27 nov 2010

“El lector ideal es el adolescente”


La aventura humana. Diálogo con el crítico e historiador literario Antoine Compagnon

En 1979 revolucionó el mundo de la crítica literaria con su libro La segunda mano o el trabajo de la cita, que anticipó la lógica de Internet. Por eso no sorprende que ahora dedique sus reflexiones al impacto que tendrá el nacimiento y generalización de los libros electrónicos (o numéricos), también conocidos como e-book, sobre escritores, lectores y, más globalmente, la cultura de nuestro tiempo.
El historiador y crítico literario Antoine Compagnon contó en un libro delicioso la historia de un hombre que cortaba con una tijera las páginas que no le gustaban de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust. De aquel libro monumental –por su extensión y su hazaña literaria y estética– no le quedaban más que unas cuantas páginas selectas. Esa mutilación física de un libro impreso respondía a una selección apasionada. Median muchos años y avances tecnológicos entre esta historia y la formación lenta pero verosímil de un lector numérico (e-book) y de una ficción digital. Antoine Compagnon lleva más de 30 años dando clases de Literatura en la Universidad de la Sorbona, en el College de France y en la Universidad de Columbia de Nueva York. Entre el señor de las tijeras y los señores de los pixeles este autor riguroso y elegante vio esbozarse una amenaza que se hizo realidad: la lectura, la lectura de textos literarios, ha quedado relegada a una función de mera distracción superficial. El libro, que forjó la identidad de Occidente, cede terreno ante las nuevas formas de leer derivadas de la era digital. Al mismo tiempo, la creación de grandes obras literarias, las novelas mundo, se fueron espaciando con el tiempo. En uno de sus libros traducidos al español, ¿Para qué sirve la literatura?, Compagnon se pregunta qué sentido tiene la literatura en estas décadas en que la oferta distractiva estrecha el tiempo de la lectura y las imágenes reemplazan la proyección imaginaria. “Mi fe en el futuro de la literatura –escribió Italo Calvino– consiste en saber que hay cosas que sólo ella puede darnos.” ¿Y qué puede darnos la lectura literaria, qué alternativa nos proponen la lectura numérica o las obras digitales donde conviven la palabra y los objetos multimedia? Compagnon no se demora en la amenaza del fin ni en el lamento por el retroceso de la literatura –que constata–, ni en la proyección apocalíptica. Este autor brillante defiende, más que un género en sí, una práctica: la lectura. “La literatura es un ejercicio del pensamiento: la lectura, una experimentación de lo posible”, dice Compagnon. Es imposible pensar la historia del mundo sin el objeto libro. ¿Qué quedará de su maravillosa contribución al pensamiento, a la transmisión de las ideas, a la comprensión del mundo, una vez que avance su transmutación hacia el libro electrónico? ¿Google fagocitará a Borges e Internet a Joyce? Así como el libro modeló un tipo de humanidad, ¿qué saldrá del objeto tecnológico? Para Antoine Compagnon, la amenaza central no está en el agotamiento de la creatividad sino en la compresión de la masa de lectores. La lectura numérica, en pantalla, y la escritura numérica, articulada en imágenes y sonidos, terminarán forzosamente por “crear” un nuevo tipo de lector. ¿Menos humanista? ¿Menos profundo? ¿Menos reflexivo? Las respuestas son inciertas. Cuando salió el CD ROM, los heraldos decretaron de inmediato el fin del libro. Pero sigue entre nosotros. Compagnon pone de relieve una paradoja: ve en la lectura a través de Internet “una resurrección de la lectura pre moderna, la que precedió a Gutenberg y a la era del libro”.

Con el apoyo de una profusa obra teórica, crítica e histórica, Antoine Compagnon llevó sus últimas reflexiones al territorio de la coexistencia entre la lectura entretenida de la era numérica, la lectura de obras literarias y el imperio de la ideología de la narración, que domina el mundo. Antoine Compagnon es autor de más de una docena de libros, de los cuales dos han sido traducidos al español. El más célebre es Los antimodernos. En este ensayo paradójico, que analiza la resistencia a la modernidad, el autor demuestra cómo las figuras centrales de la corriente antimoderna han sido los auténticos animadores de la modernidad. ¿Será el libro un objeto sustantivo de la modernidad?

