Grecia. Foto AFP |
"Propongo volver al capitalismo en serio", dijo ayer jueves 3 la presidenta argentina Cristina Fernández en un aparte de la cumbre del G 20 en Cannes, Francia, hablando ante la crème de la crème del empresariado primermundista. "Lo que existe actualmente es un anarco-capitalismo, en el que nadie controla a nadie" y en el que "el mercado financiero" todo lo decide, agregó.
El mismo día, en Atenas, el primer ministro griego Yorgos Papandreou "suspendía" su decisión de convocar a un referéndum para ratificar o rechazar el "plan de salvataje" a su país negociado la semana pasada en Bruselas. Ese jueves 28 de octubre, en la capital belga, tras días, más bien semanas, de idas, vueltas y negociaciones que parecían siempre al borde del fracaso, "los 17" de la eurozona, el fmi y el Banco Central Europeo pergeñaron un plan que suponía la entrega a Grecia de un total de 130.000 millones de euros, de ahora a 2014, y una quita del 50 por ciento de la deuda con la banca. A cambio de eso, Atenas debía comprometerse a adoptar un nuevo ajustazo que comprendía más recortes en el gasto social, más despidos masivos de funcionarios, mayor disminución de salarios y pensiones y venta de (nuevas) empresas públicas.
El acuerdo fue "saludado" entonces por "los mercados", lo que se tradujo en un boom de las hasta entonces deprimidas bolsas europeas. Subió la bolsa de Fráncfort, subió la de París, y Milán encontró cierto respiro.
El propio Papandreou, coherente con su prédica anterior –había sido un aplicado instrumentador de las ortodoxas recetas de sus "socios" europeos y de los organismos internacionales para "salir de la crisis"– nada tuvo que objetar al plan "de rescate". "No teníamos más salida que esa", dijo el viernes 29 el griego. "Y sí, no tenían más salida que esa", sugirieron al unísono el francés Nicolas Sarkozy y la alemana Angela Merkel. "Y sí, no tenían más salida que esa", coincidieron los bancos europeos, en especial los franceses y alemanes, los más expuestos a la crisis griega y los que más hubieran perdido en caso de que Atenas entrara en default. Fueron también ellos los rescatados por el plan pergeñado en Bruselas. Fueron sobre todo ellos los rescatados: el producido por la privatización de las empresas públicas griegas irá –así fue acordado– al pago de la deuda con los bancos privados, que tal vez hasta logren –¿quién puede decir que no?– hacerse a precio de amigo de esas mismas empresas. Un capitalismo (financiero) en serio.
De repente, un oscurecimiento: nadie sabe bien por qué (la hipótesis más pertinente parecería ir por el lado de que quiso obtener condiciones algo menos horripilantes a cambio de la "ayuda"), el lunes 31 Papandreou anunció que el rescate debería ser "refrendado por el pueblo" en un plebiscito.
Merkel, Sarkozy, la Comisión Europea, el Banco Central Europeo, el Fondo Monetario Internacional y los bancos privados –y sobre todo los bancos privados– pusieron el grito en el cielo. Que así no se puede, que no vale haber dedicado tanto tiempo para nada, que los griegos tienen que entender que "también ellos" deben sacrificarse, etcétera, etcétera. Primero el grito, después las amenazas: Ok, que haya plebiscito, pero entonces Atenas no recibirá los 8.000 millones de euros que todavía debía recibir en virtud del primer paquete de rescate decidido en su favor (el de Bruselas del jueves 28 fue el segundo), advirtieron Merkel, Sarkozy y la directora del fmi Christine Lagarde. (Sabían los europeos, sabía el Fondo, que sin esos 8.000 millones Grecia nunca podría hacer frente al vencimiento, el 11 de diciembre, de 12.000 millones de euros en bonos del Tesoro). Ok, señor Papandreou, haga su plebiscito, pero que sea rápido, no en enero, como usted quiere, sino en diciembre, porque la incertidumbre no es lo nuestro y usted no puede jugar con la posibilidad de que su podrida economía contagie a otros. Ok, señor Papandreou, hágalo, su plebiscito, pero sea claro: no les pregunte a los griegos si quieren o no este paquete de ayuda; pregúnteles si quieren seguir en la zona euro, es decir en la ue, o si se quieren ir, y dígales que si se van les va a pasar lo que usted mismo les dijo una vez que les pasaría si dejaran de pertenecer a la ue: fundirse.
