En una de mis últimas contratapas –desde Alemania– expresé mi alegría porque por fin se hacía justicia en un ámbito donde, por principio, la civilidad no intervenía: la Iglesia. Se habían denunciado ante la Justicia delitos sexuales de miembros del catolicismo en conventos y colegios. Y la prensa se hacía eco de ello y se informaba de hechos que desde siempre se callaban.
Pues bien, esa línea ha continuado y día tras día se conocen nuevas denuncias contra sacerdotes, frailes y así llamados hermanos por el abuso sexual de niños y adolescentes en colegios e internados, lo que ha causado una verdadera conmoción en Alemania. Este es un problema que afecta a la mayoría de los países donde los representantes de religiones están sometidos a reglas de “castidad”, es decir de negación absoluta del sexo, de por vida. Al mismo tiempo de la ola de denuncias de casos de violación y abuso de menores, se ha iniciado una polémica pública acerca de estos temas.
Los hechos se han ido sucediendo uno tras otro. Tal vez el que más conmocionó fue el abuso sexual contra los niños del coro de los llamados Domspatzen, un hermoso nombre que quiere decir “gorriones de la catedral”, de la ciudad de Regensburg. Escucharlos es como recibir los sonidos de un cielo lleno de ángeles niños que nos elevan a esferas de vuelos de palomas y paraísos. Pues bien, se ha comprobado que muchos de esos niños fueron abusados por los religiosos que estaban a su cargo. ¿Y quién fue durante treinta años el director? Georg Ratzinger, el hermano del Papa, quien dice hoy no haber sabido nada de esos abusos. Reconoció, sí, que había castigos para los niños, y como si fuera un chiste, dijo que él también dio algunas cachetadas.
Largo sería aquí enumerar las acusaciones de las últimas semanas contra miembros de la Iglesia Católica en el mundo, acusaciones que han sido publicadas principalmente en Alemania, Canadá, Holanda y Austria.
La Iglesia trató de que todo quedara dentro de su jurisdicción. Que los “pecadores” se confesaran ante sus superiores y éstos les dieran la pena religiosa que les corresponde. (Sí, tal vez rezar tres Padrenuestros y tres Avemarías, como castigo.) La ministra de Justicia alemana, Leutheusser-Schnarrenberg, dijo claramente que la Iglesia tendría que ayudar a denunciar todos los delitos, los que serían penados de acuerdo con las leyes que rigen para todos. Por supuesto que eso es lo único justo y no protegerse con autodefensas de cofradías.
Aunque, claro, el problema es más de fondo. Ni rezar ni confesarse pueden dar una solución a este problema. Que parte, en gran medida, del juramento de castidad a que son sometidos los eclesiásticos de esa religión. Y ya han comenzado las opiniones. Una que ha tenido mucha repercusión es la del prior del convento de Andechs, Austria, Anselm Bilgi, quien exige la “apertura de la Iglesia” y salió a criticar al obispo Mixa, quien sostuvo en una rueda de prensa que la culpa de los curas pedófilos y pederastas la tiene “la revolución sexual que ha tenido lugar en el mundo actual”. No es eso, sostuvo el prior, sino que en la Iglesia Católica “necesitamos una franqueza absoluta, claridad y transparencia” y “dejarnos de disimulos y encubrimientos”. Y continuó: “El cardenal Kaspar ha dicho que en la Iglesia hay que ‘limpiar los escombros’ y ‘volver a acomodar’. Sí –continuó el prior–, pero no volver a la vieja moral sexual, eso que la sociedad en general no acepta más”. “Mientras muchos católicos –agregó– sostienen hoy la autodeterminación sexual, la Iglesia como institución está totalmente en contra. Creo que el escándalo de la pederastia y la pedofilia que soportamos actualmente es una gran oportunidad para la Iglesia, para que comience abiertamente la discusión sobre la vida sexual. Mientras el obispo Mixa exige que la Iglesia se refugie detrás de barricadas y permita sólo sexo en el matrimonio porque lo demás es pecado, lo racional ha terminado con esos conceptos y lo que debe valer es el amor, los sentimientos mutuos y no lo denominado legal.” Y sostuvo esto que es fundamental: “El tema del celibato para los sacerdotes ha llegado a la mesa de discusión de la propia Iglesia, no hay otra salida”.