Libros electrónicos y libros de papel

–La pregunta que mucha gente se hace, y que ha revestido en los últimos dos años una forma del miedo, consiste en saber si la literatura, la narración en general, debe tener miedo del formato electrónico.

–No se puede responder simplemente por sí o por no. Es evidente que la irrupción de lo numérico transforma muchas cosas. Lo primero que cambia de manera fundamental es nuestra manera de leer. ¡Hasta yo leo cada vez más en una pantalla!: prensa, artículos, informes y libros. Nuestra lectura pasa de lo impreso a la pantalla y esto cambia cosas fundamentales en nuestra forma de leer. También se puede decir que, cuando estamos ante una pantalla, operamos en multitarea porque realizamos unas cuantas actividades simultáneas. La pantalla sirve al mismo tiempo para comunicar, hablar por teléfono, intercambiar mensajes, etc. La lectura de la literatura era un gesto solitario, bastante aislado, que exigía amplias playas de tiempo. Leer supone largos momentos sin distracción. Creo que hay un aspecto muy importante de la literatura que se ve modificado con los cambios de los modos de lectura. Pertenezco a una generación que primero leyó libros impresos y ahora lee en superficies numéricas. Las próximas generaciones aprenderán a leer sobre pantallas. Se están produciendo cambios profundos. Hay menos lectura impresa, por consiguiente menos lectura de libros. Es lícito entonces tener cierta preocupación sobre la lectura de la literatura. Agrego, además, que está la literatura que se lee y también la que se escribe. No veo entonces cómo la literatura que se escribe puede escapar a todos estos cambios tecnológicos. Habrá sin dudas nuevas formas literarias ligadas a los nuevos medios. Creo que veremos aparecer una literatura numérica de la misma manera que en el siglo XIX vimos aparecer los relatos por entregas en los diarios. Esos relatos cambiaron el curso de la historia de la novela. Así, entonces, si la prensa trastornó la novela no creo que la literatura pueda mantenerse a salvo de las transformaciones derivadas de la era numérica. Destaco que siempre habrá literatura, siempre tendremos creadores. Ese no es un tema que debe preocuparnos. Los creadores incorporarán los soportes numéricos a sus creaciones. Eso ya existe en los Estados Unidos, los llamados libros multimedia que incluyen elementos audiovisuales. En cambio, sí podemos preocuparnos por la lectura misma. Nuestro tiempo está fagocitado por la electrónica. Las prótesis numéricas que nos rodean rara vez nos dejan solos.

–Usted decía que resulta difícil leer a Proust o a Hegel de manera prolongada en una pantalla.

–Sí. Sigo asociando esas grandes novelas al objeto libro. Hoy hay muchos soportes: iPad, el Kindle de Amazon. Reconozco que, desde hace un año, los lectores numéricos se han acercado al libro impreso. Pero tampoco debemos olvidar que el libro impreso es un objeto tecnológico muy perfecto, muy ideal. El libro en sí es muy económico, manuable, liviano en relación con la información que puede contener. No creo que este objeto tecnológico vaya a desaparecer muy pronto, incluso si hoy tenemos la oportunidad de leer las grandes novelas de la adolescencia en un iPad o un Kindle.

La imagen contra el imaginario de la palabra

–Usted anticipó hace poco que con los nuevos soportes para leer, nuestra lectura será más en imágenes y menos imaginaria.

–Lo que quise decir es que, por ejemplo, con los libros multimedia vamos a clickear sobre un link y tendremos imagen y sonido. Frente a esto, el libro impreso tiene dos atributos para la literatura y la novela: uno, cuando leemos un libro impreso tenemos el control del tiempo en relación con la imagen. Cuando estamos en una novela, el tiempo es el tiempo del lector. Puede acelerar, aminorar, hacer una pausa, volver a leer. No es lo mismo que un libro electrónico, incluso si miramos un DVD no es igual al movimiento del pensamiento a través de un libro. Dos, el otro gran atributo del libro es la dimensión imaginaria. Nos figuramos y nos representamos lo que leemos. El mundo numérico es el universo de la imagen total, un mundo en el cual hay menos lugar para el imaginario. Eso es lo que quise expresar cuando hablé de una lectura más en imágenes y menos imaginaria. Quise manifestar el temor de que la facultad imaginaria ligada a la literatura se vea sacrificada en un tipo de literatura numérica y multimedia.

