Una niña corre entre las ruinas de un edificio bombardeado en la Operación Plomo Fundido. Apenas el 19% de las edificaciones dañadas ha podido ser rehabilitado, por culpa del bloqueo. / Amnistía Internacional La población aguarda con nerviosismo el desenlace de la travesía. Saben del simbolismo de romper el cerco e insisten en la necesidad de este balón de oxígeno para vivir algo mejor La idea es entregar toda la ayuda a la UNRWA, el organismo más respetado e independiente, para que ellos repartan y gestiones los materiales
Los problemas de Gaza son tan apremiantes que no hay mucho tiempo para leer los periódicos. Pero estos días los ojos buscan los rótulos de Al Jazeera, que le cuenten cuántos barcos vendrán en la Segunda Flotilla de la Libertad, o las nacionalidades de sus tripulantes, o sus problemas para hacerse a la mar. Tienen la mente puesta en su día a día de superación y lucha y, sin embargo, la semilla de la ilusión ha germinado entre los palestinos de la franja. La esperanza cala cualquier armadura. Hay carteles convocando ante un posible atraque de los buques, hay grupos en Internet organizando cánticos y recortando banderas, hay ebullición bajo la rutina, porque hay fe: la de que esta carga, 5.000 toneladas de ayuda humanitaria repartida en una docena de barcos con gentes de 45 nacionalidades, llegue a sus manos y calme sus urgencias.
El buque turco 'Mavi Mármara', en el que murieron nueve personas, atracado en Estambul el pasado año.
Hasan Mohamed Jaber, periodista local, explica que la población está viviendo estos días con el ansia de que se lance al mundo “el mensaje de que el bloqueo se puede romper”, después de que Israel lo aprobase cuatro años atrás, en represalia por el ascenso al poder de Hamás, considerado un grupo terrorista por la ONU, la UE y EEUU. El intento del pasado año, cuando nueve activistas murieron en el asalto de la Marina israelí al Mavi Mármara, dejó en los gacenses “un poso de tristeza, la convicción de que ni siquiera activistas internacionales iban a ser respetados, que incluso ellos fueron sometidos a la fuerza militar” de Israel. Ahora es el momento de ver “si la sensibilidad hacia la causa de Gaza ha cambiado en algo”. Raji Sourani, responsable del Centro Palestino de Derechos Humanos, confiesa que la fuerza popular de la flotilla de hace apenas unas semanas se ha “rebajado“, a causa de las “presiones” que han hecho que el IHH -los impulsores de la campaña del año pasado- se quede en tierra junto con su barco emblema, el Mármara, a lo que se suman las declaraciones constantes -de la ONU, de la UE, de EEUU- insistiendo en que la flotilla “no es necesaria” en este momento. “Eso desanima, pero nosotros sabemos que son absolutamente necesarios, tanto en un plano pragmático como simbólico. Hace falta el material que traen y hace falta que entren, demostrando que podemos romper los muros de esta cárcel de tierra”, señala. Al teléfono, Mohamed Naser, un líder vecinal de Khan Yunis, abunda en esa visión: “Un triunfo de estos barcos puede ser el principio del fin del bloqueo. Por eso rezamos para que todo salga bien y nadie salga herido. Queremos las provisiones, no queremos conflicto ni sangre. Queremos vivir”, insiste.
Si la flotilla llega a puerto en la costa de Gaza, ¿qué se hará con los libros, cuadernos, bolígrafos, pinturas, guantes, vendas y demás suministros médicos que lleva en sus bodegas? Manuel Tapial, superviviente del ataque de 2010 y portavoz de la plataforma española Rumbo a Gaza, explica desde Atenas -donde los tripulantes esperan a que pase la huelga general de Grecia para hacerse a la mar- que “toda la ayuda se entregará al almacén central de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos (UNRWA) en Gaza, para que sean ellos quienes la repartan de manera equitativa en función de las necesidades que tengan identificadas“.
Calle de la localidad de Khan Yunis, en el centro de la franja de Gaza.
