21 mar 2009

Politizando el racismo

Muchos países se disponen a participar en la Conferencia Contra el Racismo que tendrá lugar en Ginebra entre el 20 y el 25 de abril. Pero la tan difundida reunión internacional está siendo ya objeto de numerosas discrepancias después de que Israel, EEUU y otros países tomaran la decisión de no participar.
Aunque la abstención de cuatro o más países es irrelevante para que pueda llevarse a cabo todo el procedimiento, la decisión estadounidense va a hacer que, en el mejor de los casos, la conferencia resulte “controvertida”.
La provocadora postura del gobierno estadounidense no es nueva, sino una repetición de otro fiasco que tuvo lugar en Durban, Sudáfrica, en 2001. Los representantes israelíes y estadounidenses se marcharon furiosos de la conferencia en protesta ante los supuestos sentimientos “anti-israelíes” y “antisemitas” que al parecer impregnaban la Conferencia Mundial Contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y la Intolerancia (WCAR, por sus siglas en inglés). La decisión fue una señal ominosa de que la administración Bush iba a ser puesta a prueba en política exterior, ya que la conferencia concluyó el 8 de septiembre, tres días antes de los ataques del 11-S.
EEUU justificó entonces su denuncia del forum internacional a partir de las mismas inválidas razones citadas por Israel: que el forum se había transformado en una plataforma para la retórica anti-israelí y antisemita. Pero, ¿fue la WCAR en realidad una plataforma para el racismo y la intolerancia como la acusaron los amigos de Israel?
Muy al contrario, lo que se produjo en la conferencia fue una manifestación de democracia en su mejor expresión, donde ningún país pudo desafiar el consenso internacional a través del poder del veto ni pudo mostrar su poderío económico a la hora de doblegar a la comunidad internacional ante sus objetivos. El resultado fue inquietante desde el punto de vista de quienes se niegan a tratar a todos los estados miembros de las Naciones Unidas con igualdad e imparcialidad. Una demanda africana que pedía que cada país que se había beneficiado de la esclavitud presentara por separado disculpas a cada nación africana que la había sufrido, fue considerada excesiva y finalmente descartada. Pero la “cuestión” principal de la controversia, que llevó a que los representantes estadounidenses se marcharan de la conferencia, fueron las críticas apuntadas por muchos países contra las prácticas racistas israelíes hacia los palestinos. Una mayoría de países pidió que se reinstituyera la Resolución 3.379 de la Asamblea General de las Naciones Unidas que en 1975 equiparaba sionismo con racismo.
La conferencia de entonces no sólo abordó el conflicto entre Palestina e Israel. Sin embargo, la fuerte resistencia estadounidense a cualquier crítica de las prácticas racialmente motivadas del estado israelí: la violencia extrema, el robo de la tierra, el muro del apartheid, los asentamientos, la prolongada ocupación militar, etc., colocó la cuestión en el centro del escenario.
La lucha palestina no implica el olvido de las luchas de las naciones oprimidas en todo el mundo, al contrario, más bien supone un llamamiento por los derechos, libertad y liberación que continúan teniendo eco por todo el planeta. Sin embargo, el hecho de que la ilegal y violenta opresión masiva de los palestinos, según la perpetra abiertamente el estado de Israel, continúe inmisericorde –y que sea defendida y justificada por los Estados Unidos y otras potencias europeas-, ha servido para destacar el legado histórico defendido durante muchos años por las antiguas potencias coloniales por todo el denominado Tercer Mundo.
Hay muy pocos foros internacionales que se organicen y se dirijan por los principios de igualdad y equidad entre las naciones. La WCAR es uno de esos pocos, en efecto. Por tanto, no fue una sorpresa que fuera testigo de la expresión de la solidaridad internacional hacia el pueblo palestino y de la repulsión mundial ante las políticas racistas y de apartheid perpetradas a diario por Israel. Pero la mera censura de las políticas racistas, injustas y antidemocráticas de Israel, por no hablar ya de intentar ponerles fin, se considera mecánicamente antisemita desde el punto de vista de Israel y de las administraciones estadounidenses.
EEUU condicionó su participación en la conferencia de abril en Ginebra (Durban II) a que se eliminara cualquier censura específica a Israel y se asegurara que Israel no se vería señalado por crítica alguna. Aunque las sensibilidades estadounidenses confían constantemente, y exigen, la singularización de cualquier país, dirigente o grupo del que se suponga que es criminal o terrorista, a Israel se le trata con estándares diferentes. “Un mal documento deviene en algo peor, y EEUU decidió no participar en la conferencia”, informaba el diario israelí Haaretz en referencia a los borradores de documentos que se están ultimando antes de la conferencia.
Al parecer, el “mal documento” original define a Israel como “estado ocupante que lleva a cabo políticas racistas”, una descripción que es consistente con el derecho internacional, las resoluciones de Naciones Unidas y los puntos de vista de los principales defensores mundiales de los derechos humanos”, incluyendo al Arzobispo Desmond Tutu, John Dugard, el ex Relator Especial de Naciones Unidas para los Territorios Palestinos, y Richard Falk, el actual enviado de Naciones Unidas, entre otros. El “mal documento” podría convertirse en algo “peor” con nuevas referencias al baño de sangre en Gaza que mató e hirió a casi 7.000 palestinos durante veintidós días.
Desde el punto de vista estadounidense –y, por desgracia, también canadiense e italiano, hasta ahora-, todas esas prácticas inhumanas no justifican unas palabras de condena. El mismo criterio, por supuesto, no se aplica a Sudán, Zimbabwe, Irán, Cuba y otras naciones “poco amistosas”. La decisión estadounidense debe desanimar especialmente a las naciones africanas que vieron en el ascenso de Barack Obama a la presidencia de EEUU algunas posibilidades de vindicación. Sin embargo, lo que se vio fue cómo el primer presidente negro de EEUU se apuntaba al boicot de una conferencia que intentaba discutir el tema de la esclavitud y la repatriación, probando de nuevo que la raza en sí no es un elemento suficiente para explicar las políticas externas e internas estadounidenses.
Un día después de rechazar la conferencia, la Secretaria de Estado Hillary Clinton llegó, en su primera visita como tal, a Oriente Medio, donde se dedicó a amonestar a Irán, Hamas y Hizbollah por lanzar amenazas a Israel y alabó al estado judío y a sus aliados “moderados”, comentando el 3 de marzo en un comunicado conjunto con el Presidente israelí Shimon Peres: “Es importante que EEUU haga siempre hincapié en nuestra inquebrantable, duradera y fundamental relación y apoyo hacia el estado de Israel. Iré desde aquí a Yad Vashem para honrar a las almas perdidas, para recordar a los que el Holocausto se llevó, para depositar una corona y rezar una oración”.
Ni que decir tiene que Clinton se negó a visitar Gaza, donde millón medio de personas están atrapadas en un inmenso campo de concentración, negándoseles el acceso a los alimentos, las medicinas y los derechos humanos y políticos. ¿Tiene derecho el mundo a inquirir por qué?
Ramzy Baroud Al Ahram Weekly
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Texto original: http://weekly.ahram.org.eg/2009/938/re02.htm
Tomado de Rebelión

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