–Tendremos tal vez una situación paradójica: habrá más lectores, pero serán menos profundos.

–Sí, la meditación, lo que está auténticamente ligado a la lectura solitaria y prolongada del libro puede diluirse.

El humanismo de la era numérica

–La cultura occidental ha sido modelada por el libro. ¿Qué tipo de cultura y de ser humano puede modelar la era numérica?

–Esto plantea grandes interrogantes. A veces se dice que el sujeto moderno tiene al lector como modelo. Esto nos remite a Montaigne, a la irrupción de la subjetividad, de la identidad, de eso que se forja a través de la lectura. La identidad se reconoce a través del movimiento de la lectura. Si la correlación entre lectura, libro e identidad es muy fuerte no es menos cierto que estamos asistiendo a grandes cambios que van más allá de la técnica. ¿Acaso es una gran época que se cierra o un marco histórico que se agota? No pienso que haya que llegar tan lejos en la afirmación. Sin embargo, los cambios que se producirán son fundamentales.

–Nuestra más crujiente actualidad se conecta con un ensayo suyo de los años ’80, La segunda mano. En este libro delicioso sobre el arte de la cita usted escribió que lo único que hacemos es glosar y entreglosar. En este sentido, Internet es el imperio de la glosa, una suerte de pozo infinito de la cita y de la copia de lo que otro ya escribió antes. ¿Esa dimensión de la cita-copia también cambia la lectura y la escritura?

–Sí, absolutamente. En lo que se refiere a Internet, podemos hablar perfectamente de oralidad, de una suerte de régimen oral. Internet es una suerte de resurrección de la lectura premoderna, la que precedió a Gutenberg y a la era del libro. Esto nos reenvía al Renacimiento. La tecnología actual consagró la intertextualidad y, en cierta medida, la muerte del autor.

–¿Internet nos permite elaborar una novela infinita, colectiva?

–¿Acaso veremos aparecer obras colectivas? Soy escéptico ante esta idea de creación colectiva. Sigo persuadido de que la obra literaria pertenece a una sola persona. Desde luego, hay ejemplos de obras escritas a cuatro manos, pero no son las obras más memorables de la literatura. Es una utopía abierta. Las novelas mundo como las de James Joyce, Dostoievski o Proust tenían un jefe de orquesta para todas esas músicas y palabras.

La invasión de la ideología del relato

–Usted dice una frase clave: la novela mundo. Ese tipo de obras literarias maravillosas, que abarcan el destino humano, han desaparecido de la cultura moderna.

–¡Claro que sí! Y podemos decir que ese tipo de novelas nos hacen falta. Pero tampoco hay que dejar de lado el hecho de que la producción literaria, la producción estética, siempre fue muy importante. Frente a esto, la cantidad de obras memorables no es considerable. Pero es cierto que en la literatura francesa y europea hace tiempo que faltan novelas con esa envergadura, con esa capacidad de aprehender el mundo en su variedad, en su profundidad y complejidad. Esperemos que esa obra surja pronto. No hay nada fatal en esta ausencia. No diría que se trata de un encogimiento definitivo de la literatura. Hubo muchas tesis para explicar la ausencia de novelas mundo: se dijo que la culpa la tenía la teoría de la literatura, que la literatura francesa se marchitó por culpa del Nouveau Roman, otros dijeron que la culpa la tiene la democracia porque la literatura iba mejor bajo el régimen soviético que cuando se cayó el Muro de Berlín. Hay algo cierto en todo esto: la democracia, la sociedad de consumo, etc., etc., no son propicias a la creación literaria. Pero el pesimismo no debe imponerse. Estoy seguro de que la novela mundo incorporará imágenes y sonido, que nos propondrá una lectura hipertextual, un montón de links, que tendrá su propio portal Internet y que no dejará afuera a la literatura.

–Con todo, esa ausencia de novelas mundo se acompaña de otra particularidad: el ataque sistemático contra el relato literario.