Así no habrá dudas. Ninguna ONG o entidad afín a nadie gestionará, repartirá, decidirá. Los organizadores han buscado a la organización más respetada en el plano internacional para que su labor sea transparente. No obstante, a la hora de comprar materiales o de buscar donaciones (de particulares, de colegios, de hospitales), las distintas plataformas han buscado el diagnóstico de media docena de entidades punteras en Gaza, que les han ido trazando el esbozo de las necesidades más apremiantes de su población. Entre ellas está el PCHR de Sourani, quien usa estadísticas de Naciones Unidas para reafirmar su dictamen de abandono y miseria. “Los 1,5 millones de ciudadanos de la franja tienen sueldos medios de 180 euros, en declive en los últimos años [el valor de los salarios ha bajado casi un 35% desde 2006, cuando comenzó el bloqueo de Israel, afirma la ONU], tasas de pobreza superiores al 50% y uno de los índices de paro más altos del mundo, del 45,2%, con pérdidas de 8.000 puestos de trabajo cada semestre”, añade. El impulso de “solidaridad” que supone la flotilla no sólo sería adrenalina para un pueblo algo cansado de pelear, sino “realmente una ayuda inmensa”. “Ya sé que no nos van a salvar la vida, pero la van a mejorar notablemente. Es oxígeno y debe serlo sobre todo para las familias con rentas más bajas y los parados, como agricultores y pescadores”, insiste.
Abdel Jalil Arm, médico colaborador de la Sociedad de Ayuda Médica Palestina, también ha sondeado a sus pacientes para relatar luego a los organizadores de la flotilla qué necesitaba perentoriamente, qué es imprescindible. Lo fundamental: los fármacos y el material quirúrgico. Según sus datos, 130 personas han muerto en los últimos 18 meses por carecer de los medicamentos básicos. Al menos 2.o00 personas aguardan un permiso para salir a Israel a tratarse, con especialistas o maquinaria que no hay en Gaza. En 2010 se registraron una docena de casos de pacientes que murieron antes de poder irse a un hospital fuera de la franja. “Ahora la apertura de Rafah permite la salida y entrada libre de enfermos, pero eso es así desde hace un mes, y puede que no sea en Egipto, sino en Israel, donde tienen opción de curarse”, reconoce. En la red de clínicas que gestionan (24), han detectado que, aunque la gente no se muere de hambre, las carencias alimentarias son el “gran mal” de Gaza. Según Arm, el 52% de los niños sufre anemia, casi el 70% de los menores y el 60% de los adultos sufre problemas de nutrición (sobre todo por falta de fósforo, calcio y zinc), la mitad de los infantes tiene enfermedades respiratorias y casi un 57%, problemas psicológicos, provocados mayoritariamente por los bombardeos de Plomo Fundido. “A alimentación y a salud mental deben ir los primeros materiales de la flotilla”, reclama.
Supermercado 'Metro', en Gaza. Estanterías a tope pero muy poco dinero para comprar.
Philip Luther, portavoz en Oriente Medio de Amnistía Internacional, niega que la ayuda de los últimos días de Israel palie en algo la situación. “Son medidas oportunistas”, denuncia. Se refiere a la entrada de más de 300 camiones con mercancías de primera necesidad y materiales de construcción o al anuncio de que Tel Aviv va a pagar el levantamiento de 1.200 casas y 18 escuelas que destrozaron sus aviones en 2009. “No es suficiente, no lo es. Tampoco la flotilla, pero sumando muchos pocos llegaremos a muchos ciudadanos”, recomienda. Avala las estadísticas de Sourani y Arm, y recuerda una reflexión de hace apenas un mes, la del relator especial de la ONU en los Territorios Palestinos, Richard Falk. “Él habló de profunda preocupación por Gaza, de un pueblo que sufre una política deliberada de castigo colectivo… es jurídicamente insostenible y moralmente censurable, es negar la humanidad de los palestinos. Por eso el bloqueo debe ser levantado inmediatamente”. Joanna Marques, voluntaria de Save The Children, denuncia que los impuestos que Israel exige sobre las mercancías hacen que, aunque haya material en los supermercados, sea inaccesible para las familias. “Las tiendas están llenas, me dirán. Y por eso la Cruz Roja niega el desabastecimiento, pero si una madre gasta a la semana 30 euros, por ejemplo, en leche materna para su bebé y el sueldo que entra en casa no llega a los 200, ¿me dice usted cómo se llega? Aguando la comida, ayunando, comiendo hasta lo que se pudre“, relata. En su caso, la prioridad en la ayuda de la flotilla ha de ser, precisamente, la mejora de la alimentación general.
