se habían impuesto a sí mismos, pues no era ésta otra que la de crear un sentimiento de comunidad entre personas que se tenían por traidores los unos a los otros”.
La tercera y larga aventura de Wallander le deja exhausto y en un estado depresivo. La relación con su hija y con su padre ha mejorado, también debido a que éste contrae matrimonio y está de mejor humor. Hay alusiones, en algunos momentos de la investigación, a sus anteriores aventuras, ya sea por las cartas o llamadas intempestivas a Baiba Liepa, Los perros de Riga, ya porque el lugar donde fue hallada Louise Aklerblom está en la misma zona donde una pareja de agricultores ya ancianos fueron hallados muertos en Asesinos sin rostro, o bien por el recuerdo de su colega Rydberg, muerto de cáncer, y siempre añorando a los ladrones y estafadores de toda la vida, incapaz de asimilar la violencia irracional de los nuevos tiempos.
Blanca Vázquez
Tomado: LaRepúblicaCultural.es
27 ago 2010
La leona blanca, de Henning Mankell
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