2 mar 2011

40 días de fiesta, 40 días de febrero


Foto: Alejandro Rodríguez / enlavuelta.org

El candombe y la murga son las grandes aportaciones musicales de Uruguay al imaginario carnavalesco.
El carnaval de Uruguay es considerado el más largo del mundo (40 días de desfiles, actuaciones, concursos y juerga). Nos centraremos en dos de sus expresiones artísticas: el candombe de las comparsas de agrupaciones de negros lubolos, y las murgas, joyas –para quien las ha mamado– de la cultura popular.

El candombe es una evolución de los ritos de los esclavos africanos hasta las comparsas carnavalescas de finales del siglo XIX. Pero su momento cumbre es el desfile de Llamadas instaurado en Uruguay a mediados del siglo XX, evocación de la tradicional fiesta de las Llamadas, cuando los esclavos, en sus días libres, salían a tocar el tambor convocando al resto de candomberos a unirse, lo que terminaba en una fiesta de percusión, canto, bailes y sensualidad.

Las comparsas representan a los personajes arquetípicos de la esclavitud: la mama vieja, el gramillero y el escobero, acompañados de bailarines y bailarinas que se dejan el alma al ritmo de una cuerda de tambores, afinados y templados en hogueras callejeras. El candombe es percusión ejecutada por una “cuerda de tambores” (chico, repique y piano), de ritmo febril y acelerado, contundente y emotivo.

Su atractivo reside en el grandioso espectáculo de colorido, danza y música que atraviesa los barrios Sur y Palermo, asentamientos de la población negra en la vieja Montevideo, que durante la colonia española fue uno de los principales centros del comercio de esclavos de América.

La otra gran atracción del carnaval del Uruguay son las murgas, agrupaciones corales acompañadas por una batería musical de bombo, platillos y redoblante al viejo ritmo de “marcha camión”. Sobre la fundación de las murgas pesa un mito repetido tantas veces (hasta en estudios autodenominados científicos) que casi se ha convertido en una verdad indiscutida.

Este mito sitúa la aparición de la murga en las peripecias de una compañía de zarzuela gaditana que, de gira por Montevideo y al encontrarse sin dinero, creó una murga para actuar por las calles y pasar “la manga” para financiarse. Sin embargo, la antropóloga e historiadora Marita Fornero, directora de la Escuela Universitaria de Música de la Universidad de la República del Uruguay, basándose en los antecedentes musicales y teatrales de Montevideo y en referencias en prensa de “conjuntos murgueros”, ha desmontado esta teoría, aunque los medios y los promotores de turismo hayan optado por la explicación más pintoresca.

Nostalgia gallega

Más allá de la anécdota, la murga uruguaya es una evolución de las murgas y chirigotas que traían en el corazón los gallegos (migrantes españoles que podían ser perfectamente “gallegos de Cádiz”), que toma forma y contenido en las barriadas humildes, principalmente de Montevideo, con coros formados por gente del barrio y de los oficios más variopintos.

Vendedores de diarios (‘canillitas’), lustrabotas o las más de las veces la parroquia de los bares, golfos, cantores, pícaros, borrachos, en definitiva, “gorriones de caras pintadas”, se maquillan, visten espectaculares trajes de colores y afinan sus voces para subirse a los tablados, de barrio en barrio, noche tras noche, durante 40 días fugaces en los que todo vale y la carne manda. Las murgas han sido y son la crónica y el análisis de la vida cotidiana de ese pueblo, la mejor manera de entender la vida social y política de ese país. Las murgas siempre han destilado acidez, mordacidad, crítica y sentido del humor.

En el convulso Uruguay de principios de los ‘70, con el nacimiento de la murga La Soberana se empieza a gestar un nuevo tipo de murgas etiquetadas como “murga protesta” o “murgas del pueblo”. En ese momento Rómulo Ángel Pirri (Tito Pastrana), el carnavalero y director de murgas por excelencia, escogió también etiqueta para las otras, para las murgas de toda la vida: “murga-murga”. Esta distinción fue provocada por los intereses económicos de “las murgas protesta” (bolos en festivales, colaboraciones en discos de cantautores de izquierda y demás miserias).

Tan falsa es la división y tan absurda que, en la etiqueta de “murga protesta” se incluye a Araca la Cana, una murga de las clásicas, nacida en 1935, que se caracterizó sobre todo por sus excelentes coros (ahora se la apoda La Murga Compañera, cuando siempre fue conocida como La Bruta).

En definitiva, en este carnaval no se reserva el escenario a profesionales ni se exige demasiado virtuosismo, se trata de darle al cuerpo, a la carne, lo que viene pidiendo a gritos durante todo el año.



Leonardo Pi

Tomado: Periódico Diagonal.net
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