Se decía que en Rusia existían dos zares, el malo y el bueno. El bueno era Tolstoy, novelista, el anarquista cristiano al que los humillados y ofendidos consideraban de los suyos.
Este año hará un siglo que León Tolstoy (Yasnaya, Polyana, 1828-Astapo VO, 1910), con 82 años, anciano Rey Lear cuidado por su hija preferida, huyó de sus comodidades, y fue a parar a una modesta estación. Cuando su hija le trajo los diarios descubrió que estaba en la portada de todos, se le conocía y se le respetaba en todo el mundo.
Representaba, junto con Dostoievski, y Chejov, la cima da la gran literatura rusa que registraba el movimiento sísmico de un país que era carcelero de otros países, y que no había conocido ni el Renacimiento, ni la Reforma ni la Ilustración. Gigantes contradictorios y complementarios que asombraron el mundo. En 1917, los periódicos del mundo podían decir que había estallado la revolución en el país de Tolstoy y Dostoievski.
Lo dicho, Tolstoy fue un personaje pletórico: novelista, dramaturgo, y pensador cristiano anarquista de gran influencia social tanto en Rusia —hasta principios de los años veinte— como en el resto del mundo; en España mismo el tolstonyanismo fueron uno de los componentes —aunque secundario y diluido— del movimiento libertario
Tolstoy influyó poderosamente en Gandhi y después de este en toda la tradición pacifista que pasa por el African National Congress sudafricano, por Martin Luther King, si nombre es uno de los grandes referentes del movimiento pacifista, como lo podía haber sido en no poca medida de los hippies... Estuvo sin duda influenciado por Proudhom, al que leyó en 1857 y al que visitó en 1862, y mantuvo una relación abierta (y del que tomó el titulo de su obra más famosa, Guerra y paz), no exenta naturalmente de discrepancias (sobre todo en relación a la violencia revolucionaria) con Kropotkin, con cuya biografía no deja de tener paralelo (así lo han hecho notar copiosamente autores como George Woodcock). Como Kropotkin, Tolstoy fue un joven aristócrata, adscrito como voluntario en el ejército ruso del Cáucaso, sufrió ulteriormente, durante la guerra de Crimea, una auténtica crisis de conciencia posteriormente acentuada al conocer la revolución industrial en Europa y un «espectáculo» como el del funcionamiento de la guillotina en París.
Este hecho Ie lleva a escribir: «El Estado moderno no es más que una conspiración para explotar a los ciudadanos, pero sobre todo para desmoralizarle (…) Comprendo las leyes morales y religiosas, que no son coercitivas para nadie pero que nos llevan adelante y prometen un futuro más armonioso; siento las leyes del arte, que siempre dan felicidad. Pero las leyes políticas me parecen unas mentiras tan prodigiosas que no comprendo cómo una sola de ellas puede ser mejor o peor que cualquiera de las demás (…) En adelante no serviré jamás a gobierno alguno».
Esta indignación se trasluce en su obra en la que nunca se olvida el artista cuya finalidad es la de «hacernos amar la vida en todas sus manifestaciones», Tolstoy ama la vida y sus personajes con los que pobló un microcosmos y un macrocosmos literarios de la rara perfección de conjunto alcanzado en obras maestras como Guerra y Paz, Ana Karerina, Resurrección y tantas otras, todas ellas sumamente popularizada a través del cine, en particular la primera en una inmortal adaptación de King Vidor (1960).
