28 nov 2010
El grito congelado en la garganta
Cuando expuse Manos anónimas –dice Carlos Alonso–, frente a es
a obra muy fuerte, escuché a dos señoras decir ‘Qué maravilla, qué hermosura’. (…) Supongo que estaban hablando de cómo estaba hecha la obra y no de lo que representaba. Pero en el fondo, hay una cierta ambigüedad. Es un riesgo.” Con texto de Gelman, con aguafuertes de Alonso, este es un libro que corre el riesgo. Es incómodo, peligroso y bello. Los argentinos no necesitamos que nos expliquen qué significa esa mujer desnuda que no nos ve, cuyos ojos no vemos, esa mano vestida de traje y camisa que los tapa. Pero si no conociéramos la historia argentina, si fuéramos ajenos, extranjeros, de otra época o de otra cultura, nos bastaría con ser humanos para sentir la angustia.
“El exilio es una vaca envenenada, algunos parecen alimentarse así (...) La necesidad de autodestruirse y la necesidad de sobrevivir pelean entre sí como dos hermanos vueltos locos”, dice Gelman, en el primer texto de Bajo la lluvia ajena , haciendo poesía con el espanto y la mentira de estar vivo.
En 1980 Juan Gelman y Carlos Alonso están exiliados en Roma. No se conocen. Los dos tienen hijos desaparecidos. Los dos están luchando por dejar paso al grito que tienen congelado en la garganta. Mientras Alonso dibuja las imágenes de sus pesadillas, Gelman, después de cuatro años de silencio, empieza a escribir estas “Notas al pie de una derrota”. Su voz está llena de amargura. No hay piedad para sí mismo, la poesía de su prosa clava los dientes en su propia carne. También nosotros, aquí, somos actores mudos. Tenemos brillos suaves, ternuras sucias de sangre seca como niños, mucho silencio alrededor.
Años después, en Barcelona, el editor Alejandro García Schnetzer imagina uno de los Libros del Zorro Rojo. Quisiera reeditar Bajo la lluva ajena con ilustraciones de Carlos Alonso. “No puedo” contesta Alonso. “Y al mismo tiempo, siento que el texto está ilustrado por mí, pero en el mismo momento en que fue escrito, porque las preocupaciones, el sentimiento, incluso las metáforas que yo trabajaba entonces coincidían con las de Juan”. Así nace este libro peligroso, incómodo, bello, donde las aguafuertes inéditas de Alonso, como bien dice Gelman en el prefacio, no son ilustraciones, donde el texto y los dibujos conversan, se dañan, se acusan, se lamen las heridas.
¿De dónde viene Gelman, a dónde va? En los 60 publicó sus Traducciones , en las que finge traducir a poetas inventados como Yamanokuchi Ando, un supuesto poeta japonés: “Tomiro Sakayagu se cansó/ arrinconó a la tristeza contra el río/ la hizo objeto de viles atentados”. Ahora es Gelman mismo el que está tratando de arrinconar la pena colectiva, la de los argenguayos, urulenos, chilentinos, tratando de violar a la tristeza aunque sólo sirva para engendrar más tristeza ensimismada, porque no es posible penetrar el cuerpo siempre ajeno de las calles extranjeras, “sueñan que no existimos, que no pesamos sobre ellas”. ¿De dónde viene Alonso, adónde va? Viene de El ganado y lo perdido , una exposición premonitoria, aterradora, con la que se planta una vez más para desmentir y reírse de la muerte de la pintura pintando otras muertes, de vacas y de hombres. Alonso expuso por primera vez en el 76 esa serie de reflexiones plásticas sobre el por qué de la violencia en la Argentina. Un año después desaparecía su hija Paloma. Y ahora podemos ver ya adónde va: hacia una bellísima interpretación del horror que culminará en las obras de Manos Anónimas , realizadas entre el 83 y el 86, después de un período de parálisis creativa en la que Alonso sólo puede pintar paisajes, porque se le niegan los cuerpos.
La lluvia es de los otros, dice Gelman, pero la tierra no. La tierra se lleva pegada a esas raíces rotas, arrancadas. “Estoy pegado al empedrado con sangre donde mi perro se murió, existo todavía a partir de eso. (…) me quitaron los libros, el pan, el hijo, desesperaron a mi madre, me echaron del país, asesinaron a mis hermanitos, a mis compañeros los torturaron, deshicieron, los rompieron. Ninguno me sacó de la calle donde estoy llorando a mi perro...” ¿Adónde va, Gelman? Va hacia adelante cargando con ese empedrado, que es parte de su ser, hacia la poesía, hacia la vida, tal vez hacia un libro escrito en México ( País que fue será ), ya no en el exilio, sino lejos por voluntad y elección y sin embargo dispuesto a reconocer que “Estos pájaros vienen del sur/ Tienen razón./ Tener razón es un error./ Barcos, barcas, la mano/ El río gris de los gorriones/ Vienen del ser, no del sur”. Como si se hubiera estado preparando para la descripción de los monstruos, Alonso ha sido hasta entonces un cantor de la enfermedad, la locura y el dolor, de cuerpos lacerados y cercenados. En estas aguafuertes al desnudar a los hombres, a las mujeres, se desnuda. Las palabras no sirven para describir estas imágenes en las que Alonso no se perdona, no nos perdona nada.
Exiliado en España, otro escritor argentino Antonio Di Benedetto analiza el exilio de la lengua, “el estancamiento que produce el cambio de lenguaje. Me refiero al lenguaje en un sentido integral, al lenguaje con el que nos entendemos entre nosotros y con el que trabajamos: el idiolecto que se refiere a la participación activa en una nación”. Gelman, en Italia, quisiera cerrar los oídos a la suave fluidez de la lengua italiana. El poeta, a veces, necesita piedras. Las encuentra en el romanesco, lo ayuda a vencer el silencio escribir sonetos en ese dialecto, en el que encuentra correspondencias con el porteño. ¿Cómo se aferra Gelman, en este libro, a ese lenguaje íntimo, imprescindible, “sin el cual no”? De muchos modos. Siempre explícito, nunca obvio. Afincándose, por ejemplo, en los diminutivos irónicos, tiernos, dolorosos, esa argentinidad chiquita que nos define. Cuando la lechita no quiere decir leche pequeña y la tierrita no es una tierra chica. Las interrogaciones que exploró hasta el fondo en Relaciones ya son para siempre palabra calcinada, poesía. “¿Será que la soledad no tiene discursos? ¿Perra que ladra a la luna, sorda de su derrota, satélite o muertita?” Con esa misma claridad brutal dibuja Alonso. Expone, revela, sus metáforas son directas. Como escribe Sigwart Blum, Alonso apela a la degradación humana pero no como un moralista o predicador, sino como un sagaz observador del sufrimiento. Allí están las buenas conciencias, frente a los cuerpos desnudos y sufrientes, la tortura que se sale de cuadro. Para quien ilustró La Divina Comedia , lo que está pasando en ese momento en el país es un nuevo aporte del hombre a lo infernal.
En 1973 Gelman elige un epígrafe para abrir sus Relaciones . Es un párrafo de Don José de Pellicer, erudito aragonés, y su frase final también define a este libro: “¿Dónde podrá verse la verdad más lúcida que cuando se halle más sencillamente explicada?”
Ana Maria Shua
Tomado: revistadeculturaenie
Etiquetas:
Carlos Alonso,
El grito congelado,
Juan Gelman,
Literatura
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
0 comentarios:
Publicar un comentario