30 mar 2009

"Un disparo, dos muertes"

Es uno de los últimos divertimentos que causan furor entre los soldados israelíes, según han informado recientemente Europa Press, el diario hebreo Haaretz y otros medios de comunicación. Se trata de una camiseta.
En la espalda lleva impreso el dibujo de una mujer palestina embarazada, dentro del punto de mira de un fusil. Debajo, el mensaje: «un disparo, dos muertes». No es precisa gran sutileza intelectual para entender la broma, que ha de antojársele sin duda la mar de divertida a los jóvenes guerreros que la portan.
Existen otros modelos, todos de bestialidad semejante. El dibujo de un bebé palestino muerto, al lado de su oso de peluche y junto a su madre que llora, es celebrado con el sarcasmo: «Mejor usa Durex». Al pie de la representación de una joven palestina magullada que se arrastra ante un soldado: «Apuesto a que te han violado». La imagen de una mezquita destruida y el texto «Vinimos, vimos, destruimos».
A menudo, los batallones, sobre todo los de francotiradores, celebran la clausura de cursos de instrucción militar encargando la impresión de estas camisetas. El dibujo y el texto suelen ser aprobados por los mandos, aunque el portavoz del ejército israelí se justifica alegando que se trata de camisetas de uso privado, no de la ropa reglamentaria. En cualquier caso, es evidente que, si no se estimula el sadismo de la nueva moda, se tolera al menos, e incluso se ve con indulgente simpatía.
¿Acaso podía ser de otra forma?¿Cómo se prepara a una persona para que acepte ametrallar a una familia inerme?, ¿de qué manera se logra vaciar la conciencia para que no se destruya al hacer estallar el cráneo de un niño de un disparo?, ¿qué grado de insensibilidad debe alcanzar un joven para conducir su carro de combate por encima de los escombros y los cadáveres? Quienes mandan a los ejércitos invasores siempre dispondrán de una enorme ventaja: están compuestos por seres humanos, cuya crueldad, diestramente alimentada, cuenta con posibilidades inimaginables.Pero también chocarán con un prodigioso escollo: los ejércitos están compuestos al fin por seres humanos, cuyo anhelo de libertad y cuya capacidad de sublevación pueden desencadenarse en cualquier momento. Hay que nutrir a la alimaña, es imprescindible cebar el odio; ningún avance tecnológico librará a las guerras de esta obligación elemental que hermana en catadura moral a refinados gobernantes con el más sanguinario asesino en serie.
No es, por terrible, nuevo. Tanto da una camiseta que la arenga de un general antes de acometer una matanza. Pero hay algo peor: la repulsiva somnolencia de la mayoría social que calla, consiente y sigue sufragando el solaz de los verdugos sin rechistar.
Ricardo Rodríguez
Tomado de Mundo Obrero

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