A Papandreou lo atenazaron también de adentro: el principal partido de la oposición de derecha, Nueva Democracia, lo acusó de oportunista, de pretender borrar con el codo lo que había escrito con la mano (la aceptación del plan de Bruselas), y le exigió la renuncia y la convocatoria a elecciones anticipadas; y, lo peor para sus intereses: se le armó una fronda dentro de su propio partido, el socialista Pasok. Varios diputados amenazaron con no dar hoy viernes 4 en el parlamento el voto de confianza a su gobierno, con lo que se vería forzado a irse, mientras su propio ministro de Finanzas, Evangelos Venizelos, dijo públicamente que lo del plebiscito era una barbaridad.
Resultado: ayer jueves 3, en la tarde uruguaya, Papandreou terminó renunciando a su idea (suspendiéndola, dijo él; descartándola, dijo Venizelos), y es más que probable que no haya plebiscito. Habrá, sí, negociación con la oposición conservadora, para aprobar el paquete de rescate, que la propia derecha griega considera excesivo. A cambio de aprobarlo, Nueva Democracia pretendería la formación de un gobierno de transición y la convocatoria a elecciones anticipadas, que en las condiciones actuales ganaría sin problemas. Papandreou mantiene hasta ahora su decisión de no renunciar, pero por otro lado ya hay un grupo de legisladores socialistas afines a la formación de un gobierno "de unidad nacional" encabezado por el ex vicepresidente del Banco Central Europeo Lucas Papademos. Todo un símbolo.
Una encuesta publicada el fin de semana pasado reveló que seis de cada diez griegos rechazan explícitamente el plan de rescate. Cuando Papandreou anunció su decisión de convocar a un plebiscito, en los sectores a la izquierda del Pasok, entre los "indignados" que han poblado una y otra vez la céntrica plaza ateniense de Syntagma, entre los sindicatos que han promovido varias huelgas generales en los últimos meses y las movilizaciones sociales más intensas en décadas (en una de las más recientes, a mediados de octubre, resultó muerto un obrero de la construcción militante del Partido Comunista), dicen las crónicas que hubo festejos. No porque confiaran en Papandreou, sino porque veían su recule (su "convocatoria al pueblo para que éste decida") como un triunfo propio. Su recule de hoy del recule de ayer lo ven como un triunfo del "capitalismo financiero". ¿O será del capitalismo, serio o no, cuya fecha de caducidad probablemente no esté cercana?
El miércoles 2, en Cannes, en una reunión previa a la cumbre del G 20, 23 confederaciones empresariales de los países integrantes del grupo habían exigido la "puesta en práctica inmediata" del plan de rescate de Grecia, según un comunicado leído por la dama de hierro de la patronal francesa, Laurence Parisot. Parisot no creía en la "aventura" del plebiscito papandreousiano. Creía que bastaría un plumazo para que se desmoronara. Y que si por algún azaroso golpe del destino el referéndum finalmente se realizara y ganara el "No", su efecto sería igual a cero. Porque los griegos ya habían aceptado colocar virtualmente su economía bajo control europeo; porque ya hay en Atenas funcionarios del bce, de la ue, auscultando las cuentas helénicas; porque así como para ver metros y metros de frisos del Partenón es mejor dirigirse a Londres que a Atenas, para saber qué será de la economía griega en el mediano plazo es mejor preguntar en Bruselas. Grecia ya no es griega, quiso decir Parisot. Y eso no hubiera cambiado de haber habido en diciembre un voto masivo por el No. ¿O sí?
Ohi
Las manifestaciones por el No a las condiciones del "rescate" coincidieron la semana pasada con la fecha patria más sentida por los griegos: el día del No. Un feriado que recuerda lo ocurrido un 28 de octubre de 1940 cuando el entonces primer ministro Ioannis Metaxas rechazó el ultimátum del eje nazifascista de rendirse sin luchar. Fue el día del Ohi. Forma curiosa de negar, la de los griegos, con una palabra, ohi, que parece más bien una afirmación. Más curiosa es la forma de decir que sí: ne. n
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Pablo Pozzolo.
Tomado: Brecha.com.uy
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