Cuando el presidente del Tribunal le preguntó, como sucede en cada audiencia, si tenía algún interés en la causa o sólo buscaba justicia, Oscar Santiago Palmas optó por la segunda opción. “Quiero que se haga justicia para todos –explicó– y para mí también, porque tengo mis problemas, aunque son de tipo económico, pido justicia para los míos, pero quiero la democracia y quiero la justicia.” Ese hombre que nació en 1931 es uno de los primeros habitantes de Santa Teresita y el fotógrafo que en 1977 tomó las imágenes de los cuerpos de los desaparecidos de la Iglesia de la Santa Cruz cuando el mar los expulsó de las aguas para devolverlos al territorio de los hombres.
¿Qué tal, doctor?, entró diciendo el fotógrafo, desarmando con el gesto la monumentalidad de la sala de audiencias de los Tribunales de Retiro donde se llevan a cabo los debates por los crímenes de la ESMA. Así, chiquito, el hombre se sentó en la silla de los testigos, al lado de la enorme mesa larga y cuadrada ocupada por el Tribunal Oral Federal 5 a cargo de Daniel Obligado. En esas audiencias todavía es posible escuchar en cada comienzo la resolución de los jueces del Tribunal prohibiendo al público cualquier tipo de expresión de sentimientos durante el debate.
Palmas llegó a pedido de la querella que lo había convocado hace tiempo, cuando el tribunal estaba presidido por Guillermo Gordo. Gordo desestimó en ese momento su testimonio, por eso su sola presencia entusiasmó a los querellantes.
Palmas todavía vive en Santa Teresita, la “capital del turismo argentino”, explicó con ese mismo entusiasmo del saludo al abogado Horacio Méndez Carrera. Desde hace 53 años está en ese lugar donde se dedicó a la fotografía y montó un comercio del rubro.
–¿A cuánto queda el lugar del destacamento de policía? –preguntó Méndez Carrera. Palmas dijo entonces que está a una cuadra de distancia, y contó que la policía lo llamaba cada tanto, sobre todo al comienzo, porque era el único fotógrafo del pueblo. “Bueno –dijo–, yo llegué a Santa Teresita justamente cuando se empezaba a formar, soy pionero de ese pueblo; lógicamente en las comunidades pequeñas la gente es más solidaria; había un tipo de colaboración con todos, la policía necesitaba de todos los hechos fotos de frente y de perfil, yo me prestaba a colaborar y lo hacía con gusto, no me molestaba, eran accidentes, aunque muy pocos había porque era muy pequeño todo, después empezaron a llegar otros fotógrafos.”
El fotógrafo todavía se acuerda de que esa mañana de diciembre de 1977 en la que lo llamaron era una mañana fría. “En esa fecha hubo un hecho muy importante, donde aparecieron unos cadáveres en la playa. No tengo exactitud con el día y la hora porque hace mucho tiempo de esto, para mí es mucho tiempo, pero me vinieron a buscar, fui y saqué unas tomas de los cadáveres que había sacado el mar a la playa y se quedaron ahí. La verdad es que poco me gustaba el panorama a mí: yo creo que ese panorama no era para quedarse disfrutando, llegaron los bomberos y me retiré.”
Los abogados querían saber qué pasó después; qué sucedía habitualmente con esas fotos; qué pasó en ese caso. Palmas les contó sin estridencias lo que parecía su rutina normal: sacaba las fotografías, y con negativo y todo tenía que entregarlas al destacamento.
De todos modos, en algún momento se detuvo a mirar un poco los cuerpos. Al menos eso se desprendió de lo que contó poco más adelante: “Los cuerpos estaban deteriorados de tal forma –indicó–, que no se podía identificar mucho ni el sexo porque estaban... ¿cómo le podría decir? Como sobados por el mar que gira y gira y también del mar de ahí que es fangoso, porque ahí el mar ‘corta’ en dirección a Montevideo y uno ve mucho fango y algas marinas. De tanto rodar –y hay todo tipo de pescados y otros bichos que no recuerdo el nombre como corvinas o carpas y también el tipo de bicho que come la carne humana–”.
“Siempre hay un horario a la mañana temprano, en el que empuja mucho el mar, saca afuera las cosas y es lo característico del mar: es que el mar no quiere nada que no sea del mar, y entonces lo tira afuera, y ahí viene el deterioro de la víctima.”
¿Recuerda vestigios de ligaduras o ataduras?, preguntaron Méndez Carrera, pero Palmas dijo que no. Sí, en cambio, se acordaba de que eran no menos de tres cuerpos y no más de cuatro; que estaban como en literas, y uno medio torcido.
“Una vez terminada mi labor, como lo hacía siempre, porque venía atendiendo la comisaría hacía tiempo, vi a los bomberos subir por los médanos y me fui. Después se hacen comentarios, no me interesaban, laburé y entregué a la policía.”
En ese momento, la policía labró un acta con lo que se supone se convirtió en un expediente que entró al departamento judicial de Mercedes, y ahora forma parte de la causa. Obligado aceptó que Palmas vea ese expediente. Los abogados querían saber si él podía reconocer las fotos que estaban allí y que dan cuenta además de otro dato: los modos en los que la represión dejó la documentación. Palmas, sin embargo, no pudo reconocer las imágenes. Dijo que no eran las suyas, porque él había tomado al grupo en conjunto y ahí aparecían los cuerpos individualmente. De todos modos, aclaró, para ese entonces había otros fotógrafos en el pueblo.
Ese mar ya había dado otras señales. En una audiencia anterior, Aída Sarti, una de las primeras Madres de Plaza de Mayo, meticulosa con la cuestión de los archivos, acercó el original de una noticia de diciembre de 1977 en un diario de México. La noticia la guardó, aunque no sabía aún que podía estar hablando de los cuerpos de sus compañeras Azucena Villaflor, Esther Careaga y María Ponce. Leído en voz alta ayer en la audiencia, ese papel de diario cobró de pronto la potencia de un escrito esotérico: “Otros tres cadáveres en las playas del Atlántico”, decía la nota que, líneas abajo, daba cuenta de que en el transcurso de esa semana se había encontrado otros cuerpos en diversas playas del Atlántico. Días anteriores habían aparecido nueve, y se sumaban otros tres. La oposición decía que podrían ser “disidentes políticos asesinados por los organismos de seguridad”, relataba el diario.
“Yo creo que esa nota es real”, puntualizó Palmas. “No me consta de quiénes eran ni qué fue ni cómo fue lo real, por los comentarios del pueblo sí se decía que aparecían cadáveres en distintos lugares, a tres o cuatro cuadras de distancia habían aparecido otros cadáveres que yo no los vi ni nada, el comentario era ése, ahora de ahí en más no, no tenía interés en saber nada, yo cumplía mi labor, yo en mi casa hice comentarios, todo el mundo hacía comentarios, pero no se sabía procedentes de dónde eran.”
Los cuerpos en total fueron cinco, además de las tres Madres de Plaza de Mayo estaban el de Angela Aguad y la monja francesa Léonie Duquet. Fueron enterrados como NN en el cementerio de General Lavalle. Recién en 2005 se identificaron por el trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense.
Alejandra Dandan
Tomado: Página 12.com.ar
18 feb 2011
“Los cuerpos estaban muy deteriorados”
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