14 abr 2011

Historia de la desaparición


Ilustración de Mikel Casal
Desaparecidos es uno de los resultados del proyecto fotográfico con el que Gervasio Sánchez aborda el mecanismo represivo más hiriente y complejo acontecido tras la Segunda Guerra Mundial: la desaparición forzosa. Su aproximación al tema se exhibe en estos días a través de sendas exposiciones simultáneas producidas en tres instituciones distintas y distantes, el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona, La Casa Encendida, en Madrid, y el hermoso edificio del Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León. El material es sencillamente bueno, y los paneles que acompañan cada sección son exactos en lo que dicen y diestros en lo que miran. Para colmo, el catálogo es una maravilla útil. Nada de todo eso es frecuente, y aún menos que coincida, enlace y fusione en un solo producto destinado a reconstruir, un poco más, la historia natural de la desaparición forzosa, un fenómeno genuino en el índice de crímenes de Estado.
Si hablamos de ese tipo de crímenes, el Holocausto aparece siempre por la conmoción que provocó. Pero la singularidad del Holocausto no reside en el volumen de atrocidades y muertes, ni en la técnica utilizada, ni en la forma de proceder. Su novedad reside primero en que fue un crimen con una motivación ontológica, pues se trataba de exterminar, en sentido literal y estricto, a personas por las características de su naturaleza “racial” –los judíos, los gitanos y en otra medida los eslavos– independientemente de su credo político. La presencia y destrucción de otros perseguidos y cautivos no daba sentido al Läger, el exterminio no se había preparado para ellos, aunque ellos murieran en las mismas condiciones que los judíos y con el mismo trato y sufrimiento. La segunda característica del Holocausto fue, como nos contó Hannah Arendt, la tremenda divergencia entre la atrocidad de los crímenes y la normalidad con la que estos se producían, una divergencia que ha dejado instalado para siempre el estremecimiento y la perplejidad en el patrimonio humano.
Cuando parecía que todo estaba explorado a propósito de los crímenes de Estado, la desaparición forzosa presentó una muerte nueva y sin antecedente. Ya no se trataba de la represión tradicional –antigua, brutal y continua– sobre los dirigentes de los movimientos sociales, sino del exterminio de individuos considerados no funcionales –no aptos– para el sistema a causa de sus opciones políticas, esa era la diferencia con el Holocausto, la novedad. La desaparición forzosa desquició la concepción de la muerte que tienen la mayoría de culturas, pues al no ser ni vida ni muerte, la desaparición hizo inoperantes los marcos sociales básicos para la evocación: rompió el tiempo, el espacio y el lenguaje.
En la línea del tiempo, la muerte quedaba en suspenso y desaparecía la distinción entre pasado y presente –en realidad desaparecía el tiempo en sí mismo– generando círculos y ciclos de angustia y expectativa sin ningún límite. Era de suponer que el desaparecido estaba prisionero, pero en dónde, en qué espacio, no había ninguna posibilidad de construir una representación espacial del lugar en el que podía encontrarse cautivo, ni en qué condiciones se hallaba. El terror no procedía de la magnitud del crimen, sino de su indeterminación. El desconcierto y el pánico generados y expandidos por esta situación provocaron huecos en el lenguaje y en la transmisión de lo que había sucedido al limitar lo que podía ser contado a otros sobre el ausente y el porqué de su ausencia. Entre los afectados, todo eso obstruyó la transmisión de la historia familiar y del conocimiento en general, aunque este último es un tema largo y denso que debe ser tratado sin estropear la complejidad que contiene.
Para la desaparición se instituyeron áreas especiales escondidas a la mirada, centros clandestinos de detención donde todo era posible, incluido el final habitual: la muerte y la desaparición posterior del cuerpo en los espacios infinitos del océano y el desierto. No se trataba de una muerte en privado, sino de una muerte sin identidad, por lo que el centro clandestino no era sólo un espacio institucional de vulneración y muerte, sino de organización del olvido porque la muerte indeterminada y anónima confirmaba la inexistencia del ciudadano, era el modelo de perfección criminal soñado. Y, sin embargo, se partió el sueño, más que por la acción de la memoria, por la apelación e indagación permanente de una parte de los afectados y de esos sectores de la sociedad que se niegan a aceptar lo que es inaceptable.
Gervasio Sánchez muestra en su retrato la transversalidad de la desaparición, de este a oeste y de norte a sur, ofreciendo una información que el tiempo y el conocimiento deberán contribuir a clasificar y ordenar para impedir que una generalización del tema, inconsistente pero protegida por el dolor que causa esa forma de muerte, enturbie la capacidad para comprender el fenómeno de la desaparición forzosa. Al fin y al cabo resulta poco adecuado ubicar las fosas de la Guerra Civil española en el fenómeno de la desapa-
rición forzosa. El promotor no fue el Estado, sino militares rebeldes, fascistas, eclesiásticos y militantes de derechas nublados de odio y orgullo de clase que precisamente luchaban y mataban para limpiar y construir un Estado nuevo porque aún no lo tenían. Por lo demás, nunca escondieron la fuerza del terror que practicaban en el momento de las acciones; al contrario, alardearon de su propia violencia. Y además se produjo en el marco de una guerra convencional y civil. Pero sí es cierta una coincidencia, el daño causado es irreparable en todos, y por tanto imperdonable.

Ricard Vinyes es historiador

Tomado: blogs.Público.es

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