Todos estos argumentos se dejan ver a duras penas en el lado israelí. Apenas algunas organizaciones de izquierda, como ACRI o B´Tselem, denuncian abiertamente el bloqueo, reclaman que finalice y hacen suyas las estadísticas de necesidad y asedio. Jessica Montell, directora ejecutiva de esta última ONG, habla de “colapso total en la franja” y pone un ejemplo de la “asfixia” a que Israel somete a su gente. “Antes de 2007 entraban a Gaza más de 4.000 tipos de alimentos. Hoy no pasan de 150. Más del 90% de la población sufre cortes de luz, y casi el 100% bebe agua en mal estado, contaminada o sin depurar. ¿No necesita eso de una flotilla?”, se lamenta. Pero no es ese el sentir que se palma en las calles de Israel. A excepción de editoriales como el del progresista diario Haaretz, los medios se han decantado por informaciones en las que el pilar es la seguridad nacional, no lo que ocurre al otro lado de la valla. Amplia cobertura para los simulacros de la Armada, ensayando un nuevo abordaje, filtraciones del Gobierno sobre los componentes de la expedición (“entre ellos puede haber personal formado por Hamás y que portan materiales químicos con los que atacar a los soldados”, informan las IDF), relato de los orígenes “terroristas” del IHH, la formación turca que apadrinó la primera flotilla y que ahora se queda en tierra.
El paso de Rafah entre Gaza y Egipto, el pasado 28 de mayo, cuando se abrió definitivamente.
En estos días, columnistas y ciudadanos que llaman a los debates televisivos recuerdan no el informe de la ONU que acusó tanto a Israel como a Hamás de crímenes de guerra en Plomo Fundido, el llamado informe Goldstone, sino la rectificación posterior de su autor en un artículo de prensa. Sí sale a relucir el informe Turkel, compuesto por expertos llamados por el Gobierno de Benjamin Netanyahu, que eximieron a su gabinete de toda culpa en el asalto mortal al Mavi Mármara y reafirmaron que los militares actuaron “en legítima defensa” y “conforme al derecho internacional”. Como casi siempre, en los bares, en la vida, no se habla apenas de los palestinos. Sólo se mira de reojo una portada, con ceño preocupado. Hay una visión casi unitaria en el país: si hay que usar la fuerza, que se use. Será lo necesario. Es el aval que dan a su Ejército y sus mandos, un pueblo que es en sí mismo el mayor ejército del mundo.
Al igual que los partidarios de la flotilla tienen sus argumentos, Tel Aviv maneja los suyos ante la opinión pública internacional. Los sintetiza Andrés von der Walde, director de ACOM, una organización que promueve las relaciones entre España e Israel. Para comenzar, niega la mayor: no hay bloqueo, dice, porque por Rafah circulan ya “materiales y personas“; el veto en el mar, sostiene, es legal porque se mantiene un “conflicto armado” contra Hamás. Acusa a la expedición de tener intencionalidad política ya que si quisieran sólo depositar la ayuda en Gaza, podrían hacerlo usando la vía terrestre, como pide la ONU, bien por Rafah, bien descargando los fardos en El Arish. Citando a Cruz Roja y el Banco Mundial, “no hay crisis humanitaria en Gaza” y, sostiene, Israel además “envía cantidades muy importantes” de ayuda humanitaria, 25 veces superior en un mes a la que llevan los 12 barcos internacionales (127.353 frente a 5.000). La actuación de los activistas, abunda, no cuenta con el apoyo ni de la UE, ni de EEUU ni de la ONU, el bloqueo es “legítimo” para pelear contra Hamás y evitar que acceda a más armas y manuales sobre conflictos armados como el de San Remo dan solvencia legal a la postura israelí, concluye.
Son el blanco y el negro, la noche y el día, los motivos y los recelos para una travesía en la que el mundo entero tiene sus ojos puestos. Sólo en Gaza miran hacia el lado contrario, al mar, desde el último recodo del Mediterráneo. Aguardan a ver las velas blancas. Las de la esperanza y la solidaridad. Las de la provocación, dice Israel. Es cuestión de horas que se conozca el desenlace.
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