19 oct 2009
El viaje de un sin papeles hasta el 'edén' de París
El cineasta Costa-Gavras se adentra en las controversias de la inmigración en su última película
Costa-Gavras bajó un día de 1951 al andén de una de las estaciones de tren de París. Venía de Grecia y era un inmigrante "casi legal". Cerca de 60 años después, se ha decidido a tratar el tema de la inmigración en su última película, Edén al oeste, que acaba de presentar en La Mostra de Valencia. Autor de títulos tan reconocidos y comprometidos como Missing (1982) o Amén (2003), reconoce que necesitaba absoluta libertad para no ver coartado su pensamiento.
Por eso, su mujer ha producido el filme: "Si al final no hay dinero para mis honorarios, no me importa, sólo quiero no estar sujeto a presiones económicas", explica a Público el cineasta. A sus 76 años, Gavras sigue rompiendo esquemas.
Ahora se pregunta cómo es posible que una población como la francesa, cuyo 30 por ciento es de origen inmigrante incluido su presidente tenga una política tan represiva. "El problema es que nos presentan la inmigración como un fenómeno de masas. Pero si nos tomamos un poco de tiempo para que el inmigrante se haga entender y escuchamos su historia, el rechazo inicial desaparece", comenta el director, que en su momento también se sintió extranjero en París.
Pero ha pasado el tiempo y Gavras dice estar ya completamente acogido y reconocido en la sociedad francesa: "La integración es posible. Lo que pasa es que nuestra sociedad va demasiado deprisa", se lamenta el director.
Entretenimiento y política
Edén al oeste habla de la sociedad actual a través de Elías (Ricardo Scamarcio), un inmigrante que viaja desde el mar Egeo hasta la ciudad de París, con escala en el infierno y en el paraíso. Una historia muy personal, pero no autobiográfica. "Tuve la suerte de llegar a Francia como estudiante y, entonces, encontrar trabajillos era sencillo. Ahora es mucho más difícil", admite Gavras.
A lo largo de su carrera, el director ha conseguido el reconocimiento de la crítica y el público internacional con una veintena de títulos que repasan escándalos políticos y sociales. "Antes había más dictaduras, ahora hay dictablandas, casi democráticas. Creíamos que después de la caída del muro de Berlín llegaría el paraíso, pero vivimos peor que entonces. Por eso hay que seguir haciendo películas", sentencia.
La cultura del miedo
Para el director, el cine es más que un espectáculo, siempre transmite un mensaje. "Todas las películas tienen una lectura política, hasta las de acción para adolescentes". En su opinión, la Meca del cine concentra el poder, pero las mejores películas "se hacen fuera de Hollywood".
Hace poco, Gavras se reencontró con un responsable de Universal, que estuvo en la producción de su película Missing. En ella denunciaba la participación de la CIA en el golpe de estado de Pinochet en Chile, sembrando una enorme controversia en EEUU. "Aquel tipo participa ahora en la saga La momia", comenta sorprendido. Quizá sea una de las razones por las que ya no le interesa cruzar el Atlántico para rodar sus historias.
"Las películas no tienen que ser arengas políticas", aclara el director, pero sí defiende que deben tener un contenido. "Con la historia de Elías, el protagonista de Edén al oeste, retrato tanto al inmigrante como a la sociedad que le recibe. La inmigración no diferencia lo político y lo social. Todos estamos influidos por las leyes y los mensajes que difunden los gobiernos y hemos adoptado una postura: la del miedo", explica.
Aunque se excusa a la hora de dar la solución a este problema, "los cineastas no tenemos la verdad, no estamos aquí para dar soluciones, eso es tarea de los políticos. Nosotros tenemos el deber de plantear las preguntas", concluye Gavras.
MARÍA GARCÍA TORRES
Tomado de Público
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