Su crisis de conciencia le llevó a volver la mirada hacia el hombre natural que había conocido en el Cáucaso, a devorar las obras de Rousseau, y a buscar una nueva vida y una nueva alternativa social. Estaba en la cumbre de su fama literaria cuando volvió la espalda al mundo académico, convirtió sus propiedades en Yasnaia Polyana en una comuna de trabajo —se avergonzaba de pertenecer a una familia que nunca había tenido callos en las manos— y de educación, intentando desarrollar un sistema educativo natural y abierto, muy en línea de Willian Goodwin. Redescubrió de nuevo los Evangelios a los que despojó de su parte más milagrosa para alcanzar lo que consideraba una ley de oro para la conducta. Sobre sus principios de desobediencia civil y no violencia, se desarrollará un debate dentro del movimiento libertario. Para Urales, Tolstoy yerra cuando desautoriza la acción violenta de los revolucionarios rusos, y escribe: «Si Tolstoy no ha comprendido esto es porque jamás ha reconocido las grandes leyes, tan evidentes y claras, en la sociedad. Y sí no las ha reconocido es porque ha desdeñado siempre la observación metódica de la realidad. Nunca ha consentido descender hasta esta modesta indagación de la verdad que el sentido común de los mortales llaman ciencia. En este sentido no se ha repetido bastante que Tolstoy, bajo la blusa del mujik, ha seguido siendo un aristócrata desdeñoso y altanero» (La Revista Blanca, abril, 1905).
Sin embargo, para Nettlau estos principios de Tolstoy no son los de la resignación tradicional cristiana, por el contrario, quería «la resistencia al mal, y ha agregado a uno de los métodos de resistencia, la fuerza activa, otro método, la resistencia por la desobediencia, la fuerza pasiva por tanto. No ha dicho: someteos al daño que os causa; presentado la otra mejilla después de la bofetada recibida, sino: no hagáis lo que se os ordena hacer; no toquéis el fusil que se os presenta para enseñaros a matar a vuestro hermano». Su alternativa está en la vida natural, el hombre es tanto más humano cuánto más cerca está de la naturaleza. Los tolstonyanos viven en comunidades y practican objeción de conciencia, sin embargo, al margen de estos grupos esforzados, su influencia es instrumentalizada. Discípulos suyos por ejemplo, se confiesan algunos ministros del patético gobierno provisional de febrero de 1917 que, paradójicamente, no dudan en mantener a Rusia en la guerra mundial y rechazan hasta la reforma agraria. En el último tramo de su vida, Tolstoy se convirtió en el único opositor legal al régimen zarista, un opositor gigantesco cuyo prestigio mundial ayudó a socavar la autarquía a la que Tolstoy denunció siempre que se brindó la situación.
Fue un «padre» para todos los perseguidos. Sus conflictos internos y familiares le llevaron a escapar de su casa poco antes de morir. Su obra ha sido respetada hasta por el estalinismo, aunque sus enseñanzas morales y políticas han sido, por lo general, olvidadas o subestimadas, subrayándose sus aspectos más anacrónicos, y olvidando sus ángulos más subversivos como sus críticas a los poderes establecidos, al ejército y al militarismo, con testimonios todavía vigentes como lo demuestra su denuncia del atropello colonial de Chechenia, efectuadas con un vigor que todavía asombra y sobrepasa las medidas «liberales» del presente.
Entre sus numerosas biografías anotemos las de Henri Troyat, León Tolstoy (Bruguera, BCN 1985), Jean Cassou, Grandeza y miseria de Tolstoy (Fomento de Cultura, Valencia 1961; hay una reedición de Bruguera), Francöis Porché, Tolstoy. Retrato psicológico (Losada, Buenos Aires, 1958), en general, inencontrables. Woodcock lo trata ampliamente en su obra sobre el anarquismo. Lo más reconocido de la inmensa obra literaria de León Tolstoy sigue siendo perfectamente asequible en cualquier biblioteca pública, no tanto sus escritos inconformistas que se encuentran por lo general en ediciones muy antiguas (sobre todo de Maucci, BCN). Juventud ha editado su Autobiografía y Pequeña Biblioteca (Mallorca) sus Escritos pedagógicos. Alianza está ahora (re)editando sus obras más conocidas con nuevas traducciones que, en muchos casos, se habían efectuado desde el francés.
Aunque quizás la obra más interesante que actualmente se puede encontrar sea, Sobre el poder y la vida buena, una elaborada versión de José Luis Gordillo para Libros de la Catarata. En Internet se puede encontrar otro buen trabajo de José Luís sobre Tolstoy, La estaca verde de Tolstoy,…Tendremos que volver a hablar del personaje, por ejemplo de lo que escribieron Lenin y Trotsky sobre él.
Pepe Gutiérrez-Álvarez
Tomado de Kaos en la Red
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