En el siglo XIX, las condiciones de la clase trabajadora, tanto en Europa como en USA, eran brutales. Las condiciones de trabajo eran mínimas; la jornada diaria exhaustiva y sub-humana; niños y mujeres embarazadas eran obligados a trabajar largas jornadas de hasta 16 horas. Los salarios eran bajos y apenas permitían la supervivencia. La miseria, explotación y represión policial ante la menor protesta, eran hechos comunes. No es extraño, por lo tanto, que los obreros intentaran terminar con esta situación. En 1827, los carpinteros y otros gremios lucharon por acortar a 10 horas la jornada laboral. En 1840, el Presidente Martin van Buren reconoció legalmente la jornada de 10 horas para los empleados del Gobierno y para los obreros que trabajaban en construcciones navales y en los arsenales. En 1842, dos Estados, Massachusetts y Connecticut, adoptaron leyes que prohibían hacer trabajar a los niños más de 10 horas diarias.
Entre 1880 y 1890 llegaron a USA nuevas olas de trabajadores inmigrantes europeos: italianos, rusos, griegos, judíos y chinos. Los patrones estadounidenses confiaban que esas diferencias nacionales mantendrían a los trabajadores divididos; de esta manera podrían controlar y evitar la unión y sindicalización de los trabajadores. Esta inmigración influía en la lucha sindical con sus ideas anarquistas y socialistas y fueron los primeros inmigrantes ingleses los que propagaron entre sus hermanos de clase, sus inquietudes sociales y políticas ya extendidas en Inglaterra. Es así como en la Asamblea Nacional de Trabajo en 1866, con representantes de 70 organizaciones sindicales y 12 nacionales se proclamó: “La primera y gran necesidad del presente, para liberar al trabajador de este país de la esclavitud capitalista, es la promulgación de una ley por la cual la jornada de trabajo deba componerse de ocho horas en todos los Estados de la Unión Americana. Estamos decididos a todo hasta obtener este resultado”.
Qué no escribirían estos luchadores hoy, cuando se trabaja en condiciones aún más brutales, en lo que se cataloga como la ”esclavitud moderna”!!!
El 1o. de mayo de 1886 estallaron más de 5000 huelgas, paralizando la producción en USA y 340.000 obreros salieron a manifestar en las calles sus reivindicaciones. Esto tomó rápidamente un carácter violento en Chicago, culminando con la masacre de la Plaza Haymarket el 4 de mayo.
De los 8 anarquistas detenidos y juzgados arbitrariamente, 5 fueron condenados a muerte y ahorcados un año y medio después. Los otros 3 fueron condenados a cadena perpetua. Se hablaba de ”conspiración” y muy poco de las condiciones de trabajo de los obreros al condenarlos.
Uno de aquellos Mártires de Chicago, Michael Schwab, en su alegato final, expresó:
"Habláis de una gigantesca conspiración. Un movimiento social no es una conspiración, y nosotros todo lo hemos hecho a la luz del día. No hay secreto alguno en nuestra propaganda. Anunciamos de palabra y por escrito una próxima revolución, un cambio en el sistema de producción de todos los países industriales del mundo, y ese cambio viene, ese cambio no puede menos que llegar...
Si nosotros calláramos, hablarían hasta las piedras. Todos los días se cometen asesinatos; los niños son sacrificados inhumanamente, las mujeres perecen a fuerza de trabajar y los hombres mueren lentamente, consumidos por sus rudas faenas, y no he visto jamás que las leyes castiguen estos crímenes... "
Fué una lucha que duró años y que se pretendió olvidar. Se ha pretendido convertir esta jornada en un día festivo, pero no olvidemos que como tantas otras batallas de la clase obrera, este es uno de sus jalones más importantes. Basta recordar las palabras de Albert Spies, otro de los mártires:
"Si creéis que ahorcádonos podéis acabar con el movimiento obrero ... el movimiento del cual los millones de oprimidos, los millones que laboran en la miseria y la necesidad esperan su salvación -si ésta es vuestra opinión, entonces ahorcarnos! Aquí pisoteáis una chispa, pero allí y allá, detrás de vosotros, frente a vosotros, y por todas partes, las llamas surgirán. Es un fuego subterráneo. No lo podréis apagar".
Palabras premonitorias, que hoy siguen teniendo vigencia; la misma que tendrá siempre la lucha de los pueblos en la búsqueda de la Justicia.
En 1888, los dirigentes de la Federación Americana del Trabajo (AFL) votaron por la continuación del movimiento en favor de la jornada de ocho horas, fijando como fecha para hacerla efectiva el 1 de mayo de 1890. Samuel Gompers, presidente de la AFL informó de esta decisión en el Congreso Constitutivo de la II Internacional, reunida en París al año siguiente, en julio de 1889, informando sobre todo lo acontecido en los Estados Unidos; y la asamblea votó unánimemente en apoyo a la lucha para la conquista de la jornada de ocho horas, aceptando la fecha del 1 de mayo de 1890 para una acción internacional.
Las luchas continuaron con distintas demandas a lo largo de decenios y continuarán hasta el día en que este sistema económico caiga. Después se intentó cambiar la fecha para el primer lunes de setiembre y llamarlo ”Fiesta de los que trabajan” y celebrarlo con un picnic y música y nació el Labor Day (Día del Trabajo), y despojar a este día de su origen político y de lucha.
Hoy, en una coyuntura económica diferente, se pretende cuestionar su celebración, inclusive en Suecia. La condición que ha permitido al capitalismo globalizarse es la destrucción de las formas de organización y de resistencia de los trabajadores, sobre todo las que se forjaron a partir de la década de los sesenta. La globalización está edificada sobre la derrota y sumisión de las luchas obreras: la destrucción de los contratos colectivos, el desempleo, la obstrucción de la libre circulación de la mano de obra y la ruptura de la solidaridad internacional de los asalariados. Pero, además, el nuevo capital necesita destruir toda forma de resistencia social al libre flujo de capitales comerciales y financieros y a la libre explotación de los diversos trabajos. La desocupación y la deslocalización, que producen miedo e inseguridad, otorgan poder económico y político y hacen que el obrero pierda de vista donde está su enemigo, conviertiéndolo en individualista y acciones de la empresa, que no tienen peso, lo hagan sentirse parte de ella.
El capitalismo global ha convertido a los sindicatos en organismos burocráticos, a su servicio. Aquí en Suecia lo vemos plasmado en la LO, que implicada en esta política, garantiza, a partir del Acuerdo de Saltsjö, la cooperación de clases, cuando las mismas son irreconciliables. Decir Socialdemocracia y LO es una misma cosa; esta ha sido la ”ideología” que ha regido. Pero, cómo puede representar una Socialdemocracia que ha dado un giro a la derecha y una central obrera que, para favorecer el ”clima” de discusión ante los acuerdos salariales con las patronales, ha claudicado en su rol: defender los intereses cada vez más impostergables de los trabajadores? Y cómo una izquierda atomizada piensa tomar la responsabilidad de crear una alternativa real y cuya carencia de discusión ideológica menoscaba la democracia?
En todo caso, la experiencia nos ha enseñado que la única garantía para fortalecer el movimiento obrero, es la unidad. Unidad plasmada en una central obrera única, en torno a una plataforma clasista de reinvidicaciones.
Se ha perdido un concepto esencial, el del internacionalismo proletario y político. Si el capital ha tenido la sagacidad de internacionalizarse hacia la derecha, nosotros tendremos que retomar la lucha internacional hacia la izquierda. La clase generadora de la riqueza, no ha desparecido. Esa clase trabajadora busca y buscará los caminos con una lucha unitaria, que le dará las claves para terminar con la injusticia de un sistema que es insostenible.
La Unidad, tanto ideológica como programática, es vital en estos tiempos. Sólo si nos convierten en sujetos desposeídos de nuestra identidad de clase, podrán cumplir con su objetivo de someternos. Tengamos bien presente que la lucha de los pueblos es una lucha de clases.
Recordemos cada día aquel enunciado de Marx y Engels:
"Los proletarios ... no tienen nada que perder, como no sea sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo que ganar. ¡Proletarios de todos los países, uníos!"
Gloria
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