Figura esencial de nuestro cine, Luis García Berlanga deja como herencia un puñado de extraordinarias películas que son historia de nuestro cine |
Nacido el 12 de junio de 1921 en el seno de una familia cuando menos acomodada, un hecho marcó la vida de Luis García Berlanga. A los 18 años abandonó sus estudios de Derecho y Filosofía y Letras para enrolarse en la División Azul, con destino al frente contra los rusos.
Era el último recurso para evitar que empeorara la situación de su padre, encarcelado como diputado de la Unión Republicana. No sorprende que en el futuro cineasta germinara un profundo sentimiento, no ya antimilitarista, sino contrario a cualquier forma de poder.
Libertino, anarcoindividualista y erotómano de pro, Berlanga poseía sin embargo (el adverbio sobra) un carácter conciliador. Ni sus críticas más ácidas al régimen pueden considerarse revanchistas o cargadas de ira. Muy al contrario, eran sutiles, inteligentes y, precisamente por ello, mucho más efectivas. «El verdugo» es sencillamente la mejor película de la historia del cine español, y eso que el propio Luis dirigió un par de títulos que no le iban a la zaga.
Llama la atención que la dictadura fuera siempre más indulgente con sus películas que, por ejemplo, el actor Edward G. Robinson, quien se pasó media vida haciendo de gánster, por cierto. El estadounidense protestó formal y hasta informalmente en Venecia por el supuesto talante antiamericano de «Bienvenido Mr. Marshall». Otro ejemplo de la habilidad de Berlanga para nadar a contracorriente durante el franquismo fue «Los jueves, milagro», cuyo verdadero prodigio fue que pudiera estrenarse en España.
Diplomado como director en la Escuela Oficial de Cine, como guionista y realizador el nombre de Luis García Berlanga estuvo asociado desde sus comienzos al de Juan Antonio Bardem, con quien realizó en 1951 «Esa pareja feliz», primer apunte del humor «rojoscurocasinegro» de la pareja y de su talante neorrealista. Antes dio muestras de su talento sin par en cortos como «Paseo por una guerra antigua», «Tres cantos» y «El circo».
Escena del film Bienvenido Mr. Marshall con Pepe Isbert,gran actor. |
«Como alcalde vuestro que soy»
En 1952 llegaría su obra más popular, coescrita con su compañero de armas. Con un inmenso José Isbert, otro nombre capital en la filmografía de Berlanga y de nuestro cine, y diálogos sublimes —aquello de «como alcalde vuestro que soy os debo una explicación...» es digna de los hermanos Marx—, los años transcurridos no han oxidado el sentido del humor y la pericia narrativa de «Bienvenido, Mr. Marshall».
Después de «Novio a la vista» (1954), rodada de nuevo en colaboración con Bardem y el sobresaliente añadido de Edgar Neville, llegaría una nueva obra maestra, «Calabuch», en la que un inolvidable Edmund Gween da vida a un físico nuclear que busca refugio en el pueblo que da título al filme, excusa formidable para que el maestro borde uno más de su retratos costumbristas, corales y, sin embargo (aquí el adverbio es algo más pertinente), tan reveladores sobre el interior del ser humano.
De joya en joya, llegamos a la ya citada «Los jueves, milagro» (1957), deliciosa sátira en la que Isbert, tan magistral como cabía esperar, se disfraza de aparición para promocionar el incipiente turismo en la localidad de Fuentecilla. Dos años después, «Se vende un tranvía», dirigida por Juan Estelrich, pasaría a la historia por suponer la primera colaboración con el guionista Rafael Azcona, otro nombre que no necesita mayores presentaciones. No sorprende, en cualquier caso, que los milagros de los jueves le costaran al valenciano cuatro años sin dirigir. Lo mejor de la espera fue que se sacó de la manga otra comedia coral de las que hacen época, «Plácido» (1961), seleccionada para el Oscar mucho antes de que lo consiguieran Almodóvar, Garci, Trueba y todos los demás. Berlanga ponía patas arriba la España de la época a partir de los problemas financieros de un pobrecillo justo el día de Navidad.
Ruedan cabezas
Después de rodar en Francia «Las cuatro verdades», en la que Manuel Alexandre compartía cartel con Charles Aznavour y Anna Karina, llegaría la magistral «El verdugo» (1963), ganadora en Venecia del premio Humor Negro, que no sabemos si crearon ex profeso, porque no sorprendería lo más mínimo. Nino Manfredi, empleado de una funeraria, se casa con la hija de un ejecutor (genial Isbert, aún más de lo normal, a pesar de encontrarse muy enfermo) y se deja convencer para ingresar en el gremio. El estreno provocó que rodara alguna cabeza, justo lo que Berlanga no llegó a mostrar nunca en su ¿comedia?, y no solo porque prefiriera el garrote vil a la plasticidad de la guillotina. El único defecto del filme es que marca, inexorablemente, la cumbre de una carrera que ya solo podía ir hacia abajo, aunque el genio logró que incluso el descenso estuviera marcado por la brillantez.
Después de su exilio francés, Berlanga rodó en Argentina «La boutique» (1967) (allí conocida como «Las pirañas», casi como si fuera una película de terror), con guión de Azcona y música de Astor Piazzolla. En «¡Vivan los novios!» (1971), una pareja de recién casados esconde el inesperado cadáver de la suegra (la de él, se sobreentiende) para no arruinar la inminente boda. Tres años después llegaría la coproducción «Tamaño natural», en la que Michel Piccoli convive, y lo que surja, con una muñeca hinchable, mucho antes que Ryan Gosling en «Lars y una chica de verdad».
Con «La escopeta nacional» (1977), el maestro abrió una nueva etapa en su cine e inauguró la trilogía dedicada al marqués de Leguineche (Luis Escobar), ácido retrato de la fauna social de una época. Azcona y Berlanga dispararaban contra todo lo que se movía en el panorama nacional, no siempre con la puntería exigible. «Patrimonio nacional» y «Nacional III» completaron la cacería.
«La vaquilla» (1985) supuso un éxito en el raro género de la comedia sobre la Guerra Civil, lo que ya tiene su mérito. «Moros y cristianos» (1987) contaba las desventuras de una familia entregada a la fabricación de turrón, mientras que «Todos a la cárcel» (1993) reunió a un puñado de actores magníficos en un penal valenciano preparado para celebrar el día del preso político. El testamento cinematográfico del genio llegará con «París-Tombuctú» (1999), descarnada y pesimista crónica coral (por supuesto) de aire trágico, sobre todo por lo que suponía.
Cargos y galardones
A Berlanga también le dio tiempo de debutar en la dirección escénica con «Tres forasteros de Madrid», de Eduardo Escalante, en un año tan tardío como 1995. Asimismo, fue presidente honorífico de la Academia de Cine y rechazó colocarse al frente de la Filmoteca, quizá porque la palabra cargo a él le sonaba más a carga. En su última aparición pública, el pasado 19 de mayo, asistió a la reconversión del antiguo cine California en Sala Berlanga.
Entre sus innumerables premios nos limitaremos a destacar, por motivos obvios, el Pemán, recibido en 1992 por su artículo «Las piernas de Marlene», publicado en ABC. Con su «coguionista» María Jesús Manrique tuvo cuatro hijos, José Luis, Jorge, Carlos (músico de la "movida madrileña" fallecido a los 42 años de enfermedad hepática) y Fernando. Su legado es inmortal.
Federico Marín Bellón/Madrid
Tomado: ABC-Cultura.es
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