La Iglesia Católica actual se defiende sólo con la negación absoluta de toda discusión acerca de sus principios.
En televisión, el ex secretario general de la Democracia Cristiana y varias veces ministro, Heiner Geissler, dijo que él quiso llegar a ser sacerdote y estudió en un seminario durante seis años, pero luego decidió salir porque no podía cumplir con dos de los tres votos fundamentales para ser sacerdote: la castidad y la obediencia.
Muy sincero el político conservador. Porque la obediencia puede ser muy peligrosa, la exigen sólo los dictadores, los que no quieren la discusión ante la duda. Y con respecto a la castidad, sólo se basa en la palabra “pecado”. ¿Acaso es pecado acariciar el cuerpo de una mujer? ¿Es pecado hacer uso de la ternura en toda su ilimitada extensión?
Otro de los temas a los cuales se suman las proposiciones de jóvenes católicos es que también puedan ordenarse mujeres como sacerdotes y no sea reservada esa misión sólo a los hombres. ¿Acaso la realidad no ha demostrado que es tan necesaria la mujer como el hombre para la vida diaria, además de que posee la sabiduría natural de traer la vida al mundo desde su cuerpo? ¿Por qué seguir con los preconceptos medievales?
Además, hay otro tema fundamental que la inteligencia humana debe discutir. Un tema constante de la filosofía: la existencia de Dios. Sobre eso es necesaria la realización de múltiples foros, para que se nos acerque más al conocimiento científico. Hace muy poco, el teólogo Ariel Alvarez Valdés escribió, ante las catástrofes de Haití y Chile, que “Dios no podía crear un mundo perfecto porque lo único perfecto que existe es él. Todo lo demás es limitado”. Una frase que hace nacer la duda de: bien, si es el único perfecto, por qué construyó un mundo imperfecto. Hubiera sido mejor, tal vez, no construir algo tan imperfecto como este mundo, donde existen niños con hambre, catástrofes naturales que siempre afectan a los más humildes y guerras donde precisamente no mueren los culpables de la violencia.
Esto nos abre la puerta para demostrar que lo único valedero es la investigación, perseguir el saber para llegar, tal vez, a desentrañar el misterio de la vida.
En esa discusión, pues, que debe iniciar la Iglesia Católica a pedido de sus teóricos, estudiosos y exploradores, como principio, se debe dar fin a la versión de la divinidad de Jesús nacido de una virgen, tema que más pareciera ya de una telenovela que producto de un análisis ético que debe significar la Vida. Y llevar a cabo precisamente eso, que Jesús fue un ser humano como todos pero con principios que buscaban la paz, la igualdad, la bondad como fundamento de las relaciones humanas, para poder llegar por fin a terminar con la violencia en la vida de los pueblos. Si la Iglesia Católica logra que sus adeptos lleven a cabo los principios que movieron a Jesús, ya podría darse por satisfecha, realizada, y gozaría del infinito agradecimiento de los pueblos. Al mismo tiempo que aconsejara el camino de la ciencia para llegar a saber más, cómo es el principio de la vida y para qué estamos en la Creación.
Sólo así podrían borrarse palabras como “pecado”, “Inquisición”, “infieles”, “esclavitud”, “explotación” y otras palabras de nuestra así llamada civilización occidental y cristiana.
Ojalá principalmente los eclesiásticos jóvenes aprovechen este momento en que ha caído tanto el concepto católico para descorrer la cortina e iniciar un amanecer que intente resumir todas las enseñanzas sabias que nos ha dejado esta cruel historia del ser humano que hemos llevado a cabo hasta ahora.
Será el momento en que los “gorriones de la catedral” volverán a cantar como ángeles.
Osvaldo Bayer
Tomado de Página 12
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