–La condena del relato es típica del movimiento moderno. El relato como una trampa, como una ilusión, en todo el movimiento moderno hay una voluntad de terminar con el relato. Pero claro, no se puede terminar con el relato porque necesitamos relatos para imaginar, para conocerse, para comprenderse, para verse. El relato siempre renace de sus cenizas. Paradójicamente, hoy estamos en una ideología del relato. En los últimos años se impuso la idea de que es preciso contar relatos: en la publicidad, en la política. Si no se producen relatos no se es capaz de integrar a los interlocutores. Convencer consiste en tener un relato en el cual el otro puede encontrar su lugar. Estamos entonces en una ideología del relato muy fuerte. La psicología, la filosofía, la sociología nos dicen que para vivir feliz hay que tener un relato. Este reino de la ideología del relato no equivale a decir que la literatura produzca obras de calidad.

–Hay una suerte de oposición hiper-moderna entre el relato espectáculo y el relato literario.

–El relato político, publicitario, psicológico o sociológico es un relato de adaptación. Se trata de un relato de orden, casi de manipulación. La forma de la retórica contemporánea pasa por el relato. En contraposición, la propiedad del relato literario consiste en perturbar el orden, en molestar. Si la literatura no molesta deja de ser literatura y se convierte en pasatiempo, en diversión. La literatura descoloca, desconcierta, provoca. Eso es precisamente lo que no hacen los relatos confortables que nos propone el mundo contemporáneo.

El adolescente como lector ideal

–Usted le ha dado un lugar privilegiado a ese ser plural y anónimo que es el lector. ¿Cuál es para usted la figura del lector ideal, aquel que encarna mejor la persistencia de los valores culturales?

–Para mí, el lector ideal es el adolescente que, en la literatura, en las novelas y también en la poesía, descubre quién es, descubre el mundo. Estamos aquí ante una de las dificultades contemporáneas: la transmisión de la cultura y de la literatura a través del acceso a la lectura de los adolescentes y de los adultos jóvenes. Los jóvenes leen hoy, hay una literatura infantil atractiva y bella, pero nuestra sociedad contemporánea, en particular la escuela, tiene dificultades para que los jóvenes pasen a la lectura adulta. Se ha producido un corte: las mujeres leen, los muchachos no. Se produjo una virilización de la lectura. Nuestras sociedades tienen aquí un problema. Cómo hacer para que los chicos pasen de los libros con imágenes a los libros sin ellas.

–La lectura, en suma, perdió su valor de iniciación.

–Claro, porque esa iniciación puede obtenerse por otros medios: el cine, la televisión, los juegos informáticos, que son también formas de relato. Pero volvemos a lo que hablábamos recién: estos soportes constan de imágenes y el imaginario no trabaja. Estamos en una puesta en escena y en una puesta en imágenes globalizada del relato.

–A la lectura también le faltan sus guías: la crítica literaria como tal se ha esfumado al tiempo que los escritores, que antes escribían sobre otros autores, no se exponen más.

–Una cierta forma de crítica literaria desapareció. Para mí, la crítica literaria está ligada a la conversación sobre los libros. Hay mucha gente molesta porque Internet ofrece una clara degradación de la crítica literaria, una suerte de crítica salvaje. Lo que sí es cierto es que la crítica literaria incitativa, directiva, prescriptiva, desaparece. La crítica literaria no tiene repercusión en los lectores. Ahora bien, lo que más falta es la crítica hecha por escritores. Había una gran tradición de escritores que escribían sobre otros. Todos los grandes escritores del siglo XX escribieron sobre los autores clásicos y contemporáneos. La ausencia de crítica de autor me resulta inquietante, como si los autores ya no se leyeran más entre ellos. Tal vez ello explique por qué no tenemos novelas mundo.

–Alguien comentó en un avión que el autor ideal para la lectura numérica y las pantallas era Jorge Luis Borges.

–Sí, por qué no, es perfectamente plausible. Después de todo, Borges originó todas nuestras reflexiones sobre la intertextualidad, etc. El nos llevó a pensar en esos temas. Por qué entonces no leer los cuentos de Ficciones o La Biblioteca de Babel en un iPhone o un iPad. Sería una forma de justicia hacia Borges.

Obras de Antoine Compagnon en español

¿Para qué sirve la literatura?, Editorial Acantilado, Madrid, 2008.

 Los antimodernos, Editorial Acantilado, Madrid, 2006.

Eduardo Febbro  Desde París

Tomado: